CAMAGÜEY.- Si a viejas crónicas lugareñas nos atenemos, el uso del nasobuco no es tema nuevo para los camagüeyanos. La ciudad, situada entre dos ríos y no siempre con una eficiente salubridad, se vio por años amenazada por epidemias de todos los tipos y colores, desde la fiebre amarilla al vómito negro con un buen número de víctimas.

Para el mediodía del siglo XIX, agosto de 1835, a causa parece de un grupo de esclavos enfermos importados a la ciudad desde África, se introdujo en Camagüey una violenta epidemia de viruelas de tal magnitud que se decretaron órdenes para hacer salir de la población a aquellas personas que pudieran hacerlo, la suspensión de festejos y reuniones públicas e, incluso, “embozarse con bufandas, pañuelos o tapabocas para evitar los aires malsanos en circulación”. Un mes después de haber aparecido la terrible enfermedad murió contaminado el Teniente Gobernador de Puerto Príncipe Don Francisco Sedano, quien tantas medidas de precaución había adoptado para la población.

Es por esta difícil época cuando entra en estas crónicas Doña Cleofás, dura anciana que tenía una escuela de instrucción primaria en el callejón del Príncipe, donde según ella misma decía: “se enseñaba a la camagüeyana”. Contaban los sobrevivientes de la Cleofás, que no se sabía de muchachos díscolos o rebeldes que no temblaran ante la amenaza de ser llevados con aquella maestra cuya principal y única divisa era aquella tierna reflexión de que “la letra con sangre entra”.

Pero en esta escuela primaria ofrecía también, solo para selectas jovencitas, cursos para ser adiestradas en el lenguaje corporal. Esto es, hablar por señas, remitir mensajes sin palabras ni aproximaciones. Sucedía que el criollo, hablador de cuna, se sentía limitado para la conversación personal con aquellos tapabocas en tiempos en que, aparte de la charla de tú a tú, ya se sabe, ni radio, televisión, correo electrónico o teléfono.

En esta escuela las muchachas perfeccionaron el entonces popular idioma del abanico, tema muy de moda entre las féminas de la ciudad. Por ejemplo: abanicarse rápidamente. “Te amo con intensidad”; abanicarse lentamente, “Soy una señora casada y me eres indiferente”; cerrar despacio significa un “sí”; contar varillas del abanico o pasa los dedos por ellas quiere decir que quiero hablar contigo; prestar el abanico a su acompañante, malos presagios; si se lo da a su madre, quiere decir “te despido, se acabó”; si se pasa el abanico por los ojos significa “lo siento”; cerrar el abanico tocándose los ojos quiere decir “¿cuándo te puedo ver?”.

Nada extraño para el tiempo, el uso del abanico para claves de enamorados era tan universal como el Esperanto. Por estos tiempos de nasobucos y epidemias por la escuela de la Cleofás pasaron decenas de señoritas de la rancia aristocracia del Camagüey y también, cómo no, aprovechando aquellas señas se impartieron otras formas de comunicación a distancia para impedir acercamientos epidémicos. Estas relaciones permitían intercambiar información partiendo de que los gestos son ampliamente utilizados dentro del lenguaje corporal si tenemos en cuenta que el ser humano se pasa todo el día haciendo gestos con todas las partes de su cuerpo, son tantos, que hasta pasan inadvertidos. Así, apoyar la cabeza en la mano es una señal típica de aburrimiento, pero acariciarse la barbilla significa que se está tomando una decisión; mientras que acariciarse la nuca significa enojo o frustración. Tocarse la nariz durante una conversación denota por lo general que se está mintiendo, mientras que tocarse una oreja significa que no se quiere escuchar o no le gusta lo que está oyendo. Apoyar la cabeza sobre las manos es señal de aburrimiento.

Hablar por señas, como se ve no es nada nuevo y tuvo sus cultores. Hoy observo, nasobucos de por medio, gestos no conocidos en los tiempos de la Cleofás, como saludos amistosos a nivel de tobillos, codos contra codos y choque de puños. Palmearse el pecho para decir te quiero. Cerrar el puño con el dedo pulgar erguido es para decir que todo va bien; o regular si balanceamos una mano abierta con la palma hacia abajo… No dudo que al igual que hoy podemos hacer anécdotas y escribir crónicas del idioma de los abanicos o los gestos corporales de una época, mañana podrá suscribirse un prontuario de la silenciosa, pero emotiva lengua del nasobuco de días como hoy.