CAMAGÜEY.- Él lo cuenta fácil, parece que lo ha hecho toda la vida, pero no, solo lleva cinco años desafiando las alturas. Todavía recuerda la primera vez que se subió a una de ellas. Sin embargo, Gilberto Ezequiel Márquez Blanco confiesa que desde niño siempre le gustó sentir la adrenalina, trepar las alturas. Tan bien se sentía que cuando tuvo que escoger a qué se iba a dedicar, no lo dudó.
“Comencé a trabajar en la empresa eléctrica, como ayudante de líneas, luego pasé el curso de Torrero B, pero tres meses no son suficientes para treparte en una torre, tiene que gustarte. Allí te enseñan la parte teórica, las medidas de seguridad, el resto es práctica”.
El mejor torrero de la División Territorial de Radiocuba en Camagüey confiesa que cada vez que va a subir siente la misma adrenalina del primer día. No es para menos: la de Jayamá, por ejemplo, tiene 225 metros de altura.
¿En qué piensas al subir?, se me ocurrió preguntarle. Su respuesta: “No se piensa, no se puede pensar, simplemente tienes que hacer el trabajo, prácticamente como si fueras un robot, yo solo pienso, antes, durante y después del ascenso, en cuidarme porque abajo me espera una familia que tengo que mantener”.
—¿Cómo es el proceso de subir a la torre?
— Antes de subir, el jefe de brigada chequea todo, la presión arterial, que no estemos borrachos, las medidas de seguridad, o simplemente si nos preocupa algo que nos impida estar concentrado en lo que estamos haciendo. El próximo paso es revisar la torre para verificar que esté en buenas condiciones para subirla. En este momento somos seis, cuatro suben y dos se quedan debajo. De los cuatro, dos cogen por un lado y dos por otro, de manera tal que se mantengan compensada y que no haya confusión en el trabajo, porque una simple equivocación puede ser fatal.
“Uno solo nunca puede subir, la norma es ir a un metro de separación, porque si el torrero de arriba se siente mareado o le sucede algo enseguida se enfaja en la torre y el de abajo tiene que estar cerca para socorrerlo”.
—¿Te haz mareado alguna vez o has tenido que ayudar a algún compañero?
— Al principio sí te mareas, pero ya después de que te vas acostumbrando no te pasa más y hasta ahora no he tenido que pasar por el susto de tener que auxiliar a un compañero mío.
—¿Alguna situación que recuerdes especialmente?
— Después del huracán Irma y el desastre que hubo en Cayo Cruz, nos mandaron para allá. Fueron diez días muy duros, prácticamente de guerrilla, para restablecer los servicios vitales. Trabajamos en condiciones en que solo los cubanos nos atrevemos.
— ¿Qué dice tu familia de tu trabajo?
— Siempre están asustados, cada vez que voy a subir a una torre me repiten diez veces “cuídate”. No me dejan tomar, no tengo libertades como otros, tengo que llevar una vida bastante calmada. Porque si cometo un error las consecuencias serían graves. Yo me cuido por mis hijos, ahora tengo más precaución.
Gilberto sabe lo que enfrenta, lo hace porque le gusta y porque alguien tiene que hacerlo. Casi antes de apagar la grabadora, de su boca salió una frase que lo resume todo: “conozco los riesgos, yo sé que tengo que hacerlo todo exacto porque mi error ocurre una sola vez”.