CAMAGÜEY.- Los recuerdos de la manigua nunca descansan. Siempre, algunas de sus historias y frases resultan útiles para ilustrar la continuidad de la Revolución que inició Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua.
Por ejemplo, aquellas palabras que un mambí dijera luego del encuentro entre Martínez Campos y Antonio Maceo en Mangos de Baraguá: “Muchachos, el 23 se rompe el corojo”. Después de 81 años del hecho, los soldados del Ejército Rebelde confirieron un sentido definitivo a esa expresión. Con el triunfo de la Revolución Cubana, el 1ro. de Enero de 1959, el corojo se rompió.
Tras consumarse la victoria sobre la tiranía del gobernante Fulgencio Batista, una caravana, formada por los protagonistas de la epopeya, emprendieron un significativo viaje hasta la capital. Significativo porque los habitantes de las distintas regiones liberadas observarían, en vivo, no solo a los responsables de una hazaña, sino también a los nuevos líderes que, a diferencia de sus predecesores, se mezclaron ellos. En su paso por esta ciudad se apreció el suceso como el advenimiento de mejores tiempos, de un porvenir a la altura de los ideales de El Mayor.
Desde Santiago de Cuba partió la gloriosa tropa al Occidente. Arribaron a la tierra de Agramonte, un 4 de enero. Quizás algunos realizaban las labores cotidianas del trabajo duro, la preparación del almuerzo para la familia o, probablemente, leían las noticias de la prensa. Pero había que hacer a un lado lo que les ocupaba, había que apurarse, porque llegaba la hora de ser partícipes de la historia. Así, un periodista del periódico El Camagüeyano describió los matices del momento:
“(…) Alrededor de las diez de la mañana la caravana motorizada donde venía Fidel Castro entró en Camagüey por la Carretera Central procedente de Oriente. De pie en la torre de un tanque Sherman de gran tamaño, Fidel Castro extendió sus manos en un amplio saludo cordial hacia las enormes multitudes que se agolpaban por todas partes y lo aclamaban delirantemente”.
La maestra jubilada Exiquia Guerra Sánchez recuerda, a sus 91 años, la algarabía que se respiraba en las calles, las manos agitando los pañuelos negros y rojos, la felicidad… “Todos teníamos esperanza en el futuro del país y así fue, porque yo puede desempeñarme como maestra y mis hijas se convirtieron en universitarias”.
Para el maestro de Historia de Cuba de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, Andrés Fernández Millares, la trascendencia del acontecimiento no solo se redujo a un desborde de júbilo. También lo permeó un halo de simbolismo: “Fue un punto de comienzo y de salida porque iniciaría el período de construcción de la obra revolucionaria y, además, marcó un hito en el largo proceso libertario, gestado desde 1868. Resultó el instante propicio para evocar la idea martiana de que hay un hilo invisible que une a los hombres y a la impronta escrita por ellos”.
La gesta del ‘59 representó una fecha emblemática para los camagüeyanos. Fue total el apoyo que los hijos de esta región brindaron al Líder Histórico, y al resto de los rebeldes en la marcha triunfal que recorrió las vías fundamentales de la urbe: General Gómez, República, Avellaneda, Carretera Central y Avenida de la Caridad, que en honor al suceso se conocería luego como Avenida de la Libertad.
En esta ocasión no se repitieron los momentos sangrientos de 1933, cuando los ciudadanos del país, enardecidos, sobre todo los de La Habana, se lanzaron a las calles para celebrar la supuesta huida de Gerardo Machado. “Pero, al final, no había sido más que un rumor y la población fue reprimida por el ejército machadista. Ahora, la victoria se había concretado y los nuevos dirigentes de la nación tomaron todas las medidas para evitar que fueran violados los derechos más elementales”, esclareció Fernández Millares.
Durante la noche, la emoción de los agramontinos no fue menor. Esta vez la atención se trasladó a la Plaza de la Caridad. Allí, no quedaba ni un espacio vacío. Hablaría Fidel. En aquel sitio se escuchó: “(…) Siete años de tiranía han enseñado mucho a nuestro pueblo, siete años de tiranía nos han enseñado, sobre todo, que nuestras libertades no podemos nunca más perderlas de nuevo (…)”.
Desde las alturas de la iglesia, ubicada en la céntrica área, el combatiente Rafael Menéndez Alonso velaba por la seguridad de los presentes en el acto. Observó cómo “el gentío bullía de fervor ante el cambio que vivía. Al encontrarnos todos en aquel punto, me hizo meditar en su importancia, porque alcanzarlo costó mucho sacrificio”.
El Héroe Nacional de Cuba, José Martí, quiso que sus coterráneos pensaran a su país como ara, no pedestal. Sobre el improvisado púlpito, el autor de La Historia me Absolverá retomó ese concepto del Apóstol: “(…) Patria no solo quiere decir un lugar donde uno pueda gritar, hablar y caminar sin que lo maten. Patria es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente (…)”.
A la vista las personas, los barbudos de la Caravana de la Libertad podían haberse confundido con los mambises que pelearon contra el colonialismo español. El motivo no lo hubiera sido las ropas raídas, las heridas, o el cansancio de una contienda que les sacudió hasta la última célula del cuerpo. Como soldados de una extensa campaña, los rebeldes terminaron con el fuego del fusil, la obra empezada por los mambises con el filo del machete. Como hombres de una sola historia, honraron el grito de Baraguá y rompieron el corojo, para entregarnos la independencia.