CAMAGÜEY.- Este 20 de enero, Donald y Melania Trump abordaron el Marine One hasta la base aérea Andrews, en Maryland donde tomaron el Air Force One camino a su residencia en Florida. Antes de entrar al helicóptero, Trump dijo en tono amenazante: “nos volveremos a ver”. Por esa razón el Senado se apura en prepararle un segundo juicio político, ahora por incitar la violencia del 6 de enero, pero también para que no vuelva a nominarse y asegurarse de que no regrese en cuatro años.
El magnate deja un país caótico, crisis sanitaria, económica y política, además de una profunda crisis social, un país dividido que hace unos días sufrió lo que ha trascendido como el mayor ataque a la democracia moderna en Estados Unidos: la toma del Capitolio en Washington D.C., por supremacistas blancos y seguidores del entonces presidente.
Dentro de su partido, el Republicano, deja una división poco común entre los más conservadores de la política estadounidense. Viendo tal escenario quizá sea comprensible que no asistiera a una Toma de Posesión inusual, convirtiéndose en el cuarto presidente de la historia y el primero en 152 años en no asistir a la inauguración de su sucesor.
A las 11:30 a.m. llegó Trump a su propiedad Mar-a-Lago y a las 11:49 a.m. Joe Biden recitaba las 35 palabras que dicta el Artículo II, Sección 1 de la Constitución norteamericana para juramentarse como el 46 presidente de Estados Unidos.
Su discurso reflejó la nación que asume. Él lo sabe bien, hay 74 millones de ciudadanos que piensan que no debe estar allí, que califican de fraude su llegada a la Casa Blanca, y para ellos también tendrá que gobernar. No resultó casual que Biden centrara sus primeras palabras en la política interna, y en varios momentos apelara a superar las divisiones y abogara por la unidad del país. “Hay que curar el alma del futuro. Debemos poner fin a esta guerra incivil”, dijo con el tono conciliador que lo ha caracterizado en toda su carrera política. No por gusto el color violeta del vestuario de Kamala Harris, que simboliza la unión del rojo republicano y el azul demócrata.
La gran noticia del día fue que, por primera vez, una mujer asume la vicepresidencia, pero más trascendente aún, que la nueva inquilina de la Rotonda 1 del Observatorio Naval sea descendiente de una india y un jamaicano.
Los cubanos no podemos pecar de ingenuos. Joe era el segundo de la administración que decidió cambiar el rumbo de las relaciones con el país que más difícil se les ha hecho. Aunque algunos analistas dicen que en los primeros 100 días, Biden se decantará por el garrote o la zanahoria para Cuba y Venezuela, a juzgar por su discurso este 20 de enero la política exterior no constituye una prioridad para sus primeras acciones al frente de un país al que la pandemia le ha arrancado más vidas que la Segunda Guerra Mundial. Su gabinete trabajará en las próximas 10 jornadas en 53 acciones ejecutivas en ámbitos como el clima, la economía, la sanidad y la inmigración, revirtiendo directamente en muchos casos las políticas erróneas de Trump.
Respecto a Cuba, su antecesor trató de dejarle la pista caliente. En los finales la incluyó en la lista de países patrocinadores del terrorismo, una de las 240 medidas que aplicó —promedió una semanal durante cuatro años—, para pagarle deudas políticas a un grupo al cual se le antoja manejar la relaciones con La Habana como si fueran un asunto de minorías.
Biden podría suspender la aplicación del Título III de la Ley Helms Burton, cumplir sin contratiempos el acuerdo migratorio de las 20 000 visas anuales, reabrir los servicios consulares e incluso la Embajada. Está en mejores condiciones que Obama para flexibilizar el bloqueo, pues tiene mayoría en ambas cámaras contando el voto de la Vicepresidenta en un Senado que está ahora mismo 50 a 50 para burros y elefantes.
Pero él debe saber bien, pues siguió de cerca los 18 meses de conversaciones secretas, que con Cuba hay que negociar de iguales, que desde este lado no se cederá, y que son las familias, tanto las de aquí como las de allá, las que más sufrieron las limitaciones que impuso Trump. Tiene a su favor intereses económicos de grandes empresas que apuestan por Cuba y el amor de la gente buena de allá por los cubanos. Su esposa Hill Biden caminó las calles de la ciudad de Camagüey, nos conoce más que otros que se autotitulan defensores de la Isla y nunca han puesto un pie aquí.
Pero no nos confundamos, la directiva firmada por el expresidente Obama es clara; devela las intenciones de esa política, subvertir desde adentro para destruirnos como nación y construir una democracia a la americana. Tales pretensiones no han cambiado, no las puede cambiar un presidente de los Estados Unidos, porque persisten en los grupos de poder que no nos perdonan haber elegido soberanamente nuestro camino.
Lo han dicho Alejandro Mayorkas y Juan González, dos de origen cubano designados para altos cargos dentro de la administración, el cambio de política es la oportunidad de entrar a la plaza sitiada; tanto que le dio la oportunidad a Obama de venir a decirnos que olvidáramos la historia.
Para no olvidarla, no solo la nuestra sino la universal, hay que estar claros de que el nuevo vecino, el 13 que pasa por allí desde 1959, apostará por el ya conocido caballo de Troya.