LA HABANA.- Una Cumbre de las Américas sin tres de los países de esta región geográfica debido a la voluntad del bravucón del continente, ni es cumbre ni es de las Américas.
Lo que desean los organizadores de verdad, que no son, obviamente, los anfitriones dominicanos, es que la reunión del 4 y 5 de diciembre en el balneario de Punta Cana se ajuste a los códigos hegemónicos de un monólogo imperial, con el resto de los invitados en calidad de público, con poca voz y votos complacientes.
Para que no haya indigestión política en el banquete playero excluyeron a Cuba, Venezuela y Nicaragua. ¡A esos tres incómodos: fuera! Creen que con esa decisión arrogante van a silenciar los pueblos.
En tiempos de contraofensiva de lo más conservador, subyugante y neocolonizador que disputa los sentidos ideológicos en el continente, era de esperar que Washington dictara, sin ambages ni tapujos diplomáticos, las reglas del convite.
Desde el anuncio público de que el trío irreverente no estaría en la misma mesa donde se sentarían los herederos de Monroe, hubo voces de protesta y una mujer cuya estatura se mide por la dignidad de sus actos dijo: no voy.
Es la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, cuyo liderazgo crece e inspira. Sin ella también, la Cumbre podría escribirse, con perdón de las normas académicas de la lengua, en minúscula.
Poco agrado debió causar en la Casa Blanca (más bien Casa Negra, por su comportamiento agresivo y guerrerista) que Claudia declinara participar en semejante show.
Y saben, pese a la soberbia presión para asegurar quorum a la hora de los aplausos y las genuflexiones, que quizá haya más tumbonas vacías, por aquello de organizar la cita a la vera de la lujosa playa caribeña. O que alguien salga en defensa de los ausentes.
Ni siquiera con las exclusiones de los tres pesos pesados en el ring de los debates regionales, Washington ha podido construir un texto de consenso. Dicen que el borrador va y viene, con tenues agregados de una parte y colosales tachaduras de la otra.
Aumentan los chantajes. Firma o firma. Acepta o acepta. Obedece u obedece. En esos términos hablan los señores del imperio, que no admiten más disensos en lo que creen su feudo, más que un vecindario de igual a igual.
Repican campanas amenazantes para intimidar a los pueblos al sur del Río Bravo. Emplazan cañoneras militares y mediáticas. Disparan incesantemente obuses de mentiras para matar la verdad, y una vez agonizante esta, emprenderla entonces contra los gobiernos negados a aceptar el poder hegemónico.
Creen los autodenominados jerarcas del mundo que pueden ir tumbando adversarios ideológicos, como si estuvieran jugando en una bolera.
Se sabe que esa reunión poco aportará a los más urgentes desafíos de los pueblos de las Américas, incluidas las minorías que hoy viven en perenne agonía dentro de Estados Unidos, como consecuencia de las políticas xenófobas y excluyentes de Trump y sus acólitos.
Se sabe, también, que pretenden escenificar un chapuzón simbólico de aplausos y discursos huecos, con prioridad para la foto y no los debates, amplificado por una narrativa enfocada en los rostros "felices" de quienes en realidad estarán mordiendo las humillaciones del señor de los infiernos.
Cuba tiene retos mayores, como para perder el tiempo en ese cónclave arreglado por don Poder, e igual piensan Venezuela y Nicaragua, tres pueblos empeñados en construir su destino sin dictados norteños.
Sin embargo, dejar fuera a esas tres naciones de la cita confirma que el nombre más ajustado a la reunión de Punta Cana sería Abismo de las Américas.
Los autores de semejante postura solo ratifican el miedo a las ideas contrahegemónicas. No sabrían cómo responder a las críticas contundentes de los dirigentes de esos pueblos, cuyas verdades impactarían en el mentón frágil de quienes se dicen poderosos y no son más que enjutos de ideas parapetados en su arsenal militar y económico.
¿Qué habrá entonces en Punta Cana los días 4 y 5 de diciembre? Garrote y circo en abundancia. Pero de Cumbre, nada. Y de las Américas, menos.