CAMAGÜEY.- El Centro Nacional de Radares, de Camagüey, es un portentoso gigante que vigila por la tranquilidad del pueblo. Dentro de su radio de acción observa inclemencias del tiempo como tormentas locales y ciclones que amenazan no solo a nuestro territorio, sino a todo el país. Contribuyen, gracias a un eficiente colectivo a generar la información oportuna y a prevenir los posibles destrozos originados por la furia de esos fenómenos climatológicos.
Junto a los otros siete sistemas del país, el de esta provincia también ha escrito numerosas historias que recorren desde innovaciones tecnológicas hasta sucesos dignos de héroes anónimos. Orlando Lázaro Rodríguez González, jefe de esta institución, ha crecido a la luz del hábito de la observación y sus experiencias advierten el tránsito de la semilla al árbol frondoso, de la calma de un día soleado a la decisión rápida ante la inminente llegada de un ciclón, de las individualidades de un profesional al importantísimo trabajo en grupo.
En el año ´81 Orlando se graduó en la antigua Unión Soviética, en Automática, Telemecánica y Comunicaciones para el transporte ferroviario. Sin embargo, por el poco desarrollo de esa disciplina decidió cambiar el oficio. Y las casualidades de la vida también obraron: “yo aspiraba a una plaza que creía se relacionaría con mis conocimientos de mecánica. Pero un amigo me dijo que era para un radar. Ante mi incredulidad me contestó que lo sabía porque el director del Instituto Meteorológico era su vecino”.
Confiesa Rodríguez González cómo un temor lo sobrecogió al inicio, cuando llegó a Camagüey. Sentía que no encajaría en aquel lugar, ni inimaginable en sus fantasías. Después calmó la impaciencia. Conoció a uno de los especialistas soviéticos que lo entusiasmó y le demostró cuán útil podría ser, según su perfil, en un radar. Así empezó a estudiar, desde cero, “todo un campo atractivo y propicio para servirle a la sociedad”.
--¿Es tan difícil su trabajo como parece?
--Sí, lo digo por mis casi cuatro décadas de entrenamiento personal y de muchos compañeros. Las habilidades para laborar allí no se adquieren en ninguna carrera. Por lo general se vincula con la electrónica y, aun así, se necesita de una instrucción muy específica, de la práctica. Hasta el momento he adiestrado a 32 ingenieros y todavía me quedan cuatro para superar más a la familia.
--La teoría es fundamental, ¿también lo es la intuición?
--Mucho, es básica. En una ocasión tuve a un aprendiz con una percepción técnica maravillosa. Lo entrenaba con problemáticas que a mí me habían sucedido en momentos determinados y él, con una sagacidad extraordinaria, encontraba las soluciones con rapidez. Resolvía en un corto período las dificultades que, normalmente, tardan en aparecer con la experiencia. Esa agilidad mental siempre se necesita en la profesión.
--En su caso, ¿cómo la ha utilizado?
--Durante el huracán Irma hubo una falla repentina en el radar. Hacíamos observaciones cada diez minutos y en uno de esos momentos las perdimos. Rápidamente, entre todos encontramos el desperfecto y lo arreglamos. Esos instantes parecen una eternidad, por el nivel de peligrosidad del fenómeno climatológico. No es lo mismo cuando dispones de un mes para reparar que hacerlo en cuestiones de minutos.
--Creo que el trabajo en equipo cumple un rol fundamental…
--Resulta un pilar esencial. Nos ha ocurrido en diversas oportunidades que la respuesta a una interrogante no la han tenido los ingenieros, sino un técnico de nivel medio. Preferimos develar las incógnitas en espacios inclusivos, sin distinción de rangos ni de categorías. También promuevo que el colectivo se desempeñe en otras áreas. Yo obligo a los programadores a dar mantenimiento, a embarrarse de grasa, a “machucarse” los dedos.
--Desde mi punto de vista, hay algo de héroes anónimos en su labor
--El mejor ejemplo ocurrió a principios de 2018, cuando el radar de Punta del Este, en la Isla de la Juventud, dejó de funcionar. Hasta ahí fueron 13 ingenieros a restablecerlo y lo consiguieron. Solo que ese momento coincidió con las abundantes lluvias de mayo y cuando se montaron en el carro para retirarse, el vehículo quedó atascado. Tuvieron que andar nueve km con el agua al pecho, incluso, caminando junto a cocodrilos. Arriesgaron la vida, pero el radar ya estaba listo para seguirle los pasos a la tormenta tropical Alberto, que azotó la zona Occidental unos días después.
--¿Cuánto han aportado las innovaciones al “Centro"?
--La tecnología ha transitado hacia la modernidad con nuestras soluciones de avanzada. Actualizamos la vieja de los ´70, ´97 y 2006, con la modificación de los radares. Sustituimos las piezas difíciles de conseguir, los receptores, los módulos de antena y procesadores de señales.
Le añadimos cualidades que los equiparan con los de mayor rango. El sistema está computarizado y puede verificarse desde cualquier punto del Instituto de Meteorología. Cuando un radar tiene un error envía un correo que contiene información sobre el tema. También utilizamos los mismos softwares para procesar los datos que usan los de EE.UU.
Orlando resalta el mérito y la responsabilidad de los integrantes del sitio donde trabaja. Habla de la disciplina del personal en cuanto a la interpretación de la información, la realización efectiva de los diferentes tipos de mantenimientos e invenciones y el tributo del estado del clima, a las instancias tanto nacionales como internacionales. Siente placer en ese colectivo y sus palabras son como buenos pronósticos. Reflejan la noble consagración de proteger, a nuestro pueblo, con el capital humano y material para prevenir la ira de la naturaleza.