CAMAGÜEY.- Cuba presentará otra vez ante la ONU el tradicional informe que exige la necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra nuestro pueblo. Sí, porque a veces las palabras disfrazan la verdadera semántica del campo lingüístico de la vida. Porque esa asfixia primer mundista y poderosa que denunciamos como país cada año en cada tribuna en cualquier fecha, la padecemos como hijos, como padres, como abuelos, como vecinos, como conocidos. Como pueblo.

Por ello no asoma jamás el cansancio. Pudiéramos creer que la votación es mero simbolismo, que a fin de cuentas ellos desoyen nuestros argumentos y nuestra verdad, que quedamos aislados y atrapados en unas cifras y un auditorio. Pero no. Muy a pesar de su solvencia y hegemonía, los aislados y atrapados volverán a resultar ellos. La dignidad, ya sabemos, no constituye un valor financiero.

Pero luego conoces de una madre que pide ketotifeno para la alergia de su pequeño en grupos de ayuda por WhatsApp; de la joven que aboga por antibióticos para la linfangitis del hermano cardiópata; del nieto que gestiona mafenida para aliviar las escaras del abuelo; de la hija que clama por metoclopramida para aguantarle dentro los alimentos a la madre, esos también escasos y que un cáncer de páncreas se empeña en devolver.

Y entonces reprimes cualquier duda. Existe. Nos acompaña a cada paso que intentamos dar. Nos frena. Nos impulsa. Nos asfixia, pero también nos oxigena los propósitos.

El bloqueo resulta una realidad tan aplastante y hostil como las 242 medidas de agresión impulsadas por la administración de Donald Trump y que permanecen en vigor; como la llamada guerra de cuarta generación de la que somos blanco permanente. La opinión pública puede manipularse desde Internet y las redes sociales, y ello lo tiene bien delineado el Pentágono. Ejemplos recientes sobran.

Si aun en medio de una pandemia que obliga a la reclusión y a la mesura pública son numerosas las caravanas mundiales y los movimientos y organizaciones sociales que se expresan en apoyo a nuestra causa, aquí no podemos permitirnos desganos ni apatías. De insistencia y perseverancia es-tamos hechos. Y este 23 de junio volveremos a ese estrado con todo el honor que la razón nos asiste.

De abril de 2019 a marzo de 2020, el bloqueo representó la pérdida de más de 5 000 millones de dólares para Cuba. Según el informe del pasado año, fue la primera vez que el monto de los perjuicios supera esa cifra, evidencia clara de un hostigamiento que crece. Todo ello sin “calcular” las consecuencias contables de tal asedio en medio de la pandemia de COVID-19. En el calendario actual, según reseña Granma, también sobrepasamos dichos números en las afectaciones.

Díaz-Canel lo dijo claro en el discurso de clausura del Octavo Congreso del Partido:

“Nadie con un mínimo de honestidad y con datos económicos que son de do-minio público puede desconocer que ese cerco constituye el principal obstáculo para el desarrollo de nuestro país y para avanzar en la búsqueda de la prosperidad y el bienestar”.

Si somos honestos y leemos, no podemos dudar. Mas la vida no se simplifica en esa fórmula. Tal vez aquella madre, aquella her-mana, aquel nieto, aquella hija no entiendan de honestidad ni de datos económicos ante la imposibilidad de sumarle al bienestar de los suyos.

Tal vez yo misma dude mientras me taladra la próxima aguja de un nuevo protocolo del Programa Materno Infantil. La ausencia de un reactivo impide descartar la posibilidad de una diabetes gestacional, trámite que cuando mi estreno en la gravidez resolví en una mañana de 2017. Ahora tocan controles más seguidos y menos certeros; pinchazos sin jeringuillas desechables; prenatales reemplazadas con el suplemento que aparezca.

Toca, a ratos, seguir contando hasta diez para seguir. Y toca también seguir creyendo que podemos volver a iniciar la cuenta, y respirar.