No lo conozco personalmente, pero doy fe de su extrema sencillez y espíritu de solidaridad, como otros con los que ya he contactado: pareciera como un virus incurable que llevan en la sangre los galenos y enfermeros cubanos dedicados a esa y otras misiones en el mundo.

Tal naturalidad hizo que nos tuteáramos y supiera en primera persona que su brigada, a punto de regresar a la patria, mañana 22 de marzo, está formada por 42 trabajadores de la Salud cubanos, dos de ellos camagüeyanos.

—¿Cómo se comporta la epidemia?

—Si bien hay focos activos, el ritmo de contagio es mucho menor; antes veíamos 20 casos diarios y ya nos llegan entre tres y cuatro, y algunos días ni uno. Al recibir los resultados del laboratorio suman más los negativos que los positivos. Entre los focos de infección encontramos los entierros clandestinos, frecuentes en las zonas rurales, como esta.

—¿Cómo es tu composición familiar?

—Tengo una bella familia. Mi esposa, Diarelys García Díaz, licenciada en Enfermería, trabaja en el mismo hospital que yo en Camagüey; tenemos tres hijos: José, de 18 años, estudiante de primer año de Medicina en la Universidad Carlos J. Finlay; Claudia, de 17, en el último año del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Máximo Gómez Báez; y Joel, de 14, que cursa el noveno grado en la escuela secundaria básica Juan Marinello, todos en Camagüey. Vivimos en la calle Padre Valencia, específicamente en el asentamiento destinado a los médicos.

“Además, están mis padres Norma y Asdrúbal, los máximos responsables de mi formación. Han sido paradigmas en mi vida. Ella trabaja en la Secretaría General y él es Doctor en Ciencias y Profesor Titular del departamento de Mecánica de la Facultad de Electromecánica, ambos en la Universidad de Camagüey”.

—¿Cómo acogieron tu determinación de marchar hacia ese lugar?

—Lo primero fue la sorpresa, luego vino algo así como la consternación. Todos sabíamos cuánto riesgo iba a correr. La morbilidad y la letalidad de esta epidemia son muy elevadas. Luego de ese sentimiento vino el razonamiento lógico y la conversación oportuna con mis hijos, mi esposa y mis padres acerca de la necesidad de evitar, en primer lugar, que esta catástrofe llegara a Cuba con su paso que sería devastador.

—¿Solo ese objetivo te llevó a dar el paso al frente ante esta misión, considerada para muchos como suicida?

—Por supuesto que no. Es que la formación de los universitarios en Cuba, sobre todo los de la carrera de Medicina, está basada en los principios éticos y morales de la solidaridad, el altruismo, el ayudar al prójimo.

—¿Qué pensaste al ser propuesto, como parte de la brigada Henry Reeve, para el Premio Nobel de la Paz?

—No lo puedo negar, sentí una alegría inmensa, porque estoy acostumbrado a que a nuestro pueblo se le reconozcan los esfuerzos que hacemos, pero esta vez fue más allá, era una gratitud internacional que reconoció ante el mundo la brillante idea del Líder Histórico Fidel Castro, creador del contingente, incluso, al glorioso pueblo cubano, que ofrenda a sus hijos ante causas nobles y a la vez arriesgadas.

—Cuéntame un día de trabajo, ahora que están por terminar.

—El motel, como casi todo el país, no tiene energía eléctrica. Contamos con un pequeño generador que funciona solo de siete de la noche hasta las siete de la mañana, hora en que me levanto, desayuno, y 30 minutos más tarde salgo en un autobús hacia el hospital, a unos tres kilómetros más o menos. Al llegar, voy al sitio de la entrega de guardia, donde nos encontramos nosotros, los norteamericanos y los enfermeros nacionales; de ahí paso al área de descanso y me visto con el traje de protección personal. Siempre lo hacemos en dúo, jamás solos.

“No puede quedar parte del cuerpo fuera del traje protector porque podría ser fatal, por eso nos vamos vistiendo y revisando el uno al otro para no cometer errores. Toda esa parte del hospital es la zona verde con un riesgo de contaminación mínimo, al menos en teoría. Después, y previa orientación en la entrega de guardia, me traslado hasta la zona roja, la de mayor peligro, y donde están las salas de hospitalización. Allí dentro hago de todo, como los demás, desde canalizar una vena para la administración de fluidos hasta dar de comer o beber a los enfermos, bañarlos, limpiar sus secreciones, vómitos y sangramientos. Hasta el momento y con la ayuda de Dios y el cuidado que ponemos, vamos saliendo victoriosos.

“El calor es insoportable, sudamos mucho. Al terminar salgo hacia el área donde me desvisto. Allí está el mayor peligro, un error en ese momento cuesta la vida, porque vienes de tocar a los pacientes y estar en contacto con sus fluidos; el desvestido, como el vestido, es supervisado por el otro y nos cuidamos y alertamos de cualquier detalle. Todo bajo cumplimiento de la técnica que aprendimos en la preparación que pasamos en Cuba y al llegar aquí. Luego voy a la zona de descanso donde me hidrato y repongo de tanta sudoración. Este mecanismo es diario, de ocho de la mañana a dos de la tarde, y de dos de la tarde hasta las ocho de la noche”.

—Relátame un día de descanso.

—Muy aburrido. Me levanto en la mañana a la misma hora, desayuno, me quedo en el motel, unos conversamos, otros escribimos en la laptop, o lavo alguna ropa sucia… en la habitación es muy difícil mantenerse porque en África hay mucho calor y al no tener energía eléctrica este se incrementa. Así estoy hasta la hora de almuerzo, me acuesto a reposar un rato, luego me baño, como; más tarde, cuando ponen la corriente eléctrica me comunico con la familia, envío y recibo correos, hasta que llega la hora del sueño y a dormir.

—A tu modo de ver, ¿cuánto han aportado ustedes a la disminución de casos de esa fiebre hemorrágica?

—Para serte sincero, en cuanto a la profilaxis y manejo en la comunidad no hemos podido hacer labor alguna; el trabajo está concentrado en tratar a los enfermos que llegan al hospital, ya sea con Ébola o con otras dolencias concomitantes. La mayoría lo hizo a los cinco o siete días de enfermos, ya con el virus muy extendido, pero logramos combatirlo.

—¿Cuán provechosa ha sido para ti esta experiencia?

—Muy positiva desde el punto de vista personal y profesional. He aprendido, en primer lugar, a valorar sinceramente el sistema de Salud en Cuba. Hay que estar aquí para darse cuenta de lo que tenemos, aunque a veces, por cotidiano, no lo apreciamos en su justa medida. Es algo inigualable. Esta es mi segunda misión, y en Venezuela, aun con la ayuda cubana, la solidez de su sistema de Salud dista del nuestro.

“No hay una proyección comunitaria, por lo tanto la epidemia no puede controlarse completamente porque no se ataca en la comunidad. Si no se busca el mal, como se hace en Cuba, casa por casa, centímetro a centímetro, a cada sospechoso o enfermo, no es posible. Desde que llegamos bautizamos al país como del 70 %. El 70 % no tiene acceso a esta sagrada asistencia, ni a la educación, ni a la corriente eléctrica, ni a la radio, ni a la televisión. De esta manera es imposible hacer labor profiláctica, educativa.

“Un gran número de los ingresados en estos centros son portadores de tuberculosis, Sida, malaria…, todos sin tratamiento médico y menos aún con seguimiento por profesional alguno. Desde el punto de vista personal, coincido con la visión que tuvo la dirección de la Revolución Cubana de que solo viniéramos hombres. Hubiese sido terrible para las madres de nuestro país ver y vivir este cuadro.

“He aprendido que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, o en este caso, lo tiene lejos. Esa es la realidad”.

—¿Cómo es la relación con los profesionales de otras naciones?

—Son magníficas. Estoy en el hospital Maforki New, con una Organización No Gubernamental, la International Humanitarian Partner Ship (IHP), de nacionalidad norteamericana, con quienes trabajo diariamente, junto a enfermeros nacionales que se sumaron.

—¿Notas agradecimiento o indiferencia de los nacionales?

—El agradecimiento es palpable a nuestro paso por las comunidades, al trasladarnos en el autobús desde o hacia el hospital.

—¿Qué le dirías a tus colegas en Cuba?

—Sé que esta barrera la hubiese traspasado cualquiera de ellos porque están preparados y capacitados, pero como nos tocó, lo hacemos lo mejor posible para poner en alto el nombre de la patria, en primer lugar; y de la Medicina cubana, en segundo, y fíjate, no solo la cubana, también la latinoamericana en general. Así nos dijo un representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un mexicano que visitó Sierra Leona, quien dijo: “Estoy contento porque ustedes representan a toda América Latina”.

—¿Has sentido miedo?

—Todos los días. No me avergüenzo de ello. Cuando dejes de sentirlo te descuidas y cometes errores. Al entrar a la zona roja es como si la muerte esperara por ti y tienes que cuidarte y evadirla, y si te confías, te lleva. El miedo es un reflejo que me mantiene vivo.

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