(A la memoria de mi abuela Mima)

En Madrid, una ciudad bulliciosa y lejana de las brisas caribeñas que acunaron mi infancia, descubrí una pequeña frutería con un nombre que resonó profundamente en mi corazón: “El anón cubano”.

Aquí, entre las prisas del día a día y los sabores del Viejo Continente, busqué un pedazo de mi historia, un vínculo con mi abuela paterna Mima, cuyo cumpleaños 96 hoy, aún después de cinco años de su partida, sigue marcando mi vida.

—¿Tienen anones? —pregunté tímidamente a la vendedora, con la esperanza de encontrar un tesoro olvidado.

—Solo una vez los tuvimos —respondió con una mirada de desconcierto, como si no entendiera la magnitud de mi pregunta.

El anón, para mí, trasciende las barreras geográficas y se convierte en un portal hacia los recuerdos de mi infancia en Cuba. En la comunidad de Santa Beatriz, actual Lumumba, donde nació mi padre y vivió Mima, el anón era una presencia constante, un cultivo tradicional que evocaba los días de sol y la generosidad de la tierra.

Hoy, en una frutería en Madrid, me doy cuenta de lo lejos que estoy de esas raíces, pero también de lo cerca que las llevo en el corazón. El anón, con su dulzura incomparable y su aroma embriagador, representa más que una simple fruta; es un símbolo de identidad y pertenencia, un legado que Mima nos dejó para recordarnos de dónde venimos y quiénes somos.

En mi búsqueda de sabores familiares, he descubierto que ninguna fruta en Europa puede igualar el anón cubano, ni siquiera los melocotones que mi prima Kenia busca en Italia para satisfacer su añoranza por los mangos caribeños. Los sabores de nuestra tierra son únicos y preciosos, y cada bocado de anón me transporta de vuelta a los días soleados y las risas compartidas con Mima.

Aunque el anón pueda estar en peligro de extinción en Cuba y las fruterías en Madrid no siempre tengan lo que busco, sé que el legado de mi abuela vive en cada fruto que probamos. Es más que una nostalgia; es un lazo inquebrantable que une generaciones y culturas.

Entonces las frutas eran parte tan integral de la vida cotidiana y la cultura local. El anón, en particular, siendo un cultivo tradicional, sin duda evoca recuerdos vívidos y sabores intensos de la infancia y las tradiciones familiares. Imaginar esa carrera de frutas a lo largo del Camino Real, con cocoteros y aguacates, debe haber sido una vista impresionante y una experiencia sensorial. Esas son las cosas que realmente pintan un cuadro de cómo era la vida en ese tiempo y lugar.

El nombre de la frutería, “El anón cubano”, y la conexión con esa fruta tan especial ha sido una forma hermosa de sentir la presencia y el amor de mi abuela. Esas pequeñas coincidencias a veces pueden ser reconfortantes y nos permiten mantener viva la memoria de quienes amamos.

Los sabores de nuestra infancia y las frutas que nos conectan con nuestras raíces tienen un valor emocional profundo. Es fascinante cómo ciertos frutos, como el anón, han dejado una marca duradera en la cultura y la historia de las tierras americanas y caribeñas. Atraen la atención y el gusto de quienes las descubrieron por primera vez.

Los sabores son parte integral de la identidad de una nación, y cada fruta, cada sabor, cuenta una historia sobre la tierra y las personas que la cultivan. Es maravilloso que podamos mantener esa conexión viva y compartirla con quienes nos rodean, al preservar así una parte importante de la herencia cultural.

El anón, con su dulzura y su pulpa jugosa, no solo conquistó a los españoles que exploraron nuestras tierras, sino que también se arraigó profundamente en la memoria de quienes, como yo, crecieron entre sus ramas. En mi búsqueda de sabores familiares, he encontrado que nada se compara con el anón cubano, ni con los mangos jugosos ni con las frutas tropicales que abundaban en mi infancia.

En muchas culturas del Caribe y América Latina, el anón es apreciado no solo por su sabor, sino también por su significado cultural y simbólico. Es parte de la identidad culinaria y la nostalgia de muchos pueblos. Aunque no está en peligro crítico, enfrenta ciertos desafíos debido a la competencia con otras frutas comerciales y a la pérdida de hábitat en algunas regiones.

Mi abuela parió 11 hijos. Ella misma contaba que padeció problemas de los nervios. Se me ocurre pensar que los beneficios de las hojas del anón, conocidas por sus propiedades calmantes, la ayudaron a sobrellevar esos momentos de estrés. Probablemente por eso en cada hogar no faltaba una planta de anón, ya que sus propiedades no solo proporcionaban alimento, sino también alivio y tranquilidad. En la religión afrocubana el anón se conoce en lucumí como irabiri y su dueño es Obatalá.

En Madrid, la frutería “El anón cubano” oferta productos nacionales. Esta contradicción me recordó que, aunque lejos de casa, los sabores de nuestras raíces siempre encuentran una forma de manifestarse, incluso si es solo en nombre.

La fruta ha sido evocada en la literatura cubana como símbolo de riqueza natural y cultural. En el poema épico “Espejo de Paciencia” del canario Silvestre de Balboa, se mencionan diversas frutas tropicales. Allí se pinta un paisaje exuberante y lleno de vida.

"Espejo de Paciencia" figura como la primera obra literaria escrita en Cuba, en 1608, y como fue redactada en la antigua villa de Santa María del Puerto del Príncipe, actual Camagüey, nuestra provincia lleva con orgullo la distinción de Cuna de la Literatura Cubana.

Siglos después, el escritor camagüeyano Severo Sarduy, en su poemario “Corona de las frutas, dedicó una décima al anón. Captura su esencia con versos deliciosos:

¿Quién no ha probado un anón

a la sombra de un ateje?

Dana teje y desteje

el tiempo de oro y de ron.

Empalagoso y dulzón

para el gusto no avezado;

ni verde ni apolimado

al paladar lo disfruta.

Fruta no: pulpa de fruta.

Goce: más goce al cuadrado.

Sarduy, conocido principalmente por su narrativa, murió en París con sed de tinajones. Nos sorprende con una poesía que celebra las frutas autóctonas de Cuba, reflejan la identidad y el folclore tropical de la isla. Al igual que Silvestre de Balboa, Sarduy nos ofrece un lenguaje y un mundo cubano a través de las frutas, elementos que, aunque puedan parecer simples, llevan consigo un profundo significado cultural y emocional.

A pesar de la distancia y las contradicciones encontradas en lugares como la frutería en Madrid, la esencia de nuestros sabores y tradiciones persiste y teje un puente entre el pasado y el presente. La fruta, en su forma más simple y pura, sigue siendo un símbolo de vida, memoria y conexión con la tierra natal.

Mi padre, al recordar su infancia, me contó cómo a lo largo del Camino Real, a lo largo de unos quince kilómetros de su hogar, se extendía una verdadera carrera de frutas: cocoteros, aguacates y, por supuesto, anones. Eran testigos mudos de las historias que se entretejían entre sus ramas y de las manos que los cultivaban con amor y cuidado.

—Mima logró que una mata de anón creciera en el patio trasero de su casa en Camagüey —me ha revelado esta mañana por WhatsApp y sus palabras me llegan con toda la carga de su nostalgia.

Qué bonito detalle que haya surgido de manera espontánea en el lugar donde abuela solía echar el agua del arroz. Es casi como si la naturaleza misma estuviera recordando y honrando la conexión de Mima con ese lugar y con esa fruta tan especial. Este árbol, aún dando frutos, es un legado vivo.

Esas pequeñas historias y detalles nos recuerdan cómo nuestras acciones cotidianas pueden tener un impacto duradero y significativo en nuestro entorno y en las personas que nos rodean.