CAMAGÜEY.- Las congas no escapan de la efervescencia de una fiesta masiva, o de lo que en Cuba se llama carnaval, claro, sin la fastuosidad de otras similares en el mundo, como las de Río de Janeiro, en Brasil.
Pero el cubano no puede dejar el cuerpo quieto, cuando los tambores y rústicos instrumentos destapan el acompasado repique, y hasta los menos aficionados al baile, cuando menos, mueven alguna porción de su anatomía.
La fiesta del San Juan guarda siempre un capítulo para las congas, una estructura que aúna desde músicos hasta figurantes, todos con vestuarios de brillantes colores, e interesados en arrastrar, tras sí, a cuantos les subyuguen los timbres de marcado arraigo popular.
Tal como algunos defienden la música culta, esta especie de sonoridad de pueblo, es defendida por cientos de seguidores pues la encuentran con suficientes motivos para disfrutar de una variante contagiosa y de poca complejidad en pasillos y movimientos danzarios.
El esquema tímbrico se aparta de ciertos cánones habituales; sin embargo, solo es necesario que salga el primer compás, para que las siluetas encuentren pretextos para contornear el cuerpo a la usanza de cada persona.
La edad no es un problema. Allí los hay desde pequeños hasta algunos bien entrados en años. Ese sería un buen tema para buscar en las razones por las cuales ni el pasar del tiempo disipa ese sentido de pertenencia, ese vínculo familiar de secretos mutuos.
Esta ciudad, que ya abraza y abrasa sus 505 años de fundada, tiene en esta tipicidad -no se me ocurre otro nombre- una asignatura obligada anualmente en sus festejos del San Juan, una reverencia a sus festejos ancestrales, muestra de una “camagüeyanidad” que llena de orgullo a sus pobladores.
Quizá los menos apegados a las congas pretexten que no posee suficiente encanto para dejarse llevar, empero hay otros que por nada del mundo se pierden gastar energías y sudar copiosamente en una verdadera prueba de resistencia física, aunque en algunos la reposición de energías aparece en un trago de ron.
Pero para gustos… colores. Cada una de ellas tiene un círculo de admiradores, fieles a cada una de sus apariciones en público, incluso, desde antes, cuando comienzan las sesiones de entrenamiento previo a los festejos.
Citar nombres sería irreverenciar a algunas. Las seis de esta ocasión, algunas con 30, 40 años de creadas, intentan en cada aparición sumarles nuevos aditivos o coreografías, para embrujar a los jurados o, sencillamente, impactar a defensores y detractores.
Algo sí es tema común: una fiesta del San Juan, sin congas, es algo frío, desabrido, falto de un toque mágico que le proporciona su razón de ser, y llena de toda espiritualidad.