Estábamos en La Comarca, un espacio donde la palabra, la imagen y la conversación se dan la mano, dentro del marco de la Feria de Jóvenes Creadores Golpe a Golpe, que no es solo un evento, sino una manera de insistir en el arte como gesto colectivo, incluso en tiempos difíciles.
Conversamos con Reynaldo Pérez Labrada, quien firma muchas de sus intervenciones como RPLabrada, una síntesis que no es solo nominal. Formado como periodista, pero atravesado muy pronto por el audiovisual como forma de pensamiento, de acompañamiento a los jóvenes y de visibilización cultural.
Su trayectoria dialoga con una tradición de compromiso —esa que defendió Alfredo Guevara— donde crear no es solo producir obras, sino abrir caminos, tender puentes y confiar en las nuevas generaciones.
Este no es un recuento de logros, sino una conversación sobre los retos de ayer y de hoy: aprender cuando casi no había acceso, acompañar sin imponer, y comunicar la cultura camagüeyana en un presente marcado por la velocidad, las redes y la urgencia de no desaparecer del mapa simbólico.

—Te formas como periodista, pero eliges el camino del audiovisual. ¿En qué momento sientes que la imagen en movimiento se convierte en tu lenguaje principal y qué resistencias encontraste en ese tránsito?
—Mi historia no empieza cuando entro a la universidad. Camagüey era —y sigue siendo— una plaza muy fuerte del audiovisual. Aquí existían los cineclubes, la cinemateca de Luciano Castillo, espacios donde ver cine era también pensar cine. No era como ahora, que termina la película y todo el mundo se va. Antes sabías que te iban a preguntar, que tenías que argumentar, y eso te iba formando un pensamiento crítico.
“Luego, ya en la universidad, mi primer encuentro práctico con el audiovisual fue casi traumático. Una profesora me entregó una cámara porque el camarógrafo se había ido, y yo no sabía nada. Filmé pensando que la edición se hacía en la propia cámara. Cuando llegué al set de edición me dijeron que aquello no servía. La cámara pesaba una barbaridad y, además, no había margen para equivocarse: o aprendías rápido o te quitaban la cámara. No quería quedarme como “la botija verde”, y eso obligaba a estudiar, a asumir responsabilidad sobre lo que haces.”
Después vino la Asociación Hermanos Saíz, el trabajo organizativo, el Comité de Patrocinio, negociar recursos, mediar tensiones. Todo eso también era parte del aprendizaje: entender que hacer audiovisual no es solo crear, sino sostener procesos.
—Cuando estudiante, ¿cómo era el acceso al estudio del cine y al aprendizaje práctico del audiovisual? ¿Qué diferencias ves con los jóvenes de hoy?
—Hoy todo el mundo puede filmar porque tiene acceso a la tecnología, y eso es una ventaja enorme. Pero también tiene un costo. Antes, como la cámara estaba disponible solo un día y a una hora específica, no podías improvisar: tenías que investigar, escribir un guion, hacer trabajo de mesa. Ahora se filma con un celular y muchas veces se omite ese proceso.
“No es que la tecnología sea mala, pero se ha abaratado no solo el soporte, sino también, en muchos casos, el contenido. Los reels están sustituyendo obras más profundas. No siempre, pero sucede. Y ahí hay una pérdida de rigor.”
—Alfredo Guevara hablaba del cine como pensamiento y acompañamiento a los jóvenes. ¿Cómo se construye ese equilibrio entre orientar y no imponer?
—Yo nunca me imaginé presidiendo la Asociación Hermanos Saíz, y menos durante once años. Pero entendí que el rol del presidente es, en esencia, el de un productor: alguien que facilita, que resuelve, que acompaña para que otros puedan crear.
“En aquellos años era muy difícil filmar. Por eso se volvió vital negociar apoyos con la televisión, abrir espacios, traer experiencias como las de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños o la Televisión Serrana. Ese intercambio no era solo enriquecedor, era necesario.
“También creo que he tenido la suerte de vivir en una ciudad con una fuerte tradición audiovisual. Camagüey no es solo cámara: es arquitectura, historia, atmósfera. Todo eso te forma la mirada y te hace entender que no siempre hay que irse para crear.”
—En un contexto de precariedad, hiperconectividad y urgencias económicas, ¿cómo defender la profundidad y la mirada crítica desde el audiovisual?
—Aquí es donde paso de héroe a villano. Ser joven no te da automáticamente la razón, ni pertenecer a una organización te convierte en vanguardia. La vanguardia la determina la obra y, sobre todo, el tiempo.
“Antes existía una crítica fuerte, constante. Te decían qué servía y qué no. Estaban figuras como Rufo Caballero. Hoy haces cualquier cosa y todo se valida. Pero la crítica no es aguijonear: es orientar, es decirte por dónde vas.
“También hay una idea equivocada de que mientras más incomprensible sea una obra, más vanguardista es. Eso es falso. La vanguardia no la decides tú, la decide el contexto y la convivencia de las obras en un momento histórico.”
—¿Crees que hoy se hace más audiovisual que cine? ¿Qué implica eso para la cultura?
—En la historia de los medios siempre se ha anunciado la muerte del anterior, y nunca ocurre. El cine no va a desaparecer. Nada sustituye la experiencia de una sala, una gran pantalla, un sonido envolvente.
“Los nuevos formatos conviven con el cine. El reel puede ser banal, pero también es una herramienta política, comunicativa. La vida impone sus dinámicas. Al final, como decía mi profesor de Historia del Arte, todo pasa: el arte es lo que queda. No importa si conoces físicamente a Tarkovski o a Chaplin; importa que sus obras siguen hablándonos.
“La obra deja de ser tuya y pasa a ser del tiempo, si la crítica cumple su función.”
—Mi Camagüey Streaming ha logrado visibilizar artistas y procesos culturales del territorio. ¿Es una necesidad comunicativa o una postura cultural?
—Eso es posible porque Camagüey tiene una vida cultural intensa. Aquí siempre hay algo pasando. Hay talento, diversidad, voces que no siempre son visibles, pero existen.
“La cultura no pertenece solo a las instituciones ni a los trabajadores del sector. Está en la gente común. A veces alguien que no conoces dice algo y te obliga a escuchar, a aprender. Camagüey es una “suave comarca”, como decía Guillén, pero con una densidad cultural enorme. Muchos creadores que hoy están en La Habana vienen de aquí, y eso también dice mucho.”
—Si el audiovisual es una forma de memoria, ¿qué te gustaría que quedara de este tiempo y qué esperas que los jóvenes se atrevan a contar?
—Los jóvenes van a crear con nosotros o sin nosotros. Eso es inevitable. Lo importante es acompañar, aconsejar, evitar que todo se convierta en caos. Incluso un error puede volverse valioso con el tiempo, pero la creación tiene que dejar algo.
“El arte debería provocar un crecimiento espiritual. Ante una obra, tienes que sentir que algo te atravesó. Para eso hacen falta crítica, espacios de legitimación, profesores que orienten, decisores responsables.”
Este encuentro fue, de algún modo, un relevo. Golpe a Golpe es eso: una feria donde las preguntas importan tanto como las respuestas. Y esta conversación recordó que hacer arte, comunicar cultura y acompañar procesos sigue siendo, ante todo, un acto de fe en el futuro.
