En cada nota y en cada pausa, entrega su ser. Es una lucha constante por mantener vivo el legado musical de su ciudad y su país. En un espacio donde el arte de todo el mundo se expresa, esta mujer de muchas vidas se refugia tres días a la semana. Los miércoles, jueves y viernes, ese lugar se llena de música, de un piano que resuena con la nostalgia de tiempos pasados y la promesa de un futuro artístico. Todo ese pretexto de ensayo culmina con la peña del último viernes del mes, a las 10:00 a.m.

CAMAGÜEY.- La mañana se abre paso en la Sala Internacional de la Cerámica Artística de Camagüey. El pregón de un vendedor ambulante se mezcla con el murmullo de la calle y el bullicio de la cola en la casa de cambio de al lado. Dentro, las paredes resguardan ecos de artistas de todo el mundo. Entre esas obras, la música encuentra un refugio. Lourdes Soler acomoda sus manos en el piano de cola, buscando un equilibrio entre su cuerpo y una rústica silla con cojín.

Este espacio en la calle República se transforma en el escenario de su peña mensual, un encuentro íntimo donde los recuerdos cobran vida. El público, mayoritariamente de la tercera edad, aprovecha la ocasión para rememorar y compartir. “Si se la saben, la cantan”, dice la anfitriona. Y aunque el piano ya no está en su mejor estado, logra extraer de él notas que fluyen con una suavidad especial.

La historia de Lourdes atraviesa generaciones de cultura y arte en su familia. Creció en un hogar donde la música no era solo un pasatiempo, sino una forma de vida. Su abuela, pianista y contrabajista, fue miembro de la primera orquesta femenina de Camagüey, la Orquesta Santa Cecilia. Su madre, profesora y directora de escuela, le inculcó el valor de la educación.

El repertorio, cuidadosamente seleccionado, se alinea siempre con efemérides culturales. Ese día, la música se entrelaza con palabras sobre el muralismo mexicano y figuras icónicas como Diego Rivera y Frida Kahlo, evocadas por Oscar Jr. Rodríguez. Conversaciones sobre arte, música y memoria fluyen como parte de una coreografía de sensibilidad y conocimiento.

Lourdes, con más de 40 años dedicados a la salud pública como enfermera y psicóloga, comparte una conexión profunda con su audiencia. “A veces no es el piano perfecto, pero lo que importa es el alma que le pongas”, comenta sonriendo mientras adapta su interpretación a las limitaciones del instrumento.

A través de la peña, exhibe su destreza y guía al público en un viaje por la historia de la música cubana e internacional. “En 1954, en una pequeña escuela de música llamada José Martí, empezó todo para mí”. Esa escuela fue el inicio de un recorrido que la llevaría a tocar en importantes escenarios, aunque no sin obstáculos: “De 36 estudiantes, nos graduamos dos: Alberto Álvarez y yo. Tuvimos que defender la tesis en Santa Clara porque el piano de nuestro conservatorio estaba hecho pedazos”.

Luego, se sumerge en anécdotas sobre Lucho Batista, el músico que trajo el bolero mexicano a Cuba, y sobre aquellos días en que la música unía generaciones. “No solo tocamos música, tocamos recuerdos”, afirma con entusiasmo, mientras las voces del público, entre risas y susurros, siguen el ritmo de boleros de antaño.

Lourdes ha sido testigo y protagonista de momentos memorables en la música cubana. Ignacio Villa, conocido como Bola de Nieve, fue una de las grandes influencias en su carrera. “Bola de Nieve me enseñó a sentir la música más allá de las notas”, recuerda con cariño, subrayando que lo más importante es lo que se transmite en cada interpretación. Isolina Carrillo, compositora del famoso bolero Dos gardenias, también le dejó una marca profunda, de aquí que tocar esa pieza es tanto un honor como una responsabilidad.

Además de trabajar con leyendas de la música popular, ha defendido incansablemente la música clásica en Cuba. Recuerda con admiración a Harold Gramatges, uno de los compositores más importantes del país, con quien compartió escenarios: “Gramatges tenía una pasión contagiosa por la música, cada vez que lo veía aprendía algo nuevo”.

Sin embargo, no todo ha sido fácil para esta pianista incansable. Tras más de 25 años en espacios como el restaurante La Volanta, en 2022, las dificultades económicas impidieron que el lugar continuara contratándola. En una institución cultural le prohibieron tocar, literalmente, el piano. Lourdes ha enfrentado la indiferencia y el deterioro de los recursos musicales en Camagüey. “Hubo un piano que encontramos lleno de mortadela podrida, ¡un piano de cola usado como despensa!”, así lamenta cómo la falta de interés ha afectado el legado cultural de la ciudad. No obstante, su espíritu sigue inquebrantable: “En Camagüey fuimos una ciudad de pianos, y aunque ahora no quede ni uno en buenas condiciones, sigo luchando porque la música no muera”.

Su labor como defensora del patrimonio cultural va más allá del instrumento. Ella ha sido clave en la preservación del danzón, un género que considera esencial para el alma cubana. “Tengo un respeto inmenso por el danzón y por quienes lo hicieron grande. Es triste ver que en Camagüey no se le da el reconocimiento que merece”, comenta con pesar porque considera un “antro” el sitio que han dispuesto para que vayan a encontrarse los danzoneros.

A lo largo de su vida, Lourdes ha cruzado caminos con figuras icónicas del arte cubano. Entre ellas, Berta Pernas, ganadora de un premio en Argentina; Orlando Guerra “Cascarita”, un talentoso cantante que trabajaba como barrendero; y Luis Carbonell, con quien perfeccionó su arte. Fue la poetisa Carilda Oliver Labra quien le regaló la frase con que nombra su peña: “Recordar es volver a vivir”. Esa idea ha guiado su carrera, especialmente en los conciertos dedicados a la tercera edad. “Cuando toco para los abuelos, quiero devolverles esa chispa de vida, esos recuerdos que parecían olvidados”.

En la Sala de Cerámica, el aroma de las vasijas cocidas y las conversaciones sobre arte llenan el aire de la sala. En ese rincón de Camagüey, donde el pasado y el presente se entrelazan, una mujer es guardiana de una tradición que resiste, tecla a tecla, con la misma pasión que la ha acompañado desde sus primeros días como alumna del gran Richard Egües.

Al final, se despide con afecto. “En octubre haremos un recital dedicado al Día de la Cultura Cubana, así que traigan poemas”, anuncia con entusiasmo, mientras los interlocutores agradecen y por la alegría en el rostro han de volver.

En cada concierto, más que una pianista, es una narradora de historias. Como le enseñó Consuelito Vidal, sabe que la música es una conversación con el público. “No basta con tocar”, acentúa Lourdes Soler con una sonrisa y cuando parece haberlo dicho todo, realza como los grandes concertistas, con una mano al borde del piano para saludar y encontrar la mirada con sus seguidores, con ojos felices y boca espléndida: “hay que vivir cada nota, transmitirla, porque la música es eso: vida”.