CAMAGÜEY.- Después de varias semanas de trabajo en su sede, el Ballet Contemporáneo de Camagüey estrenó este 24 de octubre en el Teatro Avellaneda la obra Voces, del coreógrafo danés Jens Bjerregaard.
Afuera, el viento se sentía distinto: la provincia acababa de ser declarada en fase informativa ante la amenaza del probable huracán Melissa. Dentro, el teatro mostraba butacas dispersas, un público reducido, pero fiel. La escena insistía, sin embargo, en su cometido: mantener encendida la danza, incluso cuando la incertidumbre acecha.
El texto que acompaña la obra habla de las imágenes abstractas de los sueños de la infancia, cuando el cuerpo parece levitar y la mente juega y crea sonidos. Sin embargo, más que un argumento, Voces funciona como atmósfera: un espacio donde la lógica narrativa se disuelve y el movimiento busca traducir sensaciones. Lo que en palabras suena retórico, en escena adquiere cierta ligereza, un pulso interior que respira entre pausas y encuentros.
Solo cinco bailarines subieron al escenario —dos hombres y tres mujeres—, aunque se había anunciado un elenco de siete. Entre ellos, la joven estudiante María Karla Quiles, de tercer año de danza de la Escuela Profesional de Arte Luis Casas Romero, testimonio del vínculo entre la enseñanza artística y la compañía. Su presencia, junto a los intérpretes profesionales, revela un aspecto constante de Bjerregaard: la búsqueda de cuerpos que piensen, que respondan al concepto más que al virtuosismo.
Desde By Friction hasta Cuerpos de Agua, el coreógrafo danés ha tejido con el Ballet Contemporáneo de Camagüey una línea estética reconocible: abstracción, organicidad, precisión en la forma, y un tono emocional contenido, casi glacial. Voces continúa ese trayecto, aunque se percibe más lúdica, más abierta a la fragilidad del gesto. La obra no cuenta una historia, sino que propone un flujo de imágenes suspendidas, donde los cuerpos parecen buscarse, rozarse, flotar entre luces tenues o vivas y silencios interrumpidos por breves estallidos de movimiento.
En ese juego entre peso y liviandad, entre orden y azar, Bjerregaard construye una atmósfera que no apela al dramatismo, sino al estado. No todo funciona: algunos pasajes se diluyen en la repetición o se sienten desconectados del pulso interno del grupo. Pero hay momentos donde la sincronía del conjunto, el equilibrio del espacio y la serenidad en los desplazamientos logran una respiración común, una escucha de esas voces interiores que el título promete.
El programa incluyó además Estaciones Pasadas, un solo interpretado por el propio coreógrafo, hombre maduro que devuelve a escena la memoria de su cuerpo de danzante. No se trata del virtuosismo de antes, sino de un testimonio físico: el movimiento como memoria, como rastro que se niega a desaparecer. En esa entrega personal, casi íntima, se percibe la verdad más honda de la noche.
Y Freedom, de Lisandra Gómez de la Torre y Jesús Arias Pagés, aportó el contrapunto: la compañía interpretándose a sí misma, celebrando sus 23 años y trayendo por primera vez al gran escenario una pieza solo había podido hacer en su sede. Fue el gesto necesario para equilibrar la velada: entre la mirada extranjera que abstrae y la voz local que afirma.
Entre la alerta meteorológica y el acto escénico, el estreno tuvo algo de metáfora: una ciudad expectante, un teatro casi vacío y un grupo que traduce en pasos las voces de una infancia. Bailar en fase informativa: la danza como refugio antes de mucha agua y de fuerte viento.
