CAMAGÜEY.- “Se busca trabajadora joven y bonita para ser camarera en un restaurante”. “Haz tú el acta de la reunión, que las mujeres tienen mejor letra”. “Le damos la bienvenida a Juan Pérez, Pablo Batista y a Teresita”. “Las muchachitas (altos cargos) los recibirán”. Seguro alguna de estas expresiones las ha escuchado o leído. Pues todas son manifestaciones de violencia de género en el ámbito laboral. La violencia de género puede tener lugar en todos los escenarios de la vida social, incluyendo el entorno del centro donde se labora.

La división sexual del trabajo ha llevado a que existan roles, profesiones y oficios asociados a los hombres y a las mujeres. Esa resulta una de las causas de este tipo de violencia, la cual sufren más las mujeres, estadísticamente; pero que afecta a todas las personas. Cuando una mujer decide romper con esos estereotipos y ejercer en un puesto tradicionalmente masculino, es más vulnerable a que se le trate como inferior. Pero esto sucede en casi todos los centros de trabajo.

Las directivas constituyen blanco de la violencia de género, aunque aparentemente se hallen en una posición privilegiada. Ellas tampoco se libran del acoso de cualquier tipo, de la humillación por el hecho de ser mujeres y de que están obligadas a ser “orquestas”. Sí, porque creemos que las mujeres que trabajan fuera de casa y en el hogar a la vez son heroínas, cuando en realidad están realizando una doble jornada laboral sin remuneración por la segunda.

De lo otro que no se libra ninguna mujer en ese ámbito es del llamado “mansplaining” o “machoexplicación”, en su versión castellana. Todas las personas podemos aprender algo de los demás, pues en este intercambio de saberes habita la riqueza de las relaciones humanas. Pero a veces se presupone que una mujer no conoce determinado tema solo por ser mujer. Los machoexplicantes son adictos a explicarles a los demás en una reunión, por ejemplo, lo que acaba de decir una mujer, o argumentarle a ella sobre el tema solo para asegurar una superioridad intelectual y no en forma de diálogo.

Un reclamo de la comunidad transexual en Camagüey ha estado dirigido a la discriminación que reciben en sus puestos laborales por su identidad de género. Algunos dirigentes se han tomado el derecho de limitarles sus oportunidades por esa razón. Incluso, les dicen que pueden trabajar allí, pero no se pueden vestir de mujer u hombre dependiendo del caso. Sin embargo, desde el 2013 existe la Ley 116 “Código de Trabajo” que establece al mismo como un derecho y un deber social del ciudadano, con el principio de igualdad en el trabajo y en el salario, sin discriminación de ningún tipo.

Hay manifestaciones de violencia de género no tan sutiles, como el acoso o la agresión sexual y la violencia física, las cuales ocurren también en la convivencia laboral. Por eso se requieren entornos seguros, donde existan posibilidades de denuncia y se cumplan con las leyes en ese sentido. La telenovela cubana anterior dejó muchos asuntos pendientes sobre este tema, teniendo en cuenta que la única sanción impuesta al acosador resultó tener un secretario hombre. La Ley 151 “Código Penal” del 2022, en los artículos 327 y 328 reconoce como delito, el acoso laboral y la lesión maliciosa de los derechos del trabajo y la seguridad social, incluidos los que se producen por motivos discriminatorios.

Afortunadamente el 2 de octubre de este año entró en vigor en Cuba el Decreto 96: Protocolo de actuación ante situaciones de discriminación, violencia y acoso en el ámbito laboral. Este ejemplifica 15 formas de manifestaciones de este tipo de fenómenos y describe los pasos a seguir por cada institución en relación con estos casos. El Decreto obliga a todos los centros laborales a sensibilizar a sus trabajadores en una cultura organizacional no violenta e informar sobre estas temáticas. Además, tienen el deber de establecer canales de consulta, comunicación y quejas; una comisión o persona que deberá tramitar y atender las denuncias, con un procedimiento de actuación muy bien definido.

Del dicho al hecho sabemos que hay un gran trecho. Corresponde a las estructuras sindicales hacer cumplir este decreto y abogar por un lugar donde primen relaciones justas y equitativas. La violencia de género, como ya hemos dicho otras veces en este periódico, se sustenta en una cultura heteropatriarcal y machista. Su carácter estructural la hace pasar por invisible y normal, pero si aprendemos a reconocerla, podemos denunciarla y prevenirla, ya sea en la guagua, en un concierto, en la escuela, en el centro laboral, en la familia o en las redes sociales. La lucha por la no violencia no se puede quedar en las políticas y las leyes, sino inundar nuestras prácticas y formas de ver el mundo, entendiendo que es un tema de justicia social y de derechos. ¿Hasta cuándo será un asunto pendiente?