CAMAGÜEY.- No había filo mellado ni falta de academia militar que impidiera a un verdadero mambí una rotunda carga al machete. Luego de la orden del corneta, el galope desaforado comenzaba. El trance hacia la búsqueda de la victoria y la necesidad de ir al encuentro con el enemigo no era resultado de la sed de sangre, sino de la ansiedad profunda por sentir a su país más cerca de la libertad.

En Santa María del Puerto del Príncipe, actual Camagüey, las tropas semidesnudas, mal armadas e inferiores en número, de las huestes insurrectas, elevaron el prestigio de nuestra tierra. Con mucho co…razón se luchó en este territorio y fueron escritas cuantiosas hazañas.

A 150 años del inicio de las luchas independentistas, recordamos algunas de ellas.

UNA GRAN CONTIENDA

Luego del alzamiento del 10 de octubre en La Demajagua, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes, España no hizo demasiado caso a los “alborotadores”. Con el derribo de la monarquía, tenía problemas que atender en casa. Pero después del éxito fulminante de Gómez en Pino de Baire, el 4 de noviembre, el ojo de la metrópoli volteó preocupado a su colonia. Para aplastar a los osados del oriente envían a Cuba al Conde de Valmaseda, acompañado por un poderoso ejército.

Por el puerto de Nuevitas desembarcó el convoy de los ibéricos. Armados hasta los dientes avanzaban sin encontrar percances a su paso. La marcha resultó interrumpida el 28 de noviembre de 1868, cuando un grupo de principeños los encararon en la región de Bonilla. Dispararon contra el grueso de la columna y la castigaron con sus machetes, mas fue insuficiente para detener a los invasores; a pesar de que el ataque no fructificó, se apreciaron las dotes militares de un joven llamado Ignacio Agramonte.

Bajo el mando de El Mayor, Puerto Príncipe se convirtió en una pesadilla para las fuerzas colonialistas, especialmente entre el 1871 y el 1873. En este período se libraron combates importantes en La Redonda, en La Unión, y ocurrió el asedio al fuerte de Molina. Pero uno de los hechos más renombrados que convirtió en leyenda la disciplina y preparación de la caballería del “Diamante con alma de beso” fue el rescate de Julio Sanguily, el 8 de octubre de 1871, en el potrero de Consuegra. En ese lugar, los 35 jinetes mambises salvaron al brigadier de los más de cien captores que lo conducían, y mientras los españoles dejaban en el campo de batalla varios soldados caídos, los cubanos cumplían su objetivo sin perder vidas.

“¿Quién enseñó al General Agramonte todas esas cosas?”, exclamó después de su muerte en Jimaguayú, el 11 de mayo de 1873, su sucesor en la región, Máximo Gómez, uno que conoció de los aportes notables del camagüeyano a la causa insurrecta. Aplaudió el valor y la inteligencia que le llevó a la gloria en el Cocal del Olimpo, cuatro días antes de su deceso, donde les asestó un duro golpe a sus antagonistas y levantó la moral de sus compatriotas.

Al frente del formidable ejército de Agramonte, el Generalísimo no dejó caer ni un instante la idea de extender la contienda hasta occidente. Antes seleccionaría un objetivo para pertrechar a sus hombres. Así, el 28 de septiembre de 1873, decide tomar Santa Cruz del Sur.

Para la conquista de ese poblado, el hábil guerrero empleó una de sus estratagemas favoritas: el ataque sorpresivo. Con 170 jinetes y 450 infantes penetró en el sitio y derrotó a los dos batallones que se parapetaban en sus trincheras y cuarteles. Al concluir el enfrentamiento, los mambises habían ocupado espadas, sables, 130 libras de pólvora, casi 300 fusiles y otros artículos indispensables para continuar la guerra.

Los vientos parecían soplar a favor de la revolución y el plan de invadir la zona occidental se avizoraba con más claridad, pero en marzo de 1874 la campaña dio un giro de 180 grados. La razón: del día 15 al 19 se produjo la acción militar de Las Guásimas, única batalla de la Guerra de los Diez Años. En ese choque bélico primaron las imágenes dantescas de una emboscada, la sangre que cubrió a raudales la llanura, el cerco a las tropas españolas que sufrieron miles de bajas y una derrota vergonzosa. Los cubanos paladearon solo por un momento la dulce victoria, porque en el teatro de operaciones habían gastado demasiados recursos como para continuar con el proyecto invasor.

REPOSO ¿TURBULENTO?

Durante la Guerra Chiquita, que estalló el 24 de agosto de 1879 y terminó en diciembre de 1880, la participación de Camagüey fue nula, no por la falta de carácter para respaldarla, sino porque tras el conflicto bélico anterior el territorio estaba devastado; aquellos poderosos terratenientes que se habían unido a las fuerzas independentistas lo habían perdido todo, los cañaverales estaban destruidos… dichoso aquel que encontrara una piedra sobre otra.

La profesora de Historia de Cuba de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, Edelmira Rodríguez Portal, dice de este pasaje de nuestras luchas: “Cuando se firma el Pacto del Zanjón, Martínez Campos busca la manera de que renacieran en Camagüey las haciendas ganaderas y las riquezas para que no se gestara un proceso similar al de la Guerra Grande, las autoridades les dan una serie de facilidades a los hacendados para que sus negocios vuelvan a fructificar y esta idea de Martínez Campos surte efecto, porque aquellos hombres que habían sido grandes generales recuperaron su fortuna y sintieron un temor enorme a perderlo todo”.

CONFLICTO NECESARIO

Camagüey tardó en incorporarse a la contienda del ‘95 —11 de junio de 1895—, pero Gómez volvió a demostrar que con los soldados de la tierra de El Mayor podía conformarse un bastión capaz de doblegar cualquier emplazamiento “inexpugnable”. El desarrollo de la Campaña Circular puso a prueba las cualidades de las filas mambisas y surgió el III Cuerpo de Ejército en Puerto Príncipe.

Aunque por aquellas fechas el desánimo aún embargaba a Máximo Gómez por la pérdida de su amigo y alma de la gesta, José Martí, transformó el dolor en un impulso que lo llevó a alcanzar victorias en sitios como Altagracia, el fuerte de El Mulato, San Jerónimo, Ceja la Larga y Cascorro. Más tarde, el Generalísimo parte a Occidente para materializar la necesaria invasión a toda la Isla.

No obstante, a su regreso de la campaña Habana-Matanzas, el Napoleón de la guerrilla —como lo llamaban los ingleses—, encontró un contexto desfavorable en las atribuciones que se había dado el gobierno civil: indisciplinas, oficiales que han obtenido grados militares sin méritos y un bajo espíritu combativo que los condujo a fracasos continuos. A partir de esa situación el General en Jefe del Ejército Libertador se propuso recomponer a sus huestes.

“Entre el 9 y el 11 de junio de 1896 ocurre la colosal batalla de Saratoga. Allí los cubanos acorralan a una columna española, utilizando la topografía a su favor y el asedio sostenido durante el día y la noche. De esa forma Gómez le regresa el alma al III Cuerpo del Ejército”, explica la profesora Rodríguez Portal.

Otra de las empresas que significó una proeza de altura para los cubanos fue la toma de Guáimaro, el 28 de octubre de 1896. Por aquel entonces la ciudad permanecía custodiada por ocho fuertes y un número considerable de voluntarios, pero Calixto García, protagonista del suceso, ya tenía oficio en el arte de la guerra. Usó primero la artillería para destruir las defensas del enclave y luego rindió a la ciudad con el grueso de sus milicias. Recuperaron un lugar simbólico para Cuba: la sede de la primera Constitución de la República en Armas.

Las acciones militares en Camagüey, durante las etapas de lucha contra el régimen colonialista, jamás podrán resumirse en un puñado de acontecimientos. Aquí apuntamos solo chispazos, destellos de la cuantiosa leyenda de encuentros bélicos que figuran en mapas, y de la sangre honesta que se derramó sin intereses. Además de Ignacio Agramonte, Máximo Gómez y Calixto García, sobresalieron la pericia y valentía de hombres como Henry Reeve, Serafín Sánchez, Thomas Jordan y los miles de héroes que, sin chistar, decidieron cabalgar junto a ellos porque simplemente, hacían lo correcto. Sus epopeyas se encargaría de elevarlas el tiempo.