CAMAGÜEY.- El aroma del café recién colado se mezclaba con la frescura de la mañana en el patio de la galería Alejo Carpentier. Entre las columnas blancas y el hierro forjado de las mesas, conversábamos con Isnel Plana Pérez, pintor y geólogo, que volvía a un lugar que también fue suyo: “Aquí viví un tiempo —me confiesa—; en este lugar me bañaba y hasta dormía cuando no podía regresar a Sibanicú”.
Esa anécdota remite a la década en que fue presidente del Consejo Provincial de las Artes Plásticas de Camagüey, antes de coordinar la Misión Cultura en Venezuela (octubre de 2010 a septiembre de 2011). Pero no fuimos a conversar de eso, sino del Premio del Salón Fidelio Ponce en la categoría de proyecto curatorial que recibió por Efecto Mariposa, una exposición donde confluyen ciencia y arte, pasado y futuro, lo ancestral y lo contemporáneo.
La trayectoria de este hombre parece trazada con la misma paciencia con la que la geología revela sus secretos: capas de experiencia, vetas inesperadas y giros sorprendentes. Se formó como ingeniero geólogo en el Instituto Superior Minero-metalúrgico de Moa, tras haber iniciado sus estudios en la Universidad de Ciencias Naturales Komennius, en Bratislava, Eslovaquia, donde no solo se adentró en los misterios de la Tierra, sino también en el idioma eslovaco, lengua que aún conserva como signo de un tránsito vital. Ejerció su profesión desde 1992, pero la pulsión creativa lo llevó a una segunda vida: la de artista autodidacta, inscrito en el Registro Nacional del Creador.
Sus obras, vistas en conjunto, revelan un tránsito entre lo gestual y lo geométrico, entre lo efímero y lo perdurable. Si en el collage celebra la fragilidad de lo cotidiano cosido y reparado, en la pintura acrílica afirma la monumentalidad de lo pétreo, como si alternara entre registrar la herida y buscar lo sagrado en la materia. En ambos casos, la investigación plástica trasciende la mera composición formal: es una necesidad de nombrar la fractura y, al mismo tiempo, de palpar la piedra que sobrevive.
En Efecto Mariposa, Plana propone una cartografía distinta: no la de las coordenadas precisas, sino la de la memoria y el espíritu. Su discurso fluye entre la tradición y la modernidad, donde la naturaleza deja de ser recurso para convertirse en interlocutora. Habla de Ana Mendieta, Leonardo Da Vinci, Matisse y Brancusi, como quienes antes intuyeron esa reserva espiritual que late en lo primitivo y que aún tiene mucho que decirnos.
Sus obras, dice, son mapas de conciencia: dibujos y collages que no buscan representar el mundo, sino ubicarnos en él, recordándonos que la única convivencia posible nace del respeto y la comunicación con la Tierra.
EL CRUCE DE CAMINOS
El artista se mueve con naturalidad entre lo científico y lo poético. En Bratislava, a finales de los ochenta, aprendió a ver “los grises” de Europa, las atmósferas apagadas que luego trasladaría a sus obras. Más tarde, el Instituto Superior de Arte (ISA) en La Habana —aunque lo cursó menos de un año— le enseñó a organizar el pensamiento estético: “El ISA me cambió la manera de ver, me obligó a incomodarme, a no hacer lo fácil”.
Hay otra figura que aparece con fuerza en su relato: la pintora Ileana Sánchez, a quien llama “su madre artística”. Con ella aprendió cerámica en la secundaria, en los años de becado. “Todavía dice que soy su hijo. Me adoptó. Me enseñó rigor, exigencia. Estoy loco por volver a la cerámica algún día”, confiesa.
Una rápida mirada a obras anteriores pone en evidencia una evolución notable, tanto técnica como conceptual. En Poesía, magia y primavera (1996), muestra un dibujo minucioso, cargado de líneas y detalles orgánicos que evocan el mundo natural, con una clara inclinación hacia lo fantástico y simbólico. En Resaca doméstica (2004), su trabajo adquiere mayor fuerza cromática y expresividad, integrando formas surrealistas y una composición más libre que revela seguridad en el uso del color y la estructura. Finalmente, en una obra sin título de la serie Geopretextos (2007), se aprecia una madurez estética y una consolidación de su estilo personal, en el que la materia, la textura y la metáfora visual se funden para expresar una visión compleja y profundamente sensible del entorno natural y humano.
En su más reciente etapa, representada por Efecto Mariposa, da un nuevo salto al apropiarse del lenguaje visual de los mapas como eje conceptual y estético. La exposición parte de una idea científica que transforma en filosofía visual. “Me apropio del concepto de que una acción en un lugar puede repercutir en otro. Hablo de cómo el conocimiento humano provoca efectos, y de cómo a veces olvidamos lo esencial: que lo natural suele ser más eficaz que lo artificial”.
En la serie Paliomundi, retoma cartografías antiguas —incluso de Leonardo da Vinci— y las interviene con capas, papeles traslúcidos, fibras naturales y tierras craqueladas. “Me interesa que el espectador vea lo bello. No mostrar lo catastrófico, sino enamorar a la gente con la belleza de la Naturaleza”.
Plana mantiene un diálogo entre la precisión del trazo cartográfico y la libertad creativa del arte, pero ahora su exploración es más abstracta y poética: el mapa se transforma en metáfora de los vínculos invisibles que conectan los fenómenos —como el propio efecto mariposa sugiere—. En esta etapa se percibe una síntesis madura entre ciencia y arte, donde la técnica se depura y el discurso se vuelve más universal, invitando al espectador a descubrir los pliegues y resonancias ocultas del territorio interior y del planeta que habitamos.
DIBUJANDO EN SIBANICÚ
Podemos imaginar cuando el sol de Sibanicú cae manso sobre los patios donde crecen frutales, y en ese espacio íntimo ha encontrado su lugar. No nació en ese pueblo, sino en el municipio de Colombia, cuando parte de Las Tunas pertenecía a Camagüey: “Lo único que no me hace sentir extraño en Sibanicú es estar cerca de la tierra”.
Para él, cada obra es también un mapa: “En el arte, aprovecho lo que aprendí como científico. Los geólogos pasamos la vida haciendo diagramas, mapas. Eso me ayudó a seguir dibujando, a crear mis propias texturas y símbolos”.
Su mirada del mundo no se separa de esa raíz: el subsuelo como explicación de las guerras, las capas como metáfora del conocimiento, el microscopio como ventana a nuevas abstracciones. “En esas capas siempre habrá un conocimiento perdido para que el otro que venga después pueda seguir buscando”, dice, convencido de que el arte, como la geología, avanza excavando.
Desde esa perspectiva, afirma que sus obras funcionan como cartografías de la memoria cultural y del grito ecológico. Su formación científica también aflora en reflexiones sobre el cambio climático y el modo en que se manipula la información: “El cambio climático es real. No es la Naturaleza la que no se adapta: somos nosotros. La Tierra siempre encuentra la manera de equilibrarse”.
Y mientras habla, regresa una y otra vez a los recuerdos de sus días como estudiante de geología: la primera caja de lápices checos, los mapas codificados por colores, la fascinación por los cuarzos y las ágatas. “Cuando encuentras un mineral en la naturaleza, ya es una escultura perfecta. No hay manera de mejorar lo que hace la Tierra”, sonríe.
Hoy combina su creación con el trabajo en la Dirección Municipal de Cultura de Sibanicú, donde atiende programas y artistas locales. Asegura tener planificada su obra hasta los 60 años. En diciembre cumple 57. La próxima exposición ya tiene título: Paragénesis, inspirada en la visión microscópica de los minerales.
GRATITUD Y FUTURO
El diálogo, sereno y profundo, transcurría entre sorbos. Plana hablaba de capas geológicas, de mapas y texturas, de cómo la ciencia se disuelve en su obra plástica hasta transformarse en poesía visual. En la sala cercana, una de sus piezas parecía esperarnos: un mapa expandido como si fuese un ojo que todo lo observa, rodeado de círculos que contienen la memoria de la Tierra —minerales, grietas, hojas petrificadas, polvo. Allí estaba resumida su obsesión: mirar el mundo como quien excava.
Al despedirse, Isnel enumera agradecimientos: a los profesores que lo guiaron, a los colegas que lo apoyaron, a los vecinos que lo acogieron. “Me fui creyendo que lo que yo hacía podía tener valor porque otros confiaron en mí. Soy deudor de mucha gente”.
Así, con los pies en la Tierra y la mirada en los mapas del futuro, Isnel Plana sigue dibujando un arte que es también ciencia, memoria y gratitud. Un arte que, como las capas geológicas, guarda en silencio la huella del tiempo y espera al próximo explorador que se atreva a mirar. Nuestra entrevista ha sido un viaje a la certeza de que el arte puede ser tan revelador como un corte en la roca.