CAMAGÜEY.- A Leonor la sorprendió mi llamada, su humildad no le permitía entender por qué merecía una entrevista. Yo tampoco lo supe con tanta seguridad hasta que llegué al lugar. Me recibió con una sonrisa, me brindó una taza de café y me dijo: “fui hasta mi casa a buscar unas papas para hacer un pastel y brindarte”.

Cuando la custodio de la casa de visitas me comentó que mi entrevistada siempre iba bonita, pero que ese día se había esmerado, no le faltó razón. Leonor llevaba un vestido amarillo con detalles en negro que poco se veían por el delantal, y uno aretes con girasoles colgantes a juego. “Es que yo todos los días intento arreglarme diferente, me gustan los cambios”, explicó luego en medio de la conversación.

Detrás de la meseta de aquella cocina amplia y pulcra, se encuentra Leonor Díaz Caballero haciendo el café cada mañana desde hace tres décadas. Trabaja en la casa de visitas de protocolo del Partido Comunista de Cuba (PCC) en la provincia, localizada en el reparto Garrido. Allí no solo cocina, sino que se encarga de todas las tareas de ese hogar, y de lo más importante: atender a los visitantes.

Ángel Abelarda, trabajadora del PCC Provincial fue la responsable de que Leonor comenzara en ese centro como auxiliar de limpieza. Una vez dentro empezó cursos de superación, y la escuela del organismo, hasta que la ubicaron en la casa de visitas ubicada en Jayamá y luego en la que labora hoy.

En el 2014 viajó a Venezuela a cumplir una misión. Allá estuvo hasta el 2019 para desempeñarse como económica en la embajada de Cuba en ese país. Por su experiencia en la atención a los dirigentes, pasó a atender a grandes personalidades del gabinete de Nicolás Maduro (actual presidente).

“Por allá hice muy buenos amigos. Ahora me escriben -mi negrita, mi princesa, como te extrañamos, ¿cuándo vienes?- Esa época en que estuve en Venezuela fue difícil, los comerciantes no querían venderle a los cubanos y yo dejaba que me confundieran con colombiana y dominicanas para poder comprar”.

Leonor ha dedicado la mitad de su vida a atender a otros. “Lo que más he disfrutado de tantos años de servicio al Partido es la atención a los altos dirigentes de la Revolución Cubana, y mi aporte cuando el Papa nos visitó”.

“Una de las visitas que más tensas me ponían era la del comandante Juan Almeida, porque era muy noble pero de un carácter fuerte, que imponía. En una ocasión estábamos en la cocina mientras preparaba un dulce, y él me notó preocupada. Yo estaba así porque tres de mis hijos se graduaban y debía buscarles el traje. Yo no le conté, pero salió y regresó con una sorpresa: una muda de ropa para cada uno”. Relatos como ese llenan sus ojos de agradecimiento y cariño.

Ella explica la importancia de un buen servicio. “Si la comida no es buena, si sale mal puede manchar la imagen de todos, por muy provechosa que haya sido la reunión a la que fueron convocados”. Es evidente su buen trato cuando la recuerdan con tanto cariño y los que regresan a la provincia enseguida preguntan por ella, y dicen –no puedo irme de Camagüey sin verla- “Eso me enorgullece”, confiesa.

Leonor hace suyas las funciones que le dan, como aquella en el 2005 cuando pusieron el grupo electrógeno, tuvo que prepararse sobre cómo operarlo Es graduada de auxiliar de contabilidad aunque lo ejerció poco, pero tienen también varios títulos de cocina, hostelería y turismo… Desde hace varios años es secretaria del núcleo del área administrativa del PCC, y en cada tarea, va dejando su huella de mujer capaz.

En su casa, cambia los muebles, dice que los cuadros nunca estarán guindados en la misma pared. Suelta un chiste: “yo siempre me cambio el peinado para que mi esposo crea que soy otra y se enamore de nuevo”. Su esposo y compañero hace más de 40 años, con quien crió a sus cuatro hijos, los que hoy la llenan de orgullo porque los hizo hombres de bien.

La filosofía de la transformación le permite a Leonor entender la necesidad de incentivar a los jóvenes, de motivarlos para que se vinculen.

“Debemos estimular a los jóvenes que tenemos en el radio de acción. Porque el Partido es el impulsor de todo y cuando usted pierde la confianza en el Partido, lo perdió todo”.

En los ojos de esta anfitriona se nota la bondad, ella no ve la maldad en las personas, así la caracteriza su amiga, y es porque prefiere mirar la parte buena de las cosas, de la gente, aunque hayan hecho algo malo. De su papá lo aprendió.

Uno de sus nietos la llama desde Brasil “Abuela, dame una receta para hacer galletas”, y Leonor se llena de regocijo. También sus hijos la consultan cuando van a cocinar porque es un gran referente, pues usa el amor como condimento principal.

Cuenta que antes tenía más quehacer, salía de la casa a las 6 de la mañana y regresaba a la una de la madrugada, por eso enseñó a sus niños a ser independientes, se regían por un listado rotativo para las tareas de la semana.

Además del talento que tiene para la cocina, también prepara remedios con plantas medicinales para quien lo necesite. “Mi esposo se quejaba mucho de dolor en el estómago, y entonces el médico le diagnóstico úlcera. Me dediqué a buscar remedios para tratar ese padecimiento con medicina verde. A los tres meses de estar consumiéndolo el doctor se sorprendió de lo bien que había cicatrizado. Lo he probado con compañeros de trabajo, y hasta con personas de otras provincias que me piden ayuda”.

Esas plantas que utiliza van desde la cúrcuma hasta la flor de Jamaica, las tiene sembradas en el patio de la casa de visitas. Algunos conocimientos sobre estos recursos los aprendió de los indígenas donde estuvo de misión internacionalista, y desde entonces son bálsamo para los adoloridos y para el alma de Leonor.

Por su colaboración con remedios curativos a muchos en Venezuela, algunos la denominaban “doctora”. Unos le sugieren que venda las botellas de esos beberajes, pero ella cree que la vida le dio un don y que si lo cobra lo pierde, prefiere ayudar y ganar a cambio solo la satisfacción de haberlo hecho.

“Trabajar en la casa de visita es complejo, pero es bonito. Porque eso te exige prepararte más, tienes que dedicarte mucho más, independientemente de que todas somos mujeres. Entonces, cuando llegamos a nuestra casa, tenemos que ocuparnos de la labores de allí también”.

“Fue esa una de las razones por las que enseñé a mis hijos a ser independientes, sobre todo, al mayor, porque mi abuela me decía que si al mayor usted lo llevaba recio, que es el patrón, los demás siguen ese camino. De mis cuatro hijos al mayor, yo siempre lo llevé mucho más recio que a los demás”

“Pero la vida me demostró que era verdad, porque los cuatro se guiaron por él. Hoy son profesionales. Mis hijos son más que nuestros hijos, son mis amigos, mis compañeros, para su papá y para mí lo son todo. Fíjese que mi hijo mayor no se ha movido de la orilla de nosotros, porque él dice que en la retaguardia se tiene que quedar uno y le toca a él”.

“Cuando mis hijos se graduaron, agradecí a Machado por permitir su educación. Porque nosotros somos negros y si la Revolución no hubiese triunfado y el Partido no hubiese estado, yo no sé que hubiese sido de ellos. Mi éxito en la vida se los debo a la formación que me dio el PCC”.

“Como la sabana de Camagüey: de yuca y ñame” así la nombró Eusebio Leal en una de sus visitas a la provincia. Dice Leonor que al preguntarle a qué se refería le contestó: -no te preocupes por eso- Me arriesgo a decir que este símil que utilizó Leal, se refiere a su fortaleza y utilidad. La compara con el ñame por la capacidad de esta planta de sobreponerse a los vaivenes de la naturaleza, sobre todo a la sequía, y la yuca por el valor que tiene este alimento en la mesa del cubano. Así es ella, importante para quienes la conocen, con manos curativas y una voz esperanzadora.