CAMAGÜEY.- Cuando llegas al límite, el nerviosismo te supera. Entre este y la ambulancia solo hay una rampa. De un lado, evidentemente, los ambulancieros (a quienes les adivinas los rostros por las letras impresas en la edición anterior, y te saltan del papel los habitantes de las 6005 y 6007, del otro, varios seres, a medio rostro —cubierto por el nasobuco— y cuerpo de verde.
Hoy no es como aquella vez, cuando a las mismas puertas de la zona roja, Javier se convirtió en titulares, pero el nerviosismo es el mismo. No por enfermarse, no, sino por descubrir el rostro salvado entre tantos que se quedaban en el umbral. En la espera tal parece que ellos quieren ver el sol de las dos de la tarde, la cerca del vecino cargada de ciruelas, la calle… al tiempo que una prepara grabador, el fotógrafo busca su sitio para el mejor momento del año (o de la existencia) de un confirmado de COVID-19.
Hace una semana de que en conversación informal el director del “Octavio de la Concepción y la Pedraja” confesara con una mezcla de satisfacción y orgullo que la duda inicial sobre la disposición del personal para una segunda rotación de trabajo no duró mucho, nada más el tiempo de tener “gente para la tercera y todas las que hagan falta”. Porque no por escribirse una y otra vez es menos cierto: allá dentro se juega el todo por el todo a cada segundo. A la dureza de esas 14 jornadas le vienen como premio los momentos como el de este viernes; y ellos estaban de primeros en el lugar, para no perder un detalle.
Dos meses y cinco días después de recibir al primer caso positivo al SARS-CoV-2 de esta provincia en el “Militar” dieron el alta a los dos últimos casos camagüeyanos ingresados allí. Orelvis López Zayas, de 42 años, y Osvaldo López Ruiz, de 68, estuvieron 20 días bajo el cuidado de los trabajadores de esta institución.
“Nosotros no tuvimos nunca un síntoma —dice Orelvis mientras los ojos le centellan como advertencia. Todo el tiempo lo pasamos así, como estamos aquí, como están ustedes. He ahí lo más peligroso, esto no tiene avisos, no puedes saber quién está enfermo y en la confianza caes. Nos pasó a nosotros, como a muchos otros”.
Osvaldo habla poco, mira con los ojos gachos y repite, por cada frase de su hijo, una palabra: gracias. “No nos faltó nada. Nos cuidaron y atendieron muy bien, estamos agradecidos. Desde la limpieza, los alimentos, el trato de los médicos… maravilloso”. Y a sus certezas yo sonrío porque las sé el mejor regalo para quienes aseguraran, desde estas mismas páginas, hacer solo un poco, para salvar un país en la vida de su gente.
“Felices nos vamos para la casa, y la añoranza desborda a Orelvis. Se portaron muy bien con nosotros, no tenemos queja de nada ni de nadie, gracias a Dios, a nuestros médicos, podemos irnos, pero tengo que agradecer especialmente al enfermero Romero (el ‘curandero’ mineño que hace varias ediciones atrás relatara, mientras estaba en la zona roja, cómo pasó de coser nasobucos a atender confirmados de coronavirus) por sus cuidados”.
El primer PCR de confirmación que les hicieron no trajo la noticia esperada. Otro ciclo de medicamentos, mayor tiempo de ingreso. La vivencia más impactante para esta familia, quizá la razón por la que Orelvis insiste “todo cuidado resulta poco. Llevaba dos meses sin ver a mi papá y fui el día equivocado, mire dónde terminamos”. En ese punto no sabes si las lágrimas que le traicionan los ojos y el temblor en la voz son un castigo personal por incumplir la primera de las medidas con que Cuba ha salvado.
En la puerta de la ambulancia los dos repiten como mantra la importancia de no salir de casa, de no hacer visitas, de cumplir las indicaciones sanitarias, bien saben ellos el precio que se paga ante el descuido.
Sí, querían contar su historia. La batalla que ganaron, con el mejor ejército de su lado, un trabajador por cuenta propia y un jubilado de la agricultura ante la pandemia que cambió los paradigmas del 2020. Sí, también querían llegar a casa. Sus pies se acercaban cada vez más a la 6005 y sus brazos aguantaban las ansias de los bolsillos al pecho. Sí, no podían irse sin agradecer.
Hay también otra historia. Orelvis y Osvaldo son dos de los 110 casos positivos, de 186 ingresos, que han atendido desde el 24 de marzo último en el “Octavio” (31 de Camagüey y 79 de Ciego de Ávila).
Con ellos suman 107 las altas ganadas —quedan solo tres de la provincia vecina. Esa misma cantidad de veces varios seres, a medio rostro, cubierto por el nasobuco, y cuerpo de verde, caminan hasta el límite de la zona roja a aplaudir a los guerreros que se van; a marcar con el ritmo de las palmas la música de la vida que no se escapó, a agradecer la valentía.
Claro, porque en cada una de estas peleas, y las que falten por dar, han contado todos. Bien lo sabe el vicedirector médico de la unidad, el mayor Germán Antonio Guilarte La O, a quien seguro ninguna de sus dos especialidades en primer grado, Medicina General Integral y Cirugía General, podrían haber preparado para tal experiencia. “Esto ha puesto en evidencia la unidad, la integración que se logró entre todo el personal del hospital, los que viajaron a La Habana a entrenarse en el enfrentamiento compartieron los conocimientos, y el trabajo minucioso que se hace en el manejo de cada paciente para el cambio de tratamiento. Contamos con la asistencia de trabajadores del Inder, de Educación, esos valores caracterizan a los cubanos, nunca nos abandonamos, ni siquiera en las tareas más difíciles”.
Un sanitario esparce cloro, el mejor aliado en tiempos de COVID-19, por el camino que siguieron padre e hijo. Ellos se despiden, vuelven a dar las gracias y retribuyen con igual intensidad los aplausos y un agradecimiento por 107 veces nunca repetido.