CAMAGÜEY.- Cierto que las escaseces agobian y tornan tenso eso que se llama cotidianidad. Y aun así, en medio de tormentas y tsunamis que en materia económica se gestan desde el imperio, siempre revuelto y brutal, el país resiste.
Nos han tirado para matar, acuñó recientemente el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, y ni los daños que superan los 5 mil millones de dólares anuales tuercen nuestro rumbo.
Pero nadie niega que todas esas malsanas aplicaciones de leyes extraterritoriales endurecen más el bloqueo, y con ello, la capacidad adquisitiva del país que hace verdaderas piruetas para que, lo mucho o lo poco, tenga un reparto lo más justo posible.
Pese a los esfuerzos, la estantería de artículos de mayor demanda tiene brechas, y la adquisición se vuelve difícil, mas cuando una crápula ve filones de dinero fácil en acaparar para regresarlo al mercado con precios insultantes.
Duele, lacera, que unos, no tan pocos, se pertrechen de productos de primera necesidad, con la complicidad de otros de su misma calaña, para exprimir bolsillos ajenos, y muchos se preguntan en qué laboratorio de arpías fueron diseñados.
Nuestra canasta familiar, extendida para todos sin importar si trabajan o no, si son afines ideológicamente o no, es muy modesta, pero encierra el afán social de repartir justicia mas cuando nadie en el mundo hace semejante acto de equidad.
Tenemos nubes grises que empañan el hacer, no obstante, todavía las conquistas fundamentales del socialismo se mantienen, como la educación, gratuita en toda su extensión, y la salud, a contrapelo de esa canción de Orishas, que insolentemente dice que “… flores y ofrendas a médicos y hospitales, para que te libren y te curen de todos los males”.
La referencia a esos atributos insoslayables de nuestra arquitectura política, requieren tenerse en cuenta, pues todos, sin excepción, nos acogemos a ella como una obligación del Estado.
Entonces, si en medio de las mareas altas contra las finanzas del país, no se ha apelado a medidas de choque, y se han mantenido a capa y espada esas conquistas del socialismo, es un olímpico insulto de quienes lucran con las necesidades y las limitaciones de recursos para cebar arcas personales.
Pese a la educación asegurada para todos, se ha creado una costra social, un segmento que acude a las más sucias artimañas para medrar a costa de las insatisfacciones materiales, esos que algunos teóricos de nuevo tipo denominarían parásitos sociales o parasitismo social, como corriente de conducta.
Nada justifica ese hacer, casi siempre de personas sin antecedentes laborales, de buscar vías execrables para llenar sus apetitos mercantilistas sobre la base de purgar el bolsillo obrero.
Algunos pudieran entender o justificar, que esos “emprendedores” no hacen más que “luchar” su dinero, porque la vida está cara y todo cuesta; sin embargo, ninguno de ellos se excluye de los que saturan la sociedad de gérmenes nocivos, mas cuando quieren florecer a costa del sudor ajeno.
O en buen cubano: “a río revuelto...”
Luchar, pero en su concepto real, no en el desfigurado, es aportar a la sociedad, hacerse compatible con sus esquemas, transformar desde la arista del trabajo creador, y hacerse merecedor de cuanto gana con un respaldo en transferencias.
Hace algún tiempo atrás, un amigo, especialista de la Medicina, coincidíamos en una tarima bien surtida de un particular.
El vendedor, ajeno a quienes nos aproximamos, sonrisa mediante, invitaba a ver sus productos, muy atractivos visualmente, pero con unos precios de primer mundo.
El desgano fue común, pero el galeno no pudo reprimir una frase corta, pero aleccionadora: “… y pensar que nosotros en un hospital o un salón de operaciones no preguntamos si tienes dinero, o si eres el vendedor que nada más le importa sus ganancias”.
Las benevolencias cubanas son conocidas. Se sabe que hemos ayudado a otros con serias limitaciones, y muchas veces sin esperar nada a cambio. Lástima que en algunos no haya prendido ese espíritu de solidaridad, del que hay suficientes pruebas a mano.
Las impurezas en estos tiempos de duros exámenes, ideológicos y relacionados con la economía, crecen con velocidad exponencial, empero hay que resistirse por todas las vías posibles a que el parasitismo social se convierta en una epidemia incontrolable, irrefrenable con todo y que el país no es una amalgama perfecta.
Los amargos de nuestro vino, los prefiero, aunque eso no implica convivir con los que le acidifican la composición química a ese, mi vino y sus amargos naturales.
Una sociedad es una sumatoria, y sin entrar en consideraciones academicistas, sigo soñando con un país imperfecto, pero eso sí, con una historia de resistencia que lo hace grande, aunque algunos se empeñan en atiborrarlo de nubes grises todo el tiempo.
Pero sigo confiando en que el azul… no faltará.