CAMAGÜEY.- Su voz ya no retumba en el tabloncillo; se apoya más en gestos. Cojea con elegancia hacia una pequeña, le señala algo. Luego, la niña se eleva con gracia y pega a la pelota con fuerza exagerada. “Qué suerte yo tengo para encontrarme ‘Mireyitas’ como esta”, dice al saludarnos. Con 45 años en el ejercicio, en Cándida Jiménez Amaro nada es más poderoso que el don de pulir diamantes.
En el terreno de la EIDE Cerro Pelado trabaja, junto a otros dos entrenadores, en la preparación de las niñas que representarán a Camagüey en el voleibol de las cercanas competencias nacionales escolares, eventos en los que la profesora atesora 25 títulos.
“Nueve cetros fueron consecutivos y quedamos fuera del podio en tres ediciones nada más. Saquen cuenta para que vean cuántas veces fuimos de las primeras”, convida, y comparte su fórmula: “Lo principal es disfrutar de su juego”. Se los instruye, explica, con la misma insistencia con que les pide entrega total.
Su aporte de atletas a la Escuela Nacional es impresionante. Preparó a Mireya Luis, Tania Ortiz, Idalmis Gato, María Cárdenas, Ana Lidia Martínez, Yumilka Ruiz... y muchas más que llegaron a equipos nacionales, llenaron de gloria a nuestro país y asombraron al mundo con su clase.
De esas lecciones sobre el tabloncillo hablan las carreras de esas afamadas. Pero quizá sea menos conocido cuánto aprendieron también con ella de la vida. “Tengo que formar mujeres de bien. Tras horas de entrenamientos fuertes las acompaño a la beca, les exijo que se bañen y se vistan correctamente. Me preocupo por sus calificaciones y relaciones personales, corrijo su vocabulario y formas de actuar. Les hablo de la vida, de lo bueno y lo malo. Les aconsejo hasta cómo actuar cuando tratan de enamorarlas: si no les gusta, decirlo con delicadeza y sin groserías, y si les gusta, tantear, pensarlo”, cuenta con picardía.
Junto a su esposo Enrique Larrazaleta (Kiki), un reconocido entrenador, Cándida ha construido una familia deportiva de sangre y de adopción.
“Recuerdo la felicitación de Mireya por el Día de las Madres en la televisión durante un evento de voli de playa. Cada año pasa, pero me siguen brotando las lágrimas al escucharlas. Todas, ya mujeres maduras, buscan mis consejos. Eso me llena de orgullo”.
Más allá de Cuba la ha llevado su vocación. En Perú tomó las riendas de uno de los clubes locales y logró la medalla de plata en el certamen nacional del año 1998. “Era un equipo pobre, pero quedamos entre los primeros en un torneo con varios participantes”. También estuvo en Argelia como asistente de la sexteta de ese país africano en la categoría de mayores. “Siento no haber aportado más debido a la barrera del idioma, fue un factor negativo en mi trabajo”, sentencia.
La Cándida que ha pasado todos estos años en los tabloncillos no quiere decir adiós. Resulta parte esencial de su existencia eso de estar con la bola en la mano enseñando cómo hacer un saque efectivo, un buen recibo y un contundente ataque. Ese ejercicio es la medicina que le alivia achaques de tantos años de esfuerzo y dedicación. Ese, y el de impulsar bien alto a sus “Mireyitas”, con la voluntad infinita de una madre de campeonas.