Foto: Del AutorLA GLORIA, SIERRA DE CUBITAS, CAMAGÜEY.- Juana siempre ha sido un nombre de mujeres bravas. Son leyendas Juana de Arco, Juana de Castilla... En este norteño poblado, habita una que honra la tradición. A los 83 años tiene tanta energía como cualquier “pepilla”.
Varias veces la familia ha tratado de llevársela de allí; incluso, cuando la fuerza del huracán Irma le arrebató la casa. Su combustible para vivir está donde los suyos: “Hay días en que tengo que colar café dos veces para toda la gente que viene por la mañana a saber de mí”, dice, orgullosa de los vecinos.
Hace casi 60 años, en los tiempos fundacionales de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), Juana del Risco Martínez trabajaba en una tomatera, cerca de Esmeralda, junto a otras 30, quienes la eligieron secretaria de la delegación. “Siempre muy dispuesta acepté, y mírame, aún estoy a cargo”. Con eso no le basta. La puerta de su casa tiene dos carteles que identifican que allí vive la presidenta del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), y además, la coordinadora de la zona.
“Ahora estoy jubilada, pero antes trabajaba en el campo, luego como cocinera en un comedor escolar y nunca he dejado de hacer lo que me gusta. Fui Vanguardia Provincial y me gané un viaje a la Unión Soviética, pero siempre he asumido la FMC, los CDR, y todas las tareas que me han dado”. Juanita cuenta su vida y con ella la historia de 60 años de Revolución. Sí, porque alfabetizó, y cuando tocó vestirse de miliciana, integró el pelotón de las Marianas.
“En mi bloque de la Federación cuento, ahora mismo, con 103 compañeras. Tres están viejitas y encamadas, pero el resto me apoya y trabajan cantidad. Por ahí hay quien dice que ya estas organizaciones no tienen razón de ser, y no estoy de acuerdo. Aunque se ha perdido un poco el entusiasmo, a mí la gente me responde bárbaro, sobre todo la juventud. Dos de mis muchachitas, de las que vi crecer corriendo por estas calles, se fueron para el Servicio Militar, y una se graduó ahora como doctora. Aquí no hay muchachos con edad para estudiar que abandonen la escuela, y no tengo delito en mi zona”, enumera satisfecha.
“Esto no podemos dejarlo caer”, les explica a quienes pueden ser sus hijos y nietos, “se los digo yo que viví el pasado, y cuando se fue Batista fui la mujer más feliz del mundo. Ese día alguien me dijo: ‘Juana, se fue Batista, vamos para la calle’. Desde entonces estoy en la calle y no me pierdo una”.
A Vilma Espín le es fiel. La conoció en Camagüey y luego coincidieron en un Congreso de la Federación al que asistió como delegada. De esa grande aprendió muchísimo. Entre tantas lecciones hay una que repite y enseña, su modo de revolucionar la que todavía es realidad de millones: “La mujer, a diferencia del hombre, por lo general termina en el trabajo y debe seguir haciéndolo en la casa”. Otra huella profunda dejó en ella Birán, pues logró conocer la cuna de los dos seres que la inspiran: Fidel y Raúl.
Juanita se levanta temprano, como buena campesina, se ocupa de los cerdos y las gallinas, y cuando suena el teléfono, lo atiende, en espera de la tarea del día. “A menudo ya la tengo cumplida, porque ya son muchos años y me adelanto a los acontecimientos”.
No puede resultar de otra forma cuando quien empuja le ha dedicado la vida a esa labor. A sus ocho décadas y con apenas 70 libras de peso, sigue siendo la locomotora que hala ese tren. “Voy a morir con las botas puestas. Y no entiendan esto como una despedida, aquí hay Juanita para rato”.
Dicen los de allí que sin Juanita ese pueblito no sería el mismo. Quizá la esencia de su liderazgo natural está en que no le pide a nadie que haga lo que ella no ha sido capaz. Constituye el centro de todos y a veces hay que frenarla, por su impulso de demostrar que la mujer es una revolución dentro de la Revolución. Es historia viva y pujante porque cada experiencia suya es digna de perpetuarse. En La Gloria, con Juana, no se olvidan las memorias.