CAMAGÜEY.- ¿De dónde saca fuerzas una deportista de 20 años para levantarse tras varios esguinces de tobillo, una fascitis plantar, inflamaciones en el tendón rotuliano de una de sus rodillas, tres rupturas de ligamento en su pierna derecha y un contagio de COVID-19? Cualquiera hubiese renunciado, pero a Davisleydi Velazco “la bomba” que le “implantaron” en el pecho la mantiene saltando en la élite mundial de una prueba en la que reina la extraordinaria venezolana Yulimar Rojas.

Puertas adentro del número 14 del pasaje C en el camagüeyano barrio La Ceiba, le forjaron ese mecanismo de resistencia que la llevó a aterrizar en 14.34 metros en marzo de 2020 y así asegurar su presencia en la prueba de triple salto de los Juegos Olímpicos de Tokio. En la que este martes fue declarada como Casa Olímpica le enseñaron que “la fortaleza que se necesita para ser grande se lleva dentro”, como afirma su padre David Velazco.

Él, miembro del elenco de la popular agrupación músico-danzaria Rumbatá, “quería que la niña fuera bailarina, pero no hubo manera de separarla del deporte. Recuerdo que en su primera competencia importante, ella se impresionó por la ropa y el calzado de las rivales; yo le dije que la ropa no saltaba y que en la línea todas eran iguales y tenía razón, porque ganó. Así ha ido superando miedos y obstáculos y nunca le he visto límites”.

Lo dice con el respaldo de tener a unos metros un oro continental y un bronce mundial que cosechó su hija en categorías inferiores y con la confianza que le dieron los 14.21 m. que consiguió el pasado sábado en La Habana, con pocas semanas de entrenamiento tras recuperarse del Coronavirus.

Aunque su mamá proviene de una familia de atletas, también soñaba con ver a su pequeña en los escenarios. “Yo quería que fuera modelo, pero lo que está en la sangre no se puede negar. Nosotros la educamos con lo mejor que podíamos, pero sus entrenadores aportaron muchísimo”, confiesa Águeda Fernández. Y precisamente por eso le confirió el honor de colocar la pegatina alegórica en la puerta de su casa a Eusebia Riquelme, su primera entrenadora y su segunda madre.

Cuenta Águeda que “a veces nosotros teníamos que trabajar y Eusebia se encargaba de la niña. Los profesores Lázaro e Iván también la ayudaron mucho en los primeros pasos de su carrera, sin ellos no existieran sus medallas”. Hablando de premios, ambos padres entienden que haber clasificado es ya un gran logro, pero sus esperanzas van más allá. “Si la salud la acompaña y sigue entrenando fuerte, creo que puede estar en la final”, asegura David, mientras la progenitora cree que “a mi hija ya no le asusta ningún estadio o rival, por muy grandes que sean. Si llega a Japón, va a ser para hacer lo mejor y las demás van a tener que cuidarse”.

Así, a ritmo de rumba y con toda fuerza, le bombea la herencia del corazón a las venas a Davisleydi. Quizás en Tokio un baile de dos pasos y un salto cumpla el sueño de su papá y su madre se sienta satisfecha con verla caminar y sonreir elegante en el estadio olímpico de la tierra del sol naciente. Ni modelo, ni bailarina, de la polvorienta callejuela de de La Ceiba salió una atleta que encuentra ahora su primera oportunidad de explotar bajo los cinco aros.