CAMAGÜEY.- Pues bien, llegó la hora de los mameyes. Llegó la hora de ajustarse el cinto y desbrozar camino de tanta manigua.
Es la hora de definir la realidad de nuestra soberanía que algunos la colocan en juego a su forma y conveniencia. Tratando unos de propiciar intervenciones foráneas y otros tirando redes en ríos revueltos, todos poniendo en riesgo lo que de verdad importa: la patria.
La estrategia aplicada por toda esta reacción tarifada en momentos social y económicamente complicados para el país, más que oportunista es criminal tratar de desestabilizar la unidad nacional en momentos como estos. Qué pensar de quienes colocan en peligro de contagios a sus propias familias, por ignorancia provocando descontentos y revueltas.
Las revoluciones no se elaboran en laboratorios asépticos, donde no caben los errores. Cada revolución en su concepto del objetivo que persigue se conforma en la calle por personas y grupos sociales. Por influencias del entorno y aun por sus propias contradicciones. Es la única forma objetiva de escalar valores. Realidades y empujes sociales con los que la comunidad busca abrirse paso, se cocina en las calles.
La calle que hoy y siempre es tribuna multifacética, monstruo moderno a veces disperso en encuentros y desencuentros, pero por lo general coincidencia de ideas que consolidan las bases de experiencias y leyes donde se recoge la cosecha del sentir ciudadano. A las calles no se les traiciona, por el contrario, ella es escenario de todas las vivencias cotidianas que hacen posible nuestras nacionalidad.
Nuestras calles, que pertenecen a la obra de la Revolución, que le pertenece a usted y a nosotros, no pueden ser traicionadas. Por eso, en este momento, en esta hora aquellos que son impulsados a la sinrazón deben saber. Ya conocen, que para la Revolución el toque de clarín en la calles nos anuncia que para librarnos de tanta lacra, llegó la hora de los mameyes.