Soy de Camagüey, nací en esta amplia llanura plural, mas, en 20 años nunca escuché hablar de Nitrógeno, una comunidad en silencio, geográfica y socialmente lejos de la céntrica avenida y los edificios.
Nitrógeno tiene comunidades hermanas en el mapa citadino. Desperdigados en el tiempo hay muchos “Nitrógenos”, con otros nombres, esos que nos afanamos para buscar la belleza de la vida para aludir a flores en “jardines”, sentimientos como “la esperanza” y la confianza en “el porvenir”.
Con la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz (UC) descubrí a Nitrógeno, a sus niños, a sus madres, a sus desórdenes urbanos. Salí de la burbuja, de la zona de confort, salí a comerme el mundo de un mordisco, o al menos a intentarlo.
Lo que hacemos se llama Proyecto Comunitario. Pero cada involucrado puede nombrarlo como desee, para la FEU es Revolucionando el Barrio, para los estudiantes de arquitectura y civil algo así como Construactivismo, los veterinarios lo llaman Huellas y los futuros periodistas, Cabriola. Para mí significa, parafraseando a Amado Nervo, amar todo lo que pueda, cuanto se pueda, a quien se pueda, sin preocuparse por la finalidad del amor.
Yo pude haber nacido en Nitrógeno, necesitar amor como ellos, un juego un domingo, una canción como alimento espiritual. Por eso me siento feliz de ser parte de algo tan bonito, que no se refleja en ninguna nota o asignatura, no viene en el título, y menos en el bolsillo. Se palpa en algo más valioso y sublime, en ese niño que dentro de diez años se sentará en mi aula y ¿quién sabe? volverá a jugar básquet, pero en la cancha de la UC.
Ahora necesito contar lo que viví allí este domingo. Quiero contar que coincidió con el cumpleaños de uno de los príncipes enanos de la zona y le coreamos la clásica canción de las fiestas; que la cancha de básquet 3x3 presenció los pasos más vivos, las canciones más honestas, los bailes más originales, las sonrisas más puras; que no les hablamos en lenguajes eruditos, que guardamos para la prueba de Filosofía, porque los niños de Nitrógeno son “la tiza” del cariño y ellos saben lo que es estar “escapa'os”, y de fallar en ello, estábamos destinados al fracaso.
Contar que todo el que se acercó pudo llevarse a la casa un poco del sabroso ajiaco, como se hace en las verdaderas fiestas cubanas; que los muchachos de Veterinaria fueron casa a casa e impactaron no solo en las personas sino en sus animales de compañía; que fue un ejercicio de cicatrización, para purgar las cargas y tristezas que llegan con cierta edad y que los pequeños saben convertir en una división entre cero: un conjunto nulo o vacío.
En la noche, ya sin tanto polvo en el pelo y repasando lo que hicimos en el día, alguien me dijo: “siento que podría dedicar mi vida a hacer esto”, y solo pude sentirme orgullosa de mis amigos, los universitarios. Orgullosa porque no fuimos a tomarnos fotos, como podrían pensar algunos, sino a amar.
¡Ay Mella! Caminando por el pasillo donde está tu busto siento que el metal no es tan sólido, que a casi 100 años vuelves a decirnos que “no serían reales los cambios en la Universidad sin una transformación social verdadera y profunda”.
La mejor manera de vivir el centenario de esta organización de tanto honor, tuya y nuestra, es creando valores, revolucionando mentes, sacando a la universidad del aula para transformar el barrio en una filial más.
Nos volvieron a preguntar ¿cuándo regresan? y yo sentí que la plastilina hechas hombrecitos tenía vida, y que los lápices de colores pintaron la más linda bandera cubana. Sentí que poco a poco nosotros también los necesitamos en nuestros corazones. Recordé que el aire para ser respirable necesita un porcentaje de Nitrógeno.