CAMAGÜEY.- No hay origen más apropiado para la palabra cultura que el término cultivar. Se entiende, en esencia, como un sembrado de tradiciones, costumbres y todo el devenir histórico que distingue a un pueblo. El de Cuba labra con cuidado ese surco de legados y herencias, desde su cotidianidad, pero siempre es bienvenida la justa celebración de eventos que potencian la valía de nuestras raíces.

La Jornada de la Cultura en este archipiélago, durante sus diez días de festejos, genera esa intención propia de quien desea mantener viva una hoguera vital, de quien permanece aferrado a la idea de no olvidar el acervo espiritual que nos construye como persona y país. Ya lo dijo el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz: lo primero que salvar en la Revolución, es el cúmulo de valores inmateriales.

En Camagüey, varias de las voces defensoras de ese patrimonio primordial para el corazón, han dejado pistas importantes para pensarlo en los distintos espacios del calendario. Y existen suficientes razones para resguardar toda la riqueza que nos identifica, que se extiende desde el poema épico Espejo de Paciencia hasta el “abur”, típico de nuestros lugareños cuando se despiden; desde las meditaciones sobre la lengua española hasta las influencias del pensamiento de la Revolución Francesa en la Mayor de las Antillas.

Aunque el programa no ha “sonado” en las calles, con la fuerza de otras ediciones y mucha gente se enteró en las postrimerías que hubo un evento de magnitud en la ciudad, diálogos como los de la historiadora Elda Cento Gómez, perduran. “Para mí es un error desligar los aconteceres de un país de su cultura. Ambos se complementan. Construimos otros hábitos, identidad, pero no podemos negar nuestros inicios”.

Cada ser contiene varios mundos, distintas miradas, conocimientos y pequeños detalles, más allá del idioma, que nos ponen en contacto o mezclan en un tronco común. De su fértil savia tenemos imágenes como la del excepcional Ignacio Agramonte, un mambí valiente, un estratega valioso, uno de los mayores patriotas cubanos. Y también del enamorado que escribía cartas a su idolatrada Amalia, del abogado, del hombre que traslucía un lado muy culto.

Elda Cento Gómez (a la izquierda), Premio Nacional de Historia 2015, y María Antonia Borroto Trujillo, quien recibió en 2018 el Premio de Investigaciones Históricas Jorge Enrique Mendoza. Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelanteElda Cento Gómez (a la izquierda), Premio Nacional de Historia 2015, y María Antonia Borroto Trujillo, quien recibió en 2018 el Premio de Investigaciones Históricas Jorge Enrique Mendoza. Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante

“No podemos hoy comportarnos y ser idénticos a como éramos en el siglo XIX, pero tampoco debemos dejar de ser lo que somos. En los momentos actuales es fundamental apreciar los fenómenos como algo vivo, dinámico. La identidad no es un proceso concluido, sino continuo”, comenta la investigadora, María Antonia Borroto Trujillo.

La también periodista, no escatima su verbo cuando se trata de las riquezas del alma. “Nuestra evolución está representada, en gran medida, por las fuentes motrices de otros tiempos que sirven como proyección a los contextos y realidades del presente”.

Si antes mencioné cierta flaqueza en la organización de “la Jornada”, que se conmemora en honor a la primera interpretación en público del Himno de Bayamo, de igual manera se deben reconocer los aciertos. En mi opinión, uno de los de mayor peso fue la inserción de varias de sus propuestas en el sistema educacional.

Durante estos días, escuelas primarias, secundarias y preuniversitarias recibieron las visitas de peñas de literatura e intercambiaron sobre hechos significativos de la Historia de Cuba con especialistas en la materia. Siempre son bienvenidas las iniciativas encaminadas a robustecer la Revolución socialista que edificamos, pero sin dudas, si se prepara a las juventudes desde los múltiples senderos de la cultura y de manera creativa quedan nutridas sus expectativas, entonces se está regando la conciencia del creador del futuro.

“La ignorancia mata a los pueblos, y es preciso matar la ignorancia”, signó la mirada atemporal del más universal de los cubanos, José Martí. Pero el golpe de gracia debe acompañarse de una voluntad por superar limitaciones y contratiempos de última hora, del ejercicio de sentirnos parte de ese patrimonio medular para la supervivencia de la identidad, de cultivar y proteger lo nuestro con el mismo tesón de un agricultor consagrado.