CAMAGÜEY.-Aquel telegrama nunca llegó.

“Casablanca. (miércoles) Noviembre 9–2.m.

“Boletín oficial: “Administrador Aduana Santa Cruz del Sur: (urgente)

“Centro huracán 7 p.m. ciento cincuenta millas al oeste de Jamaica moviéndose al norte-nordeste. Debe izar a primera hora la señal de posibles vientos fuertes de temporal: una sola bandera. Mayor peligro es para la zona de Camagüey pero es posible la trayectoria se incline más al nordeste y cruce el centro sobre Oriente. Si es posible en otro mensaje señalaré la zona más probable de vientos huracanados. Para que sean usadas las dos banderas a la vez. Tómense precauciones especialmente en Camagüey y Oriente, puertos del sur cercanos al centro pueden sufrir por la hora del huracán”.

A esa hora Santa Cruz del Sur era batido por la tormenta. A esa hora el hilo telegráfico que hubiera podido transmitir el informe y salvar a miles de personas, se había cortado en los montes próximos a Contramaestre.

¡Avisen que el ciclón va para allá!

El periodista Rafael Valdés Jiménez, propietario de la emisora de radio CMJA, enclavada en la plaza de la Soledad, no olvidó esta historia.

“El día 8 yo estoy escuchando y traduciendo muy tarde en la noche las noticias que está lanzando el Centro Nacional de Huracanes de Miami sobre el ciclón que desde el Caribe se dirigía hacia Cuba. Estoy preparando el noticiero que por las mañanas transmitíamos y me sorprende la cercanía y la dirección que trae este huracán. Busco un mapa y ubico el ciclón y veo que está enfilando directo hacia Santa Cruz del Sur. Serían las 4 de la mañana. Llamo a la central telefónica de Santa Cruz y le digo a las muchachas que avisen, que el ciclón va para allá, y que también ellas salgan de allí.

“La que me está hablando me dice: ‘¡Pero Valdés, es que nadie nos responde en ninguna parte!’. Y entonces es cuando me dice que no, que ellas ya no pueden salir porque tienen el agua a las rodillas… en ese momento se cortó la comunicación. Todas murieron ahogadas”.

¡Sigue, que tú puedes llegar!

“Mi nombre es Salvador Cañete. Nosotros éramos cuatro pescadores cuando la noche del ciclón nos sorprendió por Doce Leguas. Ya desde las doce del día el tiempo comenzó a ponerse feo.

“Al mediodía buscamos cómo llegar a Júcaro, que era lo más cerca pero tuvimos que refugiarnos en un canal de Cayo Anclita… amarramos la goleta y nos metimos en el manglar, los árboles volaban por encima de nosotros y a nuestra goleta ya no la volví a ver más. Todo estaba muy oscuro y el mar rugía. Un árbol cayó entre nosotros e hirió grave a Jorge y a Julio.

“A la mañana, del cayo solo quedaba la mitad y miles de peces muertos flotando. A los cuatro días murió Jorge con el cráneo hundido y al otro día murió Julio. Le dije a Ramón que me iba a nado, le dije que se quedara que si llegaba le mandaba ayuda.

“Pero él estaba tan desesperado que cuando me tiré al agua vino detrás de mí. Por la tarde Ramón vomitó sangre y me dijo: ‘¡Sigue, que tú sí puedes llegar!’. ‘¡No, coño, agárrate de mí!’. Pero me dijo: ‘¡No, no, vete tú!’, y se hundió.

“Seguí nadando, por la madrugada los muertos, cientos de muertos flotando, solos o abrazados entre sí. Y yo cerraba los ojos y metía la cabeza bajo el agua y seguía nadando entre los muertos hinchados, reventados. Seguía nadando porque si aguantaba la marcha me hundiría y yo no iba a hacer nada por volver a salir”.

¿Quién paga el tren de auxilio?

“Me llamo Elpidio García Álvarez, tenía 12 años cuando el ciclón de Santa Cruz y nosotros vivíamos a la entrada del pueblo. El día 8 de noviembre nos vino a avisar un hermano de mi papá que tuviéramos cuidado pues venía un ciclón. Eran las doce de la noche, mi mamá nos despertó a todos, éramos cinco hermanos, 2 varones y 3 hembras.

“Siendo ya como la una de la madrugada estaba cayendo un cernido y entonces mi papá salió para ver cómo estaba el tiempo, llegó a la casa del alcalde que se llamaba Oscar Perdomo, quien en ese momento estaba hablando por teléfono con Camagüey, con la compañía del ferrocarril, y pudo oír cuando el alcalde decía que necesitaba le mandaran un tren de auxilio para sacar a la gente.

“Le dijeron que el tren de auxilio valía cinco pesos y que quién iba a pagar eso. El alcalde dijo que él pagaba pero que le mandaran el tren urgente. Nadie le respondió. Cuando mi papá regresó nos dijo que ya no había más esperanza con el tren de auxilio porque la línea del teléfono se cortó.

“Con las ráfagas fuertes salimos tratando de buscar un lugar alto. Cogimos una soga y todos nos agarramos a ella, éramos como 30, pero el agua y el viento eran muy fuertes y algunos se soltaron y nunca más los vimos porque todo estaba negro como tinta. La gente desaparecía una tras otra.

“Al cruzar una cañada se hundieron algunos y por la tarde nos subimos al caballete de una casa. Desde allí veíamos a la gente muerta, flotando y arrastradas hacia el mar. De Santa Cruz no quedaba nada, todo era una palizada de pedazos de casas y gente muerta. Después hubo que echar petróleo y darle candela a todo eso allí mismo”.