CAMAGÜEY.- Casi en sus últimos días o, al menos, en su última quincena, diciembre tiene el siempre renovado hábito de incitar a celebrar su despedida, y con ella, la llegada de un nuevo enero, de un nuevo año.

Pero diciembre revuelve a la familia, la reúne, o da un pretexto para reunirse, festejar las cosas buenas, proyectar metas y hasta armarse de cuanto haga falta para, en esas horas finales del mes, todo esté ahí, a un chasquido de dedos.

El cubano, fiestero, amante de las burlas y el doble sentido, del ron, del reconocido o del “sin glamour”, del congrí (arroz con frijoles negros), el cerdo asado en púa y la cerveza fría, no se perdona pasar por alto un 31 de diciembre.

Quizá por eso, ante cualquier posible contingencia, las familias cubanas visitan tiendas y mercados para que la logística no sea la razón de cualquier imponderable, ese que estropee las sonrisas en los rostros, o que impida complacencia al paladar por la abundante ingestión.

Pero es que diciembre no es solo 31, no es lanzar agua hacia el exterior de las casas, o colgar árboles de navidad con cuanta cosa aparezca, desde las luces hasta una escenografía propia de un filme de ficción. Es ese el momento en que dejas atrás otro año más de vida, de salud.

Es el de los Santos Inocentes, el de las Navidades. El de la Nochebuena. Es en el que usted trata de tener vacaciones, el de pintar la casa, arreglar los muebles, o hacer planes amorosos.

No sé, y no importa cuándo se comprendió el alcance de decirle adiós a esos 365 días, y volver a armar sueños y expectativas con la llegada de otro plazo, ¿el último?

Quizá.

Qué me depara el que viene, qué cosas buenas o malas habrá en el camino. Son esas, y muchas otras, las preguntas que en ocasiones quedan sin respuesta. O nunca la tendrán. Pasa, nunca deja de pasar.

Y es también diciembre el mismo que saca lágrimas, las de emoción, o las que nos acercan al sollozo o al llanto. Pero es diciembre. Y no por ser el último, lo vemos como eso, como el último.

Pero no se retracte, aunque sea el del cierre. Vívalo, disfrútelo, como si fuera enero. Tome una maleta y dele una vuelta al barrio. Complazca la tradición. Tal vez no viaje después, pero al menos, lo intentó.

Porque diciembre vale desde una fiesta, hasta una misa.

Créame, mejor diciembre.

Abra entonces las ventanas, para que la esperanza venga sola, libre; y claro, pase por aquí, o por allá.

Pero que pase... siempre.