CAMAGÜEY.- A principios de noviembre regresan las memorias de la Operación Carlota, las epopeyas de los bravos cubanos que brindaron sus servicios en las tierras africanas y la inevitable nostalgia por aquellos que no pudieron regresar con vida.
Los soldados de Camagüey resultaron claves en esa extensa campaña, iniciada en 1975, y sus historias son la prueba fehaciente de ello.
Por las zonas áridas y selváticas, ciudades y aldeas, se desplazaron las tropas de la Mayor de las Antillas que acudieron a apoyar al pueblo del entonces presidente de la República de Angola, Agostinho Neto.
Foto: Pastor Batista/ Bohemia
Las caravanas se desplazaban por aquellos peligrosos caminos expuestas ante las emboscadas de la Unita, los sudafricanos o los mercenarios zairenses. Sumbe, Ruacana, Quifangondo, Cuito Cuanavale y Cangamba son algunos de los sitios, donde los hijos de la Patria de Martí demostraron la sangre altruista de la Revolución cubana.
Uno de los 15 000 camagüeyanos que cumplieron su misión en aquel país fue el asesor principal de la seguridad cubana en Bié, Carlos Rouco Lages.
“Allí estuve dos años y medio trabajando con las tropas especiales y los oficiales de la contrainteligencia para enfrentar las actividades contrarrevolucionarias de la Unita, en aquella zona”.
Confiesa el combatiente que la estancia en ese enclave requería permanecer alertas en todo momento. No había oportunidad para tomar respiros: El líder de la facción opositora al gobierno angolano, Jonas Savimbi, era oriundo de esa provincia y siempre tuvo obsesión por ocuparla. De ahí que su asedio a ella fuera constante.
“A finales del ‘87 nos encontrábamos rodeados por varias bases de la Unita y el general Lastre Pacheco se entrevistó conmigo sobre lo que estaba sucediendo y nos envió una brigada de tanques. Así que preparamos un audaz ataque con los BM-21 y la artillería hacia todas las bases dispuestas en los alrededores. Tras una dura lucha conseguimos eliminarlas. Fue la vivencia de una gran victoria. Tampoco olvido cómo nuestros médicos salvaron incontables vidas en aquel lugar, considerado uno de los más minados de la nación”.
Las anécdotas del piloto de helicóptero Baudilio Smith Burgos no son menos valerosas. En sus 23 meses de servicio, brindó auxilio y abastecimiento a los batallones diseminados a lo largo de Angola, respaldó el tránsito de las caravanas por las peligrosas carreteras y fungió como referencia para los disparos de los artilleros.
“Siempre pensaba en el riesgo de volar sobre el fuego enemigo. En qué podría pasar si un disparo alcanzaba la cabina... cuando las balas penetran en el helicóptero es semejante al ruido que produce la lluvia sobre un techo de zinc. Era un sonido continuo y tenebroso. Siempre guardas la esperanza de que ninguno de esos proyectiles te alcance”, dice Smith Burgos y luego muestra la condecoración recibida por las acciones en Cuito Cuanavale.
“Cuando pensé que mis fuerzas habían mermado, escuché la lectura de la carta enviada por el Comandante en Jefe Fidel Castro a los pilotos que estábamos en el frente. Él decía que nosotros representábamos la dignidad de Cuba en África. Que éramos los hombres de corazón en el medio del pecho. Después de oír esas palabras, cargué energías para el tiempo que fuera necesario”.
Alega Baudilio, quien en la actualidad se desempeña como guionista del programa radial Guardia Operativa y colabora con el espacio Agente Especial, de Radio Progreso, que aquel fue “un pasaje traumático, pero a la vez hermoso por haber contribuido a la liberación de otros pueblos. Los cubanos caídos en el cumplimiento de su deber, en cualquier parte del mundo, para mí son como héroes de la Operación Carlota”.
En el libro Cien Horas con Fidel, el Líder Histórico de la Revolución manifiesta: “Fue una proeza extraordinaria del pueblo, muy especialmente de nuestra juventud, de las decenas de miles de combatientes que cumplieron el deber internacionalista”.
Idalia Mora Sánchez es la viuda de uno de los mártires caídos en Angola y madre de tres hijos que siguieron su ejemplo. Dos de ellos continuaron la obra de su padre, por liberar la patria de Neto, y el otro a Etiopía.
“Nosotros les inculcamos desde pequeños la solidaridad. Me siento orgullosa de los cuatro porque contribuyeron a preservar la independencia de esas naciones. Como muchas madres, yo esperé con ansias el regreso de mis muchachos. Volvieron a Cuba para seguir construyendo el Socialismo, como una de las mejores maneras de rendirle honor a la memoria de su papá”.
Cuando un pueblo es capaz de acometer grandes epopeyas, por el bien de la humanidad, deja una estela de huellas que no perecen. Las mantienen intactas, en forma de ideales.