CAMAGÜEY.- Los pasos se escuchan pesados pero rápidos. El porte serio de jefa intimida. Viene de discutir sobre un problema, se le nota en el rostro cansado. La escalera eterna que sube hasta su oficina parece haber hecho lo suyo también. Llega y le da un beso a quienes trabajan allí. Puntualísima, era justo la hora acordada para la entrevista.
Se sienta en la silla giratoria típica de los buróes. El asiento se mueve constantemente, ella no lo nota, en su voz tampoco se escucha, pero está nerviosa. Baja la cabeza, se ruboriza, dice todo el tiempo: “ay, mi madre”. Suda ante el cuestionario. Le cuesta dialogar sobre sí misma; tal vez por eso usa tanto el “nosotros” y el “yo” pluralizado, por la costumbre de incluir en su discurso a toda la gente que le habita.
Para la primera pregunta ya la diputada y Presidenta de la Asamblea Municipal habían desaparecido. Dixamis Rodríguez Gómez se me antojaba una niña rebelde y ansiosa, con unas trenzas recién hechas, aún nerviosa, pero curioseando.
“Vengo de un hogar muy humilde y en mi infancia quizás no tuve todo lo material posible, pero fui una niña feliz; lideresa entre mis compañeros, me gustaba ayudarlos y defenderlos. Siempre tuve muchos amigos. También era traviesa, inquieta y con responsabilidades desde pequeña, características que continuaron durante mi adolescencia y juventud, aunque ya con un poco más de madurez”.
Ella perteneció al bando de “Los valientes” y como parte de este, se graduó de Profesora General Integral en La Habana, la mejor de su promoción. A la Educación le guarda uno de sus pedacitos más preciados de las tantas piezas que la forman.
“Trabajé en La Habana y aquí en Camagüey. En esa etapa me pude relacionar con jóvenes igual que yo, con los mismos códigos, intereses y preferencias. Creo que te pudiera mencionar todos los maestros con los que he trabajado, porque esa época dejó huellas imborrables en mí. Con tan solo 23 años me enfrenté a la labor educativa en la ESBU Gertrudis Gómez de Avellaneda con un claustro de mucha experiencia que me exigió al máximo en cuanto a mi preparación. Luego trabajé en la secundaria básica Esteban Borrero, la cual contaba con más de 1 700 educandos y en el Centro Mixto Inés Luaces: un reto tras otro. La educación me aportó lo mejor de mis aprendizajes, me convirtió en la maestra que soy y seré siempre. En mis responsabilidades actuales, esto me ha ayudado a hablar con las personas, ser más sensible, a involucrarme, a entender y respetar la diversidad, pues un pueblo se parece a una escuela donde conviven personas diferentes, con necesidades, características, intereses y problemas distintos”.
Le llama “mi comunidad”, porque Los Coquitos ha sido ese lugar para experimentar, aprender y soñar.
“Me ha dado el desafío de acompañarlos en sus dificultades y sus retos. Formar parte del barrio y tratar de transformarlo resulta un privilegio. Como delegada no solo he tenido la posibilidad de ayudar a las personas en asuntos materiales y problemas cotidianos. El acompañamiento espiritual en ocasiones vence cualquier obstáculo. Como madre de un adolescente, me preocupo mucho por el futuro de las nuevas generaciones, para que tengan garantía de un mejor lugar donde vivir”.
Dixamis, una mujer que transita con pasos firmes hacia el empoderamiento y liderazgo, una mujer que se describe libre y feliz, una mujer que piensa, proyecta y sí, con defectos, miedos, inseguridades, con tristezas y problemas. Ella carga en sus espaldas a un pueblo y esa no es carga ligera, pero una joven que da un beso después de subir esa escalera infinita es una persona buena.
“Sueño mucho, sueño con ver a mi hijo crecer con valores positivos, sueño con que mi familia siempre tenga salud, y para mi pueblo sueño tanto… Un país más equitativo, que mantenga siempre sus principios y aspiración de justicia social, un país en el que todos trabajemos por hacer cumplir las leyes, un país sin bloqueo y sin presiones, un país que nunca se deje doblegar, un país que nunca olvide a Fidel y a su historia. También sueño con una Cuba para los jóvenes, un futuro que siempre deberá ser mejor”.
Dentro de esos sueños también cabe seguramente el acortar las escaleras, aunque ella tiene su mejor oficina en la calle y el barrio.
—Si la niña Dixamis te viera ahora y estuviera frente a ti, ¿qué te diría?
—Esa niña me regañaría por muchas cosas, por su ímpetu y sus sueños, porque a veces quiero manejarlo todo al mismo tiempo y ella era traviesa e intranquila, sin límites. Pero también se sentiría orgullosa de verme crecer y aprender todos los días, por lo menos me gustaría eso, que la niña que fui me mire y sienta orgullo.
La silla se detiene y ella tendrá que bajar nuevamente la escalera, a su hábitat natural: la comunidad.