Foto: De la autoraCAMAGÜEY.- Allí estaba, de nuevo frente a mí. Allí estaba, en el departamento de Español de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz (UC). Allí estaba, y no parecía haber transcurrido dos, cuatro, ¡seis años! desde la primera clase de redacción y composición de textos. Elsy Almanza Reyes es maestra “para iluminar, para ver crecer, porque los alumnos también son hijos”. Quienes fuimos sus discípulos sabemos bien que enseña con el alma.
“Cuba está muy necesitada de profesores que vayan más allá de los libros, que entiendan lo diferente de las circunstancias actuales. Escogí la profesión para ayudar a formar gente abierta, creativa, educada, buena, que piense en los otros”, y es así como ella logra ser inolvidable aunque el tiempo se empeñe siempre en dañarnos la memoria.
La profesora de suave voz y fino trato confiesa en el diálogo su pretensión constante de endulzarles la vida a quienes la rodean, porque también tuvo maestros excelentes y de ellos aprendió conceptos que más tarde enseñaría a sus educandos, la empatía y la asertividad.
Desde que cursaba la carrera de Licenciatura en Español-Literatura —su primera opción entre las especialidades que deseaba estudiar al término del preuniversitario en el municipio de Sierra de Cubitas— hasta hoy, ha entendido que las competencias de los alumnos de las cuales son responsables los educadores trascienden lo académico. “Desde la primaria los maestros tenemos como reto influir en la formación y el desarrollo de habilidades, incluidas las emocionales, que nos ayudan a relacionarnos mejor”.
Cuando conversamos se refiere también a esas otras capacidades que la sociedad actual exige a los profesionales: “ser mejores lectores y escritores, saber deslindar lo valioso de lo banal en esa avalancha de contenidos que a disposición nuestra pone Internet, aprender a convivir con el desarrollo de las tecnologías digitales. En ese contexto nuestra responsabilidad no es poca y, sobre todo, en las universidades, de donde los jóvenes deben egresar con conocimientos suficientes para revertirlos en función del progreso del país”.
Aunque los deseos de Elsy en su juventud apuntaban hacia la Psicología, hoy sabe cuánto de esa disciplina se necesita también para compartir y recibir conocimientos. “Esta profesión también me ha dado esa oportunidad, si hubiese sido psicóloga no atesoraría ahora una gran lista de personas a las que he ayudado a crecer, por las que me he desvelado, como se hace con los hijos”.
Más de dos tiene ella, porque no solo Liz y José Enrique pueden llamarla madre. De lo que inculca a sus “niños” en el hogar también nos contó. “En la casa soy otro tipo de maestra. Para ellos no tengo plan de estudio, pero sí el modelo de personas que quiero formar como buenos seres humanos, el currículo que deben vencer es el de la vida. A los dos trato de enseñarlos a ser honestos, a que amen el estudio, la literatura, he compartido con ellos lo mismo películas infantiles que videos descargados de Youtube, soy amiga de sus amigos, de los padres, de las maestras y maestros”.
Con su esposo, también profesor, ha logrado la deseada “solidez de la familia, la armonía, el mirar los dos en la misma dirección”, por eso Elsy dice ser el resultado de su labor de madre y esposa, de todos los libros que ha leído, de las relaciones con sus estudiantes.
Fue cuando tenía 21 años que comenzó a ejercer el noble oficio de enseñar. Por ese entonces cursaba el cuarto año en el Instituto Superior Pedagógico José Martí, de Camagüey, y la misión de apoyar la docencia en Sierra de Cubitas la llevó hasta allá, donde vivió experiencias maravillosas de notable incidencia en su formación profesional. “Eran los tiempos del período especial, la gente tenía poco, pero vivía feliz, allí pudimos desarrollar una amplia labor en la comunidad, éramos mucho más que los maestros de las aulas”.
Después de los tres años de servicio social llegaron otras oportunidades, eventos, aprendizajes, hasta hace casi una década, cuando comenzó a impartir clases en la carrera de Periodismo en la Universidad camagüeyana. “Con las asignaturas que comencé a dar en esa especialidad no estaba completamente familiarizada, por lo que fueron el incentivo para investigar, el impulso para crecer, desde lo personal, lo humano, lo profesional”.
Con sus actuales discípulos desempeña también el rol de madre, porque “los alumnos son como los hijos, se toman de la mano para guiarlos hasta que se hacen grandes”.