Una persona ventajista, por lo general tiene algo de maquiavélica. Casi siempre utiliza artimañas para triunfar, ya sea con el oportunismo o el uso de trampas. Jesús Suárez Gayol no era tan complicado, ni esa clase de ser humano. “Ventaja”, le llamaban de muchacho, porque gustaba andar un paso por delante de la juventud de su tiempo. Sí, Ventaja, mas sin chistar aquel revoltoso prestaba su pecho a quienes, como él, seguían la libertad de Cuba.

Gayol, hijo de padres españoles, nació en Manatí, Las Tunas, el 24 de mayo de 1936. Matriculó, en los primeros años en una escuela de Hermanos Maristas, sin embargo, su carácter rebelde acortó su estancia en esa institución religiosa. A los 16 años, en el Preuniversitario, lo sorprende el golpe de estado de Fulgencio Batista. Pronto, sus contemporáneos conocerían el valor del único vástago de la gallega Aurora.

“Comienza a destacarse, primero en una manifestación frente al Hotel Colón y, más tarde, en el velorio simbólico realizado al universitario habanero, Rubén Batista, tras su asesinato por los cuerpos represivos. Se realizó en medio de una feria agropecuaria, en el Casino Campestre. Allí, la policía intervino e inició una trifulca. Mientras unos corrían por su seguridad, Gayol permaneció firme, defendiendo el ataúd que significaba la dignidad de los cubanos”, refiere el historiador, Francisco Luna Marrero.

En el Instituto de Camagüey se ganó la responsabilidad de secretario de propaganda. Fue cuestión de tiempo para que, por su capacidad de liderazgo, lo seleccionaran como presidente de ese centro. Por aquellos años, el joven impetuoso también trabó amistades que compartieron su misma suerte y sueños, tanto en la lucha en las calles como en las situaciones más triviales de la vida.

Felipe Avilés Cosío, combatiente de la clandestinidad y del Ejército Rebelde, aún recuerda, entre risas, que su compañero era “ventajista en todo: en la pelota, el cubilete, para conquistar a una novia… pero cuando había problemas con la tiranía, siempre se colocaba a la vanguardia. Salíamos por ahí, jaraneábamos, íbamos a fiestas, inventábamos: hacíamos peloticas con cajitas de cigarros y creábamos la Cartoon League – Liga del Cartón-”.

Del piquete, el más serio era Álvaro “Charles” Morell. Siempre estaba ahí para halarle las orejas a sus amigos traviesos. Gracias a él, llegaron a manos de Jesús los primeros libros relacionados con el socialismo. Gayol, pensaba en el futuro. Quería estudiar Arquitectura. Aspiraba, quizá, a convertirse en un maestro de la disciplina como Le Corbusier o Antoni Gaudí. Tal motivación lo condujo a matricular en esa carrera, en la Universidad de La Habana, y a profundizar los lazos con un estudiante, llamado José Antonio Echeverría.

Según Luna Marrero, “Echeverría, representante del Directorio 13 de Marzo, venía con frecuencia a esta provincia y en varias ocasiones se quedó en la casa de Gayol, situada en la calle República entre Pobre y Perdomo. Ambos hicieron una grata amistad que mantienen después de su partida para La Habana, donde se convirtió en jefe de las brigadas 26 de Julio, de las que había sido fundador en Camagüey”.

En 1957, es arrestado por los esbirros. Peligra su vida. No obstante, Aurora, su querida madre, logra rescatarlo de la muerte y va al exilio. No fue hasta el ‘58, cuando embarca de regreso en la expedición El Corojo, desde México, que recaló en Pinar del Río. Su labor revolucionaria no se detiene y, en ese territorio acomete varias acciones como la quema a una emisora. Furia, como lo apodaron, en la tierra del tabaco, sufrió una herida que lo incapacitó durante varios meses.

“Sin recuperarse, se dirige a la capital, y de ahí al Escambray, en busca de Ernesto Guevara de la Serna. El Che al ver sus condiciones lo manda a una escuela de instrucción. Gayol ya tenía un historial revolucionario respetable, que le valieron el derecho de participar en la toma de Placetas y más tarde en la toma de Ciego de Ávila, con San Luis”, aclara el investigador Francisco Luna.

El combatiente clandestino y del Ejército Rebelde, Antonio Fontes Carvajo, cuenta que, al incorporarse a la tropa del Che, en Las Villas, descubrió a su antiguo compañero del Instituto. “Me di cuenta que había cambiado su forma de actuar, de hablar, de pensar y de comportarse, era muy diferente a aquel chiquillo explosivo que conocía.

“Tuve problemas con los integrantes de la columna. Nos apartaron a los camagüeyanos porque alegaban que no habíamos apoyado lo suficiente al Che, en su paso por el sur de nuestra región. Yo riposté de manera violenta aquellas ofensas. Pero llegó Gayol, me calmó y ante los acusadores, resaltó mi trayectoria como servidor a la Patria. Luego, reunió a todos los de Camagüey y nos aconsejó que para demostrar nuestra verdadera valía, debíamos ser disciplinados, permanecer dispuestos al combate y confiar siempre en la Revolución que construíamos”.

Con el triunfo de la gesta del ‘59, asume diversas responsabilidades en la dirección del país: lo colocan al frente del desarrollo del INRA, en Las Villas, en el Instituto de Recursos Minerales, director de la Empresa de la Harina, en La Habana. Comenta el estudioso Luna Marrero, que “llegó el momento en que conocía a todos los panaderos de la región. Como viceministro del azúcar, visitó los más de 120 centrales que tenía el país para comprobar su funcionamiento y eficiencia. Cuando se le asignaba una tarea, la quería transformar en lo más importante que existía”.

Transcurrían las primeras fechas de la Revolución en el Poder. Modesta Mirtha Reyes Carmenate, hacía mucho no veía a su entrañable amigo, Gayol. Un día, recibió una visita inesperada: “mi hermana se apareció en la casa con un hombre de una tupida barba roja. No lo conocía, hasta que habló.¡Tutín!, exclamé enseguida de la emoción. Así le decíamos sus cercanos.

“Recordamos los viejos tiempos. Nos pusimos al día. Juntos fuimos a un festival de la Policía Nacional Revolucionaria. En cierta ocasión, se me declaró, pero por circunstancias de la vida tuve que declinar. Más adelante, me enteré que tuvo un accidente, en La Habana, donde casi muere. Fui a verlo al hospital. Allí me encontré a su madre Aurora y a su esposa. A la última, me la presentó de una manera muy peculiar, muy suya. Le dijo: ‘Mira esta mujer me dio a mí calabaza’”.

Cuando Jesús recibe la noticia de su partida para la misión internacionalista en Bolivia, “(...) su reacción fue como la de un niño al que se premia con el más preciado juguete (…)”, expresó el ministro Orlando Borrego. De inmediato, se integra al entrenamiento de los que partirán al país andino, estudia Quechua, tiro con cinco tipos de armas, aprende su leyenda personal. A pocos meses de arribar a su destino, el Rubio, como lo nombraron en la guerrilla, muere en combate el 10 de abril, de 1967.

Sobre el acontecimiento, escribió el Che en su diario: “(…) a media mañana llegó muy agitado el Negro a avisar que venían 15 soldados río abajo (...) Pronto llegaron las primeras noticias, con un saldo desagradable: El Rubio, Jesús Suárez Gayol, estaba herido de muerte. Y muerto llegó a nuestro campamento, un balazo en la cabeza (...) el tiroteo duró unos segundos (...) junto a un soldado herido encontraron al Rubio ya agonizante, su Garand estaba trabado y una granada con la espoleta suelta, pero sin estallar, estaba a su lado (...)”.

En una carta dirigida a su madre, Gayol refiere que “(…) Cuando se es revolucionario verdadero se siente la necesidad de servir a la Revolución desde los lugares más difíciles, en los puestos de vanguardia (…)”. Siempre un paso al frente, resultó el primero de los guerrilleros en morir. Este 2022, conmemoramos el aniversario 55 de la desaparición física de ese hombre aventajado, a quien no le preocupó nunca entregar su sangre, en un nación extranjera porque él mismo representaba la libertad.