CAMAGÜEY.- "El aviso de la incorporación a una guerra siempre causa inseguridad, tanto a uno como a la familia. Siempre se teme lo peor”, afirma Jesús Ramón Vázquez Reyes, quien pensó enseguida en su esposa e hijo cuando debió partir a Angola, y asegura haber regresado como una persona distinta.
¡Vázquez, prepárese que va a cumplir misión!”, repite Jesús. Recuerda muy bien aquella frase, todavía la tiene tatuada en el cerebro y junto a ella el tor-bellino de sensaciones que desató. “No importa si una persona es militar o no, el aviso de la incorporación a una guerra siempre causa inseguridad, tanto a uno como a la familia. Siempre se teme lo peor”.
“Yo era un joven de 25 años, militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y sabía que en cualquier momento podían llamarme, tenía claro además que debía dar el paso al frente. De alguna manera ya me sentía parte de la operación pues adiestraba a las tropas especialistas en comunicación que partían rumbo a Angola.
“Cuando llegó mi turno lo primero que pensé fue en mi esposa e hijo, me inquietaba dejarlos. Una vez en la guerra les escribía cartas con frecuencia y les contaba de mi vida en aquel lugar, los combates y los deseos que tenía de volver a verlos”.
Durante la guerra, Jesús Ramón Vázquez Reyes desempeñó el cargo de Jefe de Centro de Comunicaciones. En esa tarea tenían la responsabilidad de permanecer cerca de las acciones militares, pues los especialistas en esa rama determinaban el vínculo entre los puestos de mando y los pelotones.
“Viví muchos momentos difíciles. Recuerdo un bombardeo a la Escuela Internacional de Guerrilleros y por nuestra proximidad al lugar nos indicaron presentarnos allí. Los aviones enemigos se retiraron y dejaron muchos cuerpos inertes; fue algo horrible”.
Su labor fue ejemplar en los meses de la guerra; además de las comunicaciones, transportaba suministros y entrenaba a nuevos reclutas. Según él, estas misiones le permitieron analizar la lucha desde distintos puntos de vista.
La guerra acabó hace mucho, pero sus huellas permanecen en este hombre, el cual asegura que la Operación Carlota marcó un antes y un después en su vida.
“No podía ser el mismo después de esa experiencia. Era un país lejano, extraño, una cultura diferente, hasta la naturaleza era distinta. A mi regreso no podía evitar comparar a Angola y a Cuba. No puedo negar que esa misión me permitió adquirir mucha experiencia y responsabilidad, ambas me han acompañado a lo largo de mi vida”.
Todavía hoy, a 45 años de tales sucesos, sigue vinculado a la epopeya. En la actualidad es el encargado por la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en la provincia de atender a los internacionalistas con alguna secuela de la guerra. Considera su labor una forma muy humana de retribuir un poco todo el sacrificio y la sangre derramada, un modo de ayudar y de acompañar a quienes, como a él, la Operación Carlota les cambió la vida.