CAMAGÜEY.- Siento semejante ansiedad. Hace dos siglos y una treintena de años, Gaspar Betancourt Cisneros (El Lugareño) en un blanco pliego escribía en una noche calurosa de junio: “Hace media hora que te he invocado, Crítica inocente, para que me des el tema de esta Escena…”*
En esa desazón me encuentro un presente día de septiembre: inspiración que no llega y la voluntad de corresponder al pedido de una colega para contar las historias de los cactus que franquean la entrada del jardín de mi vivienda en el Reparto Garrido, casi colindante con la frondosa arboleda del Casino Campestre.
¡Vaya! Yo tengo al alcance de la mano dos variedades de plantas suculentas que no existen en ese pulmón verde de la ciudad de Camagüey. Por ahí va la cosa. No voy a caer en el sopor del insigne coterráneo, indeciso con la “flexible pluma asida entre el pulgar y el índice de la derecha” y la vista en los espirales de humo de un puro de Yara.
Una laptop y el sabelotodo Google suplen la desventaja con la sapiencia del principeño y los soplos de Crítica inocente. Les voy a hablar de la existencia de tipos de cactus según tengan o no espinas, adaptados a interiores soleados, colgantes, y los que poseen flores.
Mi hija Baby publicó en su muro de Facebook una foto del espécimen columnar, cuya majestuosidad de casi tres metros llama la atención de los transeúntes. Sin embargo, el toque de belleza son las flores, espectaculares y de corta vida, pues abren por la noche y se cierran temprano en la mañana. Algunas personas elaboran dulces de sus frutos. Lo seguro es que ese día las abejas viajan desde lejos para una fiesta del néctar.
La entrada al jardín también es franqueada por un voluminoso cactus de tallos aplanados, carnosos. Al parecer, además del interés ornamental, hay quienes reconocen beneficios para la salud. En reiteradas ocasiones, me han pedido esas “raquetas” suculentas para remedios de la abuela en el tratamiento de espolones calcáreos y hernias umbilicales. Apunto, por mi parte, no tener confirmación documental a no ser los testimonios orales y cuando río suena...
Esquivando dos apagones ya concluyo mis líneas, con más suerte que El Lugareño al terminar su Escena: “…que me duermo, lector o queridísima lectora, te pego el chasco de dejarte por esta vez en el resuello cogido esperando el parto hasta que des…pi…er…te”.
*Artículo 3, Gaceta de Puerto Príncipe 23 de junio de 1838.