CAMAGÜEY.- “Ruge leona”, resuena en mis oídos en medio de una euforia beisbolera. Lo entiendo, yo también lo grité, quizás porque desde niña o niño en el país que comienza a partir de la frontera Habana-Mayabeque aprendes dos cosas básicas de pelota: una, con tres strikes se poncha a un bateador y la otra, a los industrialistas se le grita “ruge leona”. Parece una máxima en el deporte cubano, incluso lo reproducen por el sistema de sonido del estadio. Sin embargo, nunca me sentí cómoda con ello.
¿Por qué "ruge leona" debe ser una ofensa? Ay, qué pregunta tan tonta, por lo mismo que lo es gallina y no gallo, zorra y no zorro, yegua y no caballo..., porque el lenguaje –más aún el popular- constituye una construcción social intrínsecamente relacionada con el sistema heteropatriarcal.
Las leonas protegen muchísimo a sus crías, por algo la frase de "cuida a sus hijos como una leona". Como lideresas de sus manadas, son las responsables de mantener el orden. Al cazar, sus probabilidades de fallar resultan muy bajas. Ellas se encargan de mantener el linaje y poseen un alto sentido de vigilancia. Por eso al vocearles "leona" no los ofendo, los invito a cazar sin piedad.
El fenómeno resulta más complejo, sobre todo cuando responde a otras ofensas xenófobas y racistas como “palestino”. Dicho sea de paso, cada vez que leo o escucho a una persona de Camagüey ofenderse con alguna ubicación geográfica o pretender que esta sea una región propia, me remite a ese elitismo burgués, a ese regionalismo que no reconoce la diversidad cultural, sino que la exacerba mirando por encima del hombro.
Pero volvamos al deporte, entendido este como parte indisoluble de nuestra cultura. La violencia, sobre todo la simbólica, lo ha acompañado en tanto el machismo, el racismo, la homofobia y otras formas de discriminación constituyen problemas culturales, estructurales, históricos y sistémicos.
La violencia de género incluye la omisión, la humillación y degradación de una persona por motivos de género, el cual se refiere al conjunto de creencias y estereotipos que hemos construido como sociedad a lo largo de la historia y que ha ubicado a la mujer en desventaja con respecto a los hombres. Desde una perspectiva interseccional, la violencia de género también es transversalizada por cuestiones raciales, de estrato social, estatus económico, origen étnico…
La violencia simbólica, a pesar de su condición de invisible e indirecta, reproduce esos dogmas y estereotipos que se han establecido en los sistemas patriarcales. Según Isabel Moya, además de construir en sí misma una agresión, se convierte en normalizadora de otras manifestaciones, como pueden ser la violencia verbal, física, sexual, psicológica o económica
Más peligrosa aún se presenta dicha violencia cuando se sale de las gradas y llega a los micrófonos, al televisor, a las cámaras; cuando en plena transmisión del softbol femenino, una voz autorizada de Tele Rebelde comenta con chistes despectivos sobre el cuerpo de la lanzadora, algo inaudito en el caso masculino. “Al menos ya no le preguntan a las deportistas por cómo se las arreglan para cumplir con sus deberes de madre”, me dijeron el otro día. Cierto, pero no suficiente.
Que la narración o determinado comentario periodístico se enfoque más en la llamada “femeneidad” de una atleta que en su rendimiento o calidad deportiva parecería algo superado en nuestros tiempos, pero no. ¿Piensan los comunicadores, en pleno siglo XXI, que las mujeres somos mujeres por las uñas arregladas, el cabello bien peinado, el talento en la cocina y la vocación de madre…? Lamento romper la burbuja machista pero nada de eso resulta condición para ser mujer.
Detrás de lo popular y lo tradicional escondemos muchísimos de esos rezagos y lo justificamos con: “siempre ha sido así”, “no quieran cambiar la cultura”, “no estamos preparados”… El esclavismo también constituyó parte de una cultura y no estaba bien y si esas razones pesaran tanto, las mujeres aún no pudieran votar, ni las madres tuvieran derecho legal sobre sus hijos y no existiera el desarrollo.
Para quienes creen en la identidad como vitrina o pedestal, siempre recomiendo a Galeano: “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. Por parte de quienes vemos el juego desde las gradas, queda no rugir violencia y mucho menos, sentirnos más cubanos por eso.