CAMAGÜEY.- La calle de asfalto con la tierra húmeda en sus baches estaba limpia. Los jardines a ambos lados con los tonos de la amapola roja, la marilope y los verdores acentuaban la tranquilidad de la mañana, alrededor del Consultorio 4 de la Calle Verges, en esta ciudad. Allí tocaba este viernes la primera dosis de Abdala a su último grupo de mayores de 60 años de edad.

Desde temprano disponían de los bulbos, nos confirmó la enfermera Betty Ramírez Domínguez. Cada pomito alcanza para diez pinchazos. Al frente del vacunatorio se veían relajadas las primeras personas citadas como parte de un meticuloso cronograma contra cualquier aglomeración.

También por ahí andaba calmado Eduardo Ferrá López, comercial de la UEB Apícola de Camagüey. Cumplía la misión de chofer dispuesto para el traslado al hospital si se diera una situación de emergencia. Desde el primer día de la vacunación se ha mantenido parqueado el carro con el rótulo de Apicuba.

Los pacientes a la espera de la señal de su médica de la familia ocupaban las sillas tapizadas con vinil azul, que de seguro pertenecen al juego de comedor de algún vecino. En el barrio colaboran con lo que tienen, por ejemplo, de la casa número 208 es la mesita y el taburete usados para el punto de venta de libros. Otro presta su equipo de audio para la sesión vespertina, cuando termina el turno del técnico de sonido Ernesto Moreno Pérez, contratado por el Centro Provincial del Libro y la Literatura.

Cuando el reloj marcó alrededor de las ocho de la mañana, salió la autoridad sanitaria más respetada y querida en el lugar. Se trata de la doctora Ladys Pérez Guerra, especialista en Medicina General Integral. En esa comunidad ha forjado su vida profesional y privada desde hace 23 años.

La jornada de trabajo se abrió con el Himno Nacional. Luego, la doctora contó de la prueba piloto con 50 pacientes, porque su consultorio estuvo en el grupo por donde comenzó la inmunización con Abdala en la población de Camagüey. Explicó el porqué aún se le dice candidato vacunal y no vacuna, y calificó de mínimas las reacciones adversas en los 240 inyectados hasta ese minuto.

Según el protocolo, correspondía examinar la presión, entre otros detalles, para dar sin temores el hombro a la enfermera. Paralelo a eso, Orlando Robert Cabrera ofrecía su dosis artística. ÉL labora como técnico del Teatro Guiñol, pero reside cerca del lugar. Cuando se enteró del vacunatorio, se brindó a cantar como solista aficionado y a contribuir con la armonía necesaria.

Al lado de una planta de grandes hojas estaba el puesto de Nísida Arizón Miranda, librera del Centro Cultural Ateneo Vietnam. Ella prestará ese servicio durante 45 días. Cada jornada, las ventas aumentan tanto como la simpatía de los clientes. Una mujer joven llegó a saludarla y a contarle que leyó de un tirón el libro comprado. Ahora su esposo es el siguiente lector del ejemplar.

Al descubrir mi perfil de reportera, se me acercó Juana Sosa Rubio “aunque tenga el pelo blanco”, jaranea. Es la dueña de la mesita y el taburete. Tenía en punta su coche de mensajera, pero antes de ir a hacer los mandados quería que tomara nota de su orgullo sano: “Nadie le ha fallado a la doctora mía”.

Ya casi tocaba el turno al segundo subgrupo para vacunar. Entre los diez estaba Gladys del Valle Baños, de 85 años de edad. Al ver a los interesados en la oferta de Nísida, se acercó por una razón: “Si no leo, no duerno”. Compró el Cuaderno de historia principeña 17, y en pocos minutos dejó una lección tremenda. Ella teje, cose, ayuda a cuidar a su esposo encamado, lleva la estadística diaria de la COVID-19 y sigue estudiando Gramática como buena profesora de Español.

Cuando llegó el momento de nuestra despedida, el día se hacía más denso. El sol abrazaba con el cielo despejado, pero quedaba la humedad como marca del aguacero del jueves. Sin embargo, nada de eso entorpecía el fluir de la inmunización contra la pandemia en la cuadra de la Calle Verges, entre San Martín y San José.

En el Consultorio 4, este sábado comenzarán a recibir la primera dosis de Abdala personas de entre 40 y 59 años de edad. Y seguro será otro ejemplo de organización y de fraternidad en una comunidad con proyectos en pausa y muchos sueños por cumplir desde el minuto cero de vencimiento a la COVID-19.