CAMAGÜEY.- Nos quieren hacer olvidar la historia a como dé lugar. En la estrategia para desmontarla nos hablan de una Cuba esplendorosa en los años 50 del siglo pasado. Nos retratan una Habana marcada por los carros de último modelo, los edificios de hormigón armado más grandes del mundo, casinos, hoteles, tanto lujo que hasta el mismísimo Meyer Lansky, tenía su vida secreta en la ciudad.

En esas condiciones muchos se preguntarán para qué asaltar la segunda fortaleza militar del país, para qué cambiar aquel sistema, aquella “república”, para qué hablar de Revolución.

Sin embargo, esa Cuba que visitaba uno de los padres del crimen organizado en Estados Unidos era la misma que el joven abogado, salvando la dignidad de un país, denunció tras los sucesos del Moncada; la misma en la que la mortalidad infantil era superior a 60 niños fallecidos por cada 1 000 nacidos vivos, la esperanza de vida no rebasaba los 55 años de edad y el 90 % de los niños del campo estaba devorado por parásitos.

Miles de infantes morían cada año por falta de recursos; y a los 30 calendarios no tenían un diente sano en la boca. Para acceder a los hospitales del Estado se precisaba la recomendación de políticos a cambio del voto. “De tanta miseria solo es posible librarse con la muerte, y a eso ayuda el Estado, a morir”.

No, no son solamente estadísticas, fue la magistral síntesis del problema de la Salud expuesto por Fidel en aquello que más que su alegato de autodefensa, resultaba la denuncia de un país que no aguantaba más, un programa político con el que después se cumpliría al pie de la letra. Era el Programa del Moncada, el Programa de la Revolución.

Pero el cinismo del sistema llegaba a tanto que a la entrada de aquellos hospitales había un cartel que decía: “El enfermo es la persona más importante de este hospital”. En los mismos centros donde la mortalidad materna era de 118 por cada 10 000 y las tasas de mortalidad por enfermedades como la gastroenteritis alcanzaban 41,2 por 100 000 y la tuberculosis 15,9 por 100 000.

No imagino aquella Cuba enfrentando una pandemia como la de la COVID-19, creo que muchos no estuviéramos haciendo el cuento porque nuestros abuelos se hubieran muerto en masa. Y así algunos vaticinaban seis meses atrás la muerte de 90 000 cubanos solamente por la falta de productos de aseo en el Archipiélago. Ilusos, para enfrentar al coronavirus hace falta más que detergente.

La batalla contra el coronavirus se empezó a ganar desde los primeros años de la Revolución. La medicina privada y el caótico sistema público desaparecieron en pos de crear el Sistema Nacional de Salud, programa que desde su constitución se proyectó como una integración social, orientada no solo a la curación de enfermedades, sino a su prevención.

Hoy ya muy pocos se acuerdan de que la mitad de los profesionales de la salud que tenía Cuba decidieron irse del país después de 1959, algo difícil de imaginar en la potencia médica de la actualidad que hace solo unos meses envió más de 20 brigadas al exterior a combatir la pandemia.

¿Qué país del tercer mundo puede eliminar 14 enfermedades infecciosas, mantener bajo control 29 enfermedades transmisibles y formas clínicas, de ellas 18 por vacunas, y, por si fuera poco, eliminar la transmisión materno-infantil del VIH y la sífilis congénita, certificada por la OMS?

Fue el Programa del Moncada el inicio de un sueño que hoy se traduce en un robusto sistema de salud que cuenta con casi medio millón de trabajadores y 150 hospitales, el 20 % tiene 400 o más camas y el 62.7 % entre 100 y 399 camas. Además, 110 salas de terapia intensiva, 120 áreas intensivas municipales, 449 policlínicos, 111 clínicas estomatológicas y 12 institutos de investigación, con alta tecnología.

Es obvio, quienes vaticinaban el caos en Cuba no contaron con un sistema de atención primaria como el nuestro, ni con las pesquisas y mucho menos con el Interferón, tampoco tuvieron en cuenta que aquí, por contagiosa que sea la enfermedad sí se toca al paciente y se lucha lo mismo por la vida de un anciano que por la de un recién nacido. Sí, porque la salud en Cuba hace rato dejó de ser un problema para convertirse en solución.