CAMAGÜEY.-El 9 de agosto de 1851 el Consejo que juzgaba a los patriotas camagüeyanos que se habían alzado en armas por la independencia de España condenó por unanimidad a la pena de muerte en garrote vil Joaquín de Agüero, Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides.
Conocida la condena a muerte de los patriotas, distinguidas mujeres camagüeyanas concibieron la idea de solicitarle al general Lemery la conmutación de la pena; cuando comunicaron a Agüero su propósito este les respondió:
“Esa presentación es inútil y humillante, y por nada de este mundo deben humillarse las matronas del Camagüey, que son gloria y orgullo de mi patria… desengáñense, las lágrimas no pueden romper las cadenas, al hierro solo lo rompe el hierro”.
Tenía razón el héroe, el capitán general Concha condicionaba el perdón si los reos firmaban un acta mediante la cual confesaran su adhesión a España y el arrepentimiento de sus actitudes. Esta proposición la hizo llegar el comandante militar del Departamento, general Lemery, a los amigos de los patriotas que intentaban salvarles la vida. Enterado Joaquín de Agüero de lo que se pretendía, escribió a su esposa:
“Sabré sostener mi puesto; se bien que la vida me va en ello; pero no me haré traición a mí mismo; siempre he sido fiel a mis principios de honradez, y nada recuerdo haber hecho en el transcurso de mi vida que pueda avergonzarme en esta materia. Zayas, Benavides y Betancourt, se muestran igualmente grandes e identificados conmigo”.
El 12 de agosto toques de cornetas y redoblar de tambores anunciaban, al amanecer de un nuevo día, el último de los patriotas. Una fuerza de caballería tenía la orden de despejar el camino, para que no se produjeran aglomeraciones, desde el Cuartel de Caballería hasta la Sabana de Méndez donde se cumpliría la sentencia.
Ya en el lugar los patriotas se abrazaron fuertemente y el oficial les ordenó que se colocaran indicándole con la espada el sitio a cada uno, un metro de separación. Mientras los sacerdotes que habían asistidos se despedían, los 16 soldados encargados del fusilamiento, en grupos de cuatro, se situaron frente a los héroes. Antes de que se bajara la espada con la orden de disparar, Fernando de Zayas gritó:
—¡Muero por libertarte, Patria mía!
La muerte de estos patriotas conmocionó a la sociedad principeña que lloró a sus hijos. Muchas mujeres se cortaron el pelo; también pretendieron vengar su muerte.
Manuel José de Agüero y Agüero, primo de Joaquín de Agüero, y primer ayudante durante el alzamiento fue hecho prisionero y condenado a diez años de prisión en Ceuta de donde logró escapar y dirigirse a los Estados Unidos.
El 24 de mayo de 1852, el general Lemery en viaje por ese país, recibió una carta de Manuel Agüero en la que se leía:
Considerando que no es posible que nos encontremos en Cuba, punto que preferiría para vengar el asesinato de mis parientes, amigos y paisanos, aprovecho el encontrarse aquí para manifestar a usted que hay cubanos que desean probar a usted que son hombres.
A continuación lo retaba a duelo y aceptaba las condiciones y tipo de armas que determinara el oficial español. Lemery le respondió que al siguiente día arreglarían el asunto; sin embargo, cuando a las seis de la mañana Manuel llegó al hotel, conoció con sorpresa que el general se había marchado. El poderoso general, al no estar protegido por sus soldados, huyó cobardemente.
Solo los valientes saben morir.
*Unión de Historiadores de Cuba. Filial Camagüey