CAMAGÜEY.- Diecinueve días después de la firma del Tratado de París - el 10 de diciembre de 1898, al término de la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana - Máximo Gómez, en su condición de General en Jefe del Ejército Libertador, manifestó su inconformidad y posición mediante la Proclama de Narcisa, documento que toma el nombre del sitio donde acampaba en el territorio villareño.

Escribió: “La cesación en la Isla del poder extranjero, la desocupación militar no puede suceder entretanto no se constituye el gobierno propio del país, y a esa labor es necesario que nos dediquemos inmediatamente para dar cumplimiento a las causas determinantes de la intervención y poner término a esta en el más breve tiempo posible”.

Un repaso a otros documentos de su puño y letra muestra su preocupación y oposición respecto al intervencionismo yanqui. El 4 de septiembre, aún acampado en el referido lugar, hace constar:

La situación es, por demás aflictiva (…) la evacuación por parte de los españoles, de la Isla, se hará despacio y cómodamente, para después ocuparla los americanos. Mientras tanto, a los cubanos nos ha tocado el despoblado y por premio de nuestros servicios de nuestro cruento sacrificio; el hambre y la desnudez, que hubieran sido más soportables en plena guerra que en esta paz, donde no nos es permitido ostentar nuestros laureles tan bien conquistados”.

Para el 8 de enero de 1899, deja claro su pesar:

“Los americanos están cobrando demasiado caro con la ocupación militar del país, su espontánea intervención, en la guerra que con España hemos sostenido por la Libertad y la Independencia.

…Nada más racional y justo, que el dueño de una casa, sea el mismo que la va a vivir con su familia, el que la amueble y adorne a su satisfacción y gusto; y no que se vea obligado a seguir, contra su voluntad y gusto, las imposiciones del vecino. La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía”.

El período entre 1899 y 1902 lo dedicó a luchar por mantener el legado martiano de la unidad entre quienes lucharon por la independencia de Cuba, y con ellos dar término a la ocupación militar, objetivo al que se antepuso la fragmentación en diferentes partidos con vistas a las elecciones para establecer una República alejada del precepto del Apóstol.

En carta escrita a Francisco Sánchez desde Calabazar, el 14 de agosto de 1900 expone que “fue necesario un Weyler para mantenernos unidos, porque en presencia de aquel monstruo todo el mundo comprendió que la desunión pudiera perdernos, y se aparenta ahora ignorar que estamos en frente de otro peligro mayor”.

Ni sus discrepancias con la Asamblea de Representantes del Cerro, ni la disolución de los órganos representativos del pueblo - el Partido Revolucionario Cubano y el Ejército Libertador - quebrantaron la autoridad moral del Generalísimo, quien recibió múltiples muestras de respeto y cariño de los cubanos aun después de su deceso el 17 de junio de 1905.

Otra misiva remitida a Sotero Figueroa, fechada el 8 de mayo de 1901 en Calabazar constituye un incuestionable alerta: “Lo que tenemos que estudiar con profundísima atención, es la manera de salvar lo mucho que aún nos queda de la Revolución redentora, su Historia y su Bandera.

De no hacerlo así, llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee”.