CAMAGÜEY.- Desde niños creamos lazos únicos con nuestros abuelos. Son ellos los que nos hacen esa comida favorita, los que nos recogen cada tarde en la escuela o los que no cuentan sobre la familia que no conocimos. La mía me enseñó las canciones de su época, me durmió en brazos hasta los cinco años y sabía qué cocinar para el paladar exigente de una niña que casi no comía.
Pensar en nuestros abuelos, en los ancianos cubanos, en sus derechos, su forma de sentir y actuar frente a la vejez es un reto aún para un país que cuenta con más de dos millones de personas (22,3%) que superan los 60 años y que se convertirá en 2030 en el más avejentado de América Latina.
No solo podemos referirnos a un cambio demográfico, también a un cambio en las personas mayores del siglo XXI, con expectativas de acuerdo a su época. La soledad, los estereotipos, las diferencias de género, el cuestionamiento de su sexualidad y la falta de comunicación son solo algunos de los problemas a los que diariamente tienen que enfrentarse nuestros ancianos; motivos para que el camino se torne inseguro y aparezcan los miedos al llegar a esta etapa.
De acuerdo a la realidad y el desarrollo de los ancianos actualmente se plantearon nuevos amparos y derechos reflejados en el Código de las Familias que permiten también afrontar la década del envejecimiento saludable y protegen al adulto mayor como individuo que forma parte del entorno familiar.
Si hablamos de nuestros ancianos debemos referirnos a la relevancia que tienen en la preservación de las tradiciones familiares y en la educación de los otros miembros, una labor que han realizado a través de los años y que fortalece la comunicación entre todos, aspecto que se encuentra reflejado en el artículo 8 del Código.
Que los más sabios compartan sus vivencias y experiencias, y apoyen en la formación no solo constituye una fortaleza en el núcleo familiar, también trasciende a la sociedad.
El derecho a la autorregulación de la protección futura constituyó algo de lo más transformador referente a los ancianos en el Código de las Familias, refiriéndose a la posibilidad brindada a las personas cuando se adentran en edades adultas de decidir anticipadamente y declarar ante notario público cómo quieren que se desarrolle su envejecimiento.
¿Qué familiar quedará a su cargo y quién administrará su patrimonio? ¿Qué procedimientos médicos rechazará? Interrogantes que pueden quedar resueltas antes de vivir esta etapa y que resaltan la autodeterminación, independencia e igualdad de oportunidades del adulto mayor.
El abandono por parte de la familia es una de las malas acciones que reciben en ocasiones nuestros mayores de 60. Así viven muchos diariamente, posiblemente conocemos un vecino o un amigo en una situación como esta, que llega incluso a la entrada no deseada a hogares de ancianos.
La integración de estos en el seno de una familia, aunque no medien lazos de parentesco, garantiza la convivencia mutua, su salud, seguridad, inclusión y bienestar físico y psíquico; también su cuidado a cargo de otra persona que sea remunerada excluye cualquier posibilidad de abandono del mismo, siempre y cuando sea una acción realizada desde el amor y la empatía.
La realidad es que estas garantías recogidas en el Código constituyen alternativas que suprimen cualquier posibilidad de que nuestros ancianos vivan en condiciones de soledad y tristeza. El conocimiento de sus derechos y el cómo exigir su cumplimiento es una tarea pendiente para personas que muchas vecen suelen ser minimizadas y poco escuchadas.
El derecho a la vida con dignidad y el respeto a las personas mayores de 60 años debe ser una premisa para cada ciudadano cubano. Sentirse plenos como son, con su proyecto de vida organizado, su decisión de escoger dónde vivir, de llevar una vida sin violencia y comunicarse sin miedos es también concientizar sobre el privilegio que representa llegar a esta edad.