CAMAGÜEY.- Uno de los baluartes fundamentales de las sociedades son las juventudes. Los cubanos contamos con ejemplos de altura como el de José Martí, encarcelado a los 17 años por defender sus ideales independentistas, hasta el de los osados muchachos que asaltaron el Cuartel Moncada, un 26 de julio de 1953.

El camagüeyano Carlos Augusto de la Torre, uno de los ocho estudiantes de medicina fusilados injustamente el 27 de noviembre de 1871, encaró su cruel destino con el honor y virilidad de los buenos patriotas.

El nacimiento de Carlos ocurrió el 29 de junio, de 1851, en el seno de una familia noble de la antigua Santa María del Puerto del Príncipe, actual Camagüey. Llegó a este mundo en medio de una enmarañada situación política. Una parte de esa “culpa” la tenía su localidad donde había acontecido, el cuatro de julio, la conspiración encabezada por el revolucionario Joaquín de Agüero y Agüero contra la metrópoli española. El desenlace del levantamiento, sería una suerte de trágica anunciación de su futuro: el 12 de agosto, Agüero y Agüero junto a tres de sus compañeros murieron ante un pelotón de fusilamiento.

“Debió trascurrir su primera infancia (...) bajo los cuidados de sus padres y demás familiares, al menos hasta que decidieron marchar a Sancti Spíritus, donde inició sus estudios elementales. Pasado un tiempo la familia se trasladó a La Habana con la intención de que sus dos vástagos Alfredo, y Carlos Augusto, matricularan en el Colegio de Belén regido por la Compañía de Jesús. Allí, Carlos obtuvo el Título de Bachiller en Artes, diploma que fue legitimado por el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana”, reza el historiador Fernando Crespo Baró en su investigación Un camagüeyano entre los fusilados en 1871.

Se superaba en su vida estudiantil. El próximo gran salto y motivo de orgullo para los de la Torre, debía llegar con su graduación como doctor. Con ese objetivo, se alistó en el Colegio de Medicina de la Universidad de La Habana, en junio de 1871, y tras aprobar el examen de ampliación, comenzó la carrera el 18 de octubre de esa misma fecha.

Pero jamás sus manos tocarían el ansiado título de galeno. Así lo quiso el gobierno colonial español, quien convirtió un momento de desatino juvenil, en el antiguo Cementerio Espada, en una pena capital... en una triste razón que no sumó temor, sino razones para pensar en la libertad.

Como explica Crespo Baró en su pesquisa “una de las verdades esgrimidas en su autodefensa fue que jamás integró el grupo que adujeron los jueces venales jugara con el carro del carnero -por llevar el carro al frente la figura de dicho animal- que conducía los cadáveres en el interior de la necrópolis, menos rayado el cristal y profanado el nicho que guardaba los huesos del periodista español Gonzalo Castañón.

Tarja a los estudiantes de medicinaTarja a los estudiantes de medicina

(…) Carlos Augusto no tuvo ninguna prueba que anteponer en demostración de su inocencia al tribunal inquisidor y a la turba sedienta de sangre de los voluntarios (…) No obstante, él junto a Carlos Verdugo y Eladio González, fueron rifados para completar la cifra de condenados a morir (…) Una carta escrita por de la Torre, horas antes del suplicio y mientras transcurría la media hora de angustia en la capilla de la cárcel, pasaría de mano en mano hasta el camagüeyano Carlos Galera Pérez. La misiva que lamentablemente se extravió antes de su muerte ocurrida en 1922, hubiera servido como una clara denuncia de la barbarie”, apuntó el especialista.

El día fatal llegó, un lunes. Ya marcaba el reloj un poco más de las cuatro de la tarde y la explanada de La Punta, los rifles apuntaban a las almas a punto de extinguirse. “La orden de matar la daría el capitán de voluntarios Ramón López de Ayala, y seguidamente, las balas saldrían a buscar los pechos (…) de los estudiantes, algunos de espalda y otros arrodillados. Carlos (...) debió mirar de modo acusatorio (...) y de frente a sus matadores. Al parecer, negado a dejarse cubrir el rostro soportó el martirio dando ejemplo de hombría y coraje, tal vez, con similar orgullo al mostrado por su coterráneo Joaquín de Agüero”.

Desde varias ciudades de Hispanoamérica y en el exilio norteamericano, se alzaron voces en repudio al horrendo crimen. A esas manifestaciones de rechazo y dolor también se unió Amalia Simoni, la esposa de El Mayor, Ignacio Agramonte Loynaz, a través de una misiva que envió a Camagüey.

Aquella tragedia reivindicada años más tardes por la pericia de hombres como Fermín Valdés Domínguez, quien demostró con pruebas y declaraciones fehacientes la inocencia de las víctimas, habita en la memoria de Cuba. La firmeza de Carlos Augusto y de sus compañeros, es abrazada por el espíritu de los jóvenes del presente. Se evidencia en los miles de médicos y personal de la salud que desde este país y el mundo, sobreponen la vida del prójimo a la propia en la lucha contra la Covid-19. Apuestan por la salvación de la humanidad, y ese es el mejor tributo a Carlos Augusto y al doctor que pudo ser.

camagüeyano - 13 January 21 5:10PM Denunciar
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Muy interesante e importante este material, Carlos Augusto de la Torre está muy bien interpretado en la película cubana Inocencia, un drama real vivido por estos jóvenes y donde Carlos Augusto es el último de los fusilados, y en esa escena, él mira de frente al pelotón que le disparó al pecho (asesinos), un digno joven que de otra forma no podía morir, Carlos Augusto de la Torre demostró derroche de valor, NO PODÍA SER DE OTRA FORMA, ERA CAMAGÜEYANO, CUBANO, DIGNO HIJO DE IGNACIO AGRAMONTE Y JOSÉ MARTÍ.