MADRID.- Nos pareció una tarde serena hace un par de días cuando nos reunimos en Ópera. A la salida del metro, Mónica Rodríguez nos esperaba con una sonrisa cálida, acompañada de su esposo Javi.
Era difícil imaginar que esta mujer sencilla y afable, que bien podría ser una vecina más del barrio, es una de las escritoras más prolíficas y talentosas de nuestro tiempo.
El paseo por espacios sosegados, lejos del bullicio turístico, nos llevó a rincones entrañables. Pasamos frente a la casa más antigua de la ciudad, una construcción del siglo XV, ubicada en la Calle del Codo, que aún conserva su estructura original y nos transporta a un Madrid medieval lleno de historias y leyendas.
Luego, nos detuvimos en la Plaza de la Paja, una de las plazas más antiguas de acá. Este lugar, que en su día fue un importante centro comercial, hoy es un remanso de paz y tranquilidad, con su fuente en el centro y rodeada de edificios históricos.
A un lado de la plaza, se encuentra el Jardín del Príncipe de Anglona, un pequeño oasis escondido detrás de altos muros, donde el tiempo parece haberse detenido. Este jardín, con sus senderos de piedra y bancos de hierro forjado, ofrece un refugio perfecto para la contemplación y el descanso.
Casa antigua en la Plaza de la Villa.
Desde allí, caminamos hasta la Plaza de Cascorro, donde Mónica nos mostró el balcón de la casa donde vivió. La plaza, conocida por su vibrante mercado de El Rastro, es un crisol de vida y actividad, pero en esa tarde, bajo la luz dorada del sol, parecía especialmente apacible.
El recorrido terminó en un acogedor bar en La Latina, donde unas refrescantes cañas (así les dicen a las cervezas) ayudaron a mitigar la incipiente ola de calor. Poco a poco, se unieron amistades del ámbito artístico y educativo. Nos sentimos siempre parte del grupo en un ambiente íntimo y sociable.
monica rodriguez escritora espana
La asturiana Mónica Rodríguez vive en Madrid desde los años noventa. Su tierra natal, conocida por los verdes paisajes y la rica tradición cultural, parece haber influido en su profunda sensibilidad literaria.
Aunque ahora, y desde hace unos quince años, se dedica por entero a la literatura, su formación académica es tan sorprendente como su talento. Egresada como física y con un máster en energía nuclear, Mónica es un claro ejemplo de la relación entre universos profesionales aparentemente distintos pero íntimamente conectados por la búsqueda del conocimiento y la comprensión del mundo.
El objetivo principal de nuestro encuentro era intercambiar libros, algo que comenzó el año pasado. Recuerdo claramente el momento en que recibí "Umiko", una novela destinada a mi amigo Ariel Fonseca Rivero en Cuba. Aquel día lluvioso habíamos quedado en vernos, y las inclemencias del tiempo no fueron obstáculo para nuestra cita. Caminé bajo la lluvia, con el paraguas en una mano y a la espera de ella en su coche sin permiso para aparcar. Fue una entrega relámpago.
El contratiempo en el aeropuerto fue otra aventura memorable. Mi equipaje sobrepasaba el peso permitido. Si ponía "Umiko" en el bolsillo, se pasaba del límite. Así que decidí llevarlo en brazos, como a un bebé, protegiéndolo con el cuidado que solo un libro especial merece.
Ahora, Mónica envía a Ariel la novela "Pájaros de sol". Para mí trajo "La partitura", con una hermosa dedicatoria que elogia el ir y venir transatlántico con libros. Hoy lo abrí y quedé atrapada hasta terminarlo. La autora es una narradora excepcional, capaz de tejer personajes y entornos con una belleza y detalle que rara vez se encuentra.
La novela, estructurada en forma de epistolario, me revivió recuerdos de infancia, cuando soñaba con ser concertista de piano bajo la tutela de la maestra Florinda. Nunca llegaría a ser una virtuosa, pero aquellas clases me hicieron más sensible a la música clásica y, de algún modo, me prepararon para mi destino como periodista.
En “La partitura” explora la relación entre las obras y sus dueños, provoca el debate sobre a quién pertenece realmente una creación: ¿al autor o al lector? Este cuestionamiento, presente en la voz de sus personajes, nos lleva a recapacitar sobre los límites difusos entre la propiedad intelectual y el dominio público. ¿Es posible trazar esos límites con claridad?
Mónica nos deja con más preguntas que respuestas, fomenta una constante problematización. Su estilo, cercano y reflexivo, nos ofrece el beneficio de la duda, al invitarnos a explorar nuestras propias interpretaciones y a valorar la ambigüedad. Por eso, me atraen las personas que problematizan, que nos desafían a pensar más allá de lo obvio. Huyo de los problemáticos, pero busco a los problematizadores. En un mundo en constante cambio, problematizar se ha convertido en el verbo ajustado a nuestro tiempo.
La conexión con Mónica va más allá de la literatura. Madre de tres hijas, al enterarse de que tengo una de diez años, lamentó no haberlo sabido antes para incluir un libro para ella.
Ayer, en redes sociales compartió un enlace a un programa de televisión que le dedicaron durante la Feria del Libro de Madrid. Ver la entrevista fue conocerla aún más de cerca: sus logros, sus premios, su hilo con la reina Letizia, quien le entregó el Premio ‘Cervantes Chico’ 2018. Entre las entrevistadas aparece la amiga teatrista que conocimos sin ese apellido profesional.
De Mónica impresiona su humanidad y generosidad. Es una escritora que no solo ha conquistado el papel, sino también los corazones de quienes tienen la fortuna de conocerla. Este viaje literario, entre Cuba y España, entre libros y vivencias, es un regalo que atesoraré siempre. Y mientras el calor de Madrid se disipe, quedo a la espera del próximo encuentro.
Ariel Fonseca, gato ronronero, no se puede antojar de otro libro porque solo me queda espacio para uno. Mónica Rodríguez sabe que vivo en una isla pero no le he dicho que mi hija se llama Alma. Si me diera la oportunidad de elegir entre sus títulos uno para mi niña, sería el de su Premio Anaya Infantil: “Alma y la isla”.