CAMAGÜEY.- El pasado lunes la administración Biden anunció con rimbombancia un paquete de medidas que, en sus propias palabras, “está destinado a empoderar al pueblo cubano”. En el paquete destacan el restablecimiento del Programa de Permisos para la Reunificación de Familias Cubanas; fortalecer los lazos familiares y facilitar los contactos educativos para el pueblo estadounidense y el cubano ampliando los viajes autorizados, incrementar el apoyo a emprendedores cubanos independientes y la eliminación del límite actual a las remesas familiares de USD 1000 trimestral y autorizarlas con fines de donación.

No hay que ser un gran politólogo o economista para comprender el carácter limitado de lo que pudiéramos llamar un paripé del actual gobierno norteamericano. Un acto que no varía la política de bloqueo y persecución financiera que sufre Cuba y con ella nosotros, los mismos que dice querer empoderar y ayudar míster Biden. Tampoco modifica en gran medida las más de 240 medidas que aplicó Trump para dar el tiro de gracia a la Revolución cubana y que pusieron tan difícil el envío de dinero a Cuba que hasta el destinado a la subversión pasaban trabajo para que llegara a mano de sus cabecillas dentro del país.

Siguen vigentes la activación del título III y IV de la Ley Helms Burton; la inclusión de Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo y en la de países que restringen la libertad religiosa. No aprobaron licencias para las navieras o cruceros y mucho menos abrieron en su totalidad los trámites de su embajada en la Habana. Los cubanos con intenciones de migrar a Estados Unidos tendrán que seguir viajando a Georgetown, Guyana. Los bancos cubanos continúan sin tener licencia para operar con dólares y no pueden depositar en terceros países los que ahora mismo hay en las bóvedas. ¿Qué buscan con eso de permitir remesas y que después Cuba no pueda hacer nada con ese efectivo?

Este carácter limitado refuerza la idea de que las medidas vienen a ser una pastilla, un calmante, ante el justo reclamo de la región latinoamericana y caribeña de una Novena Cumbre de las Américas sin exclusiones, batalla ganada desde el 2015 en Panamá y que ahora los “democráticos” anfitriones estadounidense se empeñan en entorpecer con condicionamientos absurdos que ningún país independiente aceptaría. Incluso, algunos expertos aseguran que son una estrategia para disminuir el flujo migratorio irregular hacia ese país.

¿Está preocupada la administración Biden-Harris por el pueblo de Cuba? O ¿es que su concepto de pueblo se reduce únicamente a los emprendedores que pueden utilizar como agentes de cambio, la contrarrevolución y los cubanos que tienen familias en los Estados Unidos?. ¿Acaso los niños que llevan meses esperando en los hospitales cubanos algún medicamento imprescindible para ser sometido a una operación de trasplante de órganos no son parte de este pueblo? ¿Por qué el preocupado gobierno norteamericano no tomó medidas similares, o incluso más profundas, en el verano del 2021 cuando Cuba enfrentaba su peor crisis sanitaria por la COVID-19? Son estas solo algunas preguntas que evidencian el oportunismo de quienes ahora pretenden desdibujar al enemigo y presentarse como los salvadores de Cuba.

Sobrarían los ejemplos para demostrar que, aunque van en la dirección correcta, estas medidas son extremadamente limitadas y ni siquiera se acercan a las que tomó el gobierno de Obama, del que, aunque no lo parezca, Biden era vicepresidente. Tampoco desmontan el obsesivo andamiaje de sanciones de Trump.

Sin embargo, sí sirven para ver cómo reaccionan quienes dicen llamarse verdaderos representantes de los cubanos, que han hecho de la extorsión a los “suyos” una plataforma para escalar posiciones dentro del panorama político estadounidense. Basta leer las líneas de los mismos medios que autodefinen como objetivos y defensores de los intereses del pueblo cubano, para ver como adoptan posiciones en contra de medidas que, aunque limitadas, pudieran conducir a un mejor entendimiento entre los dos países.

Tener en cuenta los verdaderos intereses de Estados Unidos nos hace comprender también que no podemos esperar por agentes externos para continuar la construcción de un futuro más próspero y sostenible, desde el desarrollo creativo y colectivo, que no está exento de resistencia y estrecheces. El paripé del pasado lunes en el Departamento de Estado es, en pocas palabras, otra manzana envenenada del viejo brujo.