CAMAGÜEY.- Leonardo Pareta Cruz tiene la magia de conservarse bien en la memoria. En una tarde de este junio, en el centro de la salita de la casa en la calle de San Fernando, levantó pronto el entrañable museo de los recuerdos donde lustró el oficio de su vida, a ratos tan dispar gracias a los sinsabores que él mismo se buscó por esa obsesión suya hacia la preservación del patrimonio. Museólogo, museógrafo y curador de la colección de historia natural del Museo Provincial Ignacio Agramonte Loynaz, este camagüeyano nos revela secretos inauditos.

«Me adentré en el mundo de los museos a través de la historia natural con la taxidermia, técnica de la disección de los animales. Siempre amé las Ciencias Naturales, un germen inculcado por mi padre Leonardo Pareta León, era farmacéutico. También me incentivó el médico veterinario Juan Gómez Zaldívar, quien se convirtió en mi amigo cuando tenía diez o doce años de edad. Él me regaló un libro de taxidermia, la guía para mis primeros trabajitos en casa. Cuando empezó mi vida laboral pude conversar con Mario Aquiles Betancourt, director fundador del museo, quien logró una plaza para mí como auxiliar de taxidermia.

Allí comencé a finales de 1965. Después me hice taxidermista A en un curso en la Academia de Ciencias, donde tomé otro de ornitología. Como museólogo me gradué después, aunque desde antes venía haciendo trabajos de museografía porque tuve la posibilidad de participar con el equipo nacional cuando estuvo haciendo aquí la restauración y el nuevo montaje de nuestro museo».

Para mostrar a las actuales generaciones el valor de la historia, la Sala Independencia, Mario Aquiles Betancourt, situada en situada en el Museo Provincial Ignacio Agramonte Loynaz.Para mostrar a las actuales generaciones el valor de la historia, la Sala Independencia, Mario Aquiles Betancourt, situada en situada en el Museo Provincial Ignacio Agramonte Loynaz.

Como de golpe, Leonardo quiere contar rápido su gran historia, sin edulcoraciones, pero con el orgullo de haber participado en los primeros montajes actualizados, que, aunque elementales fueron los pioneros, como el de la sala de historia natural de la entonces Instituto Pre-Vocacional de Ciencias Exactas Máximo Gómez Báez, el del Mausoleo de Pino III y el del Museo de la Yaya, por poner algunos ejemplos.

«Cuando empiezo, nada más estaba el Museo Provincial Ignacio Agramonte. Después se instauró la Ley 23 para la creación de los museos municipales, crecimos juntos en una época muy bonita con capacitación constante. Era raro el mes que no había un encuentro en La Habana con las eminencias de este país. Hay varios municipios con montajes netamente camagüeyanos realizados en esa etapa porque nos ganamos la confianza de la nación. Teníamos luz verde».

La temática dedicada a Arqueología Aborigen y Puerto Príncipe, es apreciable desde el 2013.La temática dedicada a Arqueología Aborigen y Puerto Príncipe, es apreciable desde el 2013.

En Camagüey se hicieron montajes novedosos, ¿qué propició esa libertad?

—Se juntaron una serie de factores. En primer lugar, nuestra dedicación al trabajo. Tuve la suerte de estar acompañado por compañeros a los que esto les gustaba tanto como a mí. Además, ese equipo tenía habilidades manuales portentosas. Estaba compuesto por Manuel Fernández Parrado, actualmente conservador del museo; Omar Rodríguez, este artista plástico hizo su servicio social allí; Bertica, también conservadora; Félix Guerra, magnífico rotulista, y Yamil, restaurador. Juntos montamos la sala de historia natural. Los museos municipales en sus inicios estuvieron a cargo de Manuel y de mí.

Inaugurado oficialmente el 23 de diciembre de 1955, el Museo Provincial Ignacio Agramonte Loynaz atesora cerca de 100 000 piezas disímiles, y expertos museólogos han considerado que contiene tres museos en uno, por las colecciones de Artes Plásticas, Historia Natural e Historia, únicas en el patrimonio nacional.Inaugurado oficialmente el 23 de diciembre de 1955, el Museo Provincial Ignacio Agramonte Loynaz atesora cerca de 100 000 piezas disímiles, y expertos museólogos han considerado que contiene tres museos en uno, por las colecciones de Artes Plásticas, Historia Natural e Historia, únicas en el patrimonio nacional.

Los especialistas y técnicos deben ser generales. La vida me obligó a ser integral porque al inicio éramos cuatro gatos.

Pareta hace una pausa y continúa su relato apasionado:

«El guion museográfico es la forma de mostrar tu colección. Lo novedoso de la colección nuestra es su ambientación. No como queríamos, aún así es la única ambientada en Cuba. La hicimos con naturaleza muerta, podíamos hacerla con viva, pero faltaron los recursos.

A pesar de eso recibimos muchas felicitaciones de personalidades. Rosa Elena Simeón, la fallecida Ministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, nos congratuló personalmente. También nos visitaron unos norteamericanos del área de la biotecnología. Cuando les preguntaron por cuál consideraban el mejor museo de ciencia natural del Caribe respondieron que el nuestro.

La museografía sigue muchas tendencias, pero la sala de historia natural debe ser muy didáctica. En muchísimas partes del mundo tienen el animal en una base y debes imaginarte el mundo donde vivía; para imaginar debes conocer si habitó en un bosque, una sabana, un desierto o una costa. En nuestro caso escogí cada nicho ecológico y Lorenzo Linares, un gran pintor naturalista, los representó».

El árbol de Carolina es uno de los más antiguos del patio de este museo. Varias personas han atado cintas a las ramas como manera simbólica de confiar sus deseos a este pariente cercano de la ceiba.El árbol de Carolina es uno de los más antiguos del patio de este museo. Varias personas han atado cintas a las ramas como manera simbólica de confiar sus deseos a este pariente cercano de la ceiba.

Esas destrezas de museólogo le enseñaron a Leonardo que en su oficio el asunto es de conocimiento, creatividad y empeños. Por muchas razones prefiere la sala de historia natural.

«Nací aquí en la calle Pobres, pero a los cuatro o cinco días de nacido mis padres se mudaron a La Vallita, en Florida. Allá tenían un pequeño botiquín que mi padre administraba. Viví en una casa rural donde –inculcado por el viejo– tenía crías de gallina, sinsonte, aves en general. A los siete años regresamos a Camagüey».

Los giros en su vida fueron más que geográficos: «Cuando conozco a Gómez Zaldívar empiezo a disecar animales de la forma más vulgar, inyectándoles formol y lógicamente se echaban a perder. Eso no era taxidermia. Gracias al libro que me regaló preparé mejor los animales. Hasta no hace mucho se conservó el primer cocodrilo que disequé en la casa de mis abuelos maternos, el único que quedó en la familia. Preparé algunas jicoteas, careyes, aves, muchos animales los cazaba yo mismo. En el museo preparábamos muchos cocodrilos para enviarlos a la ex Unión Soviética y otros para nosotros. Cuando empiezo a trabajar también recolecté piezas para el Museo».

Bandera ondeada en la gesta del ’68, en el siglo XIX.Bandera ondeada en la gesta del ’68, en el siglo XIX.

Muchos de estos animales que todos hemos visto en la Sala Natural del Museo son algo así como “hijos” suyos...

—No soy tan atrevido porque en los sesenta Educación donó las piezas de las escuelas privadas de la ciudad, especialmente de las Escuelas Pías y del Instituto de Segunda Enseñanza. Claro que incrementé las colecciones, hice una bastante buena de nidos de huevos, pero ya existía un embrión de esa colección. Mientras estuve la traté de enriquecer. Teníamos relaciones con la Aduana y por esa misma vía el museo adquirió un pangolín –en Cuba, si hay tres es mucho– y nos entraron unos varanos. Trabajé mucho con el CITMA, el CIMAC, el área protegida de Limones Tuabaquey, en Sierra de Cubitas; con Flora y Fauna, los guardabosques. Mi vínculo siempre fue con la Naturaleza.

Las armas han acaparado la atención de los visitantes. Las armas han acaparado la atención de los visitantes.

Leonardo ha tomado la palabra, pero quiero provocarlo. Cuando se habla de objetos museables se piensa, por ejemplo, en muebles. ¿Acaso no es un poco raro ese patrimonio?

«Todo forma parte del patrimonio. Las especies endémicas cubanas son patrimonio de la Naturaleza. Nacieron y se criaron en esta isla. A nosotros nos trajeron o tenemos sangre española, de indios americanos, de africanos, de chinos o de cualquier otro lugar, sin embargo, nuestra fauna es endémica. Tiene tanto valor patrimonial como lo puede tener un mueble o un objeto histórico.

Lamentablemente no tenemos ningún endémico local conocido hasta ahora, solo atesoramos nacionales, hicimos todo a nuestro alcance por proteger y conservar esas especies, pero todavía hay mucho por hacer porque es muy difícil cambiar la mentalidad y las prácticas de personas con la tradición de dos y tres generaciones pensando que hacen lo correcto».

La imprenta La Libertad publicó varios periódicos mambises.La imprenta La Libertad publicó varios periódicos mambises.

Aunque nuestra fauna sea benévola, en esas aventuras de exploración usted corría sus riesgos. ¿Tuvo algún percance?

—Nuestra fauna, por suerte, es muy benévola. Aquí lo más riesgoso es la picada de un alacrán o una avispa, y lo más peligroso está en las costas, con los cocodrilos. Con estos tuvimos encuentros serios. Modestamente, no conozco todavía un animal de nuestra fauna que me asuste, he manejado muchos sin problemas.

Me gusta un trabajo en el cual todos los días se me presente algo nuevo. Fíjate, enseguida me fui para la museología y la museografía; eso sí, siempre atendí la colección de historia natural.

 Muestra de la belleza y la utilidad lograda en la manigua. Muestra de la belleza y la utilidad lograda en la manigua.

Ahora, con su palabra, Pareta me conduce por su entrañable espacio del Museo: «Nuestra colección es magnífica, una de las mejores del país. La Habana nos aventaja porque tiene especímenes de la fauna mundial ya extintos, pero nosotros contamos con una colección amplísima y muy cosmopolita. En los años ochenta hicimos una exposición transitoria que recorre por completo el mundo del Ártico y la Antártida a través de la fauna.

El trabajo de museografía requiere de mucha habilidad manual, aparte de los gustos, el interés, el conocimiento, los deseos y la exigencia con uno mismo. Manolo y yo nos ganamos los epítetos de preciosistas, detallistas, curiosos… El trabajo nuestro tiene esos requerimientos porque lo que ofreces entra por la vista».

Como la institución sigue cerrada por reparación, intenta mantener el vínculo con el público. Entre las maneras de lograrlo está la acción mensual “Colecciones ocultas”. Así el proyecto del Departamento de Conservación vincula la historia de objetos museables con vivencias, usos y nuevas experiencias.Como la institución sigue cerrada por reparación, intenta mantener el vínculo con el público. Entre las maneras de lograrlo está la acción mensual “Colecciones ocultas”. Así el proyecto del Departamento de Conservación vincula la historia de objetos museables con vivencias, usos y nuevas experiencias.

El día, vivo y entero, no cabía del todo en el Museo. Cuando empezamos a conversar todavía el sol estaba fuerte, en cambio ni advertimos el aguacero tremendo, como los que estábamos extrañando en Camagüey desde hacía tiempo. Aun así, nunca dejaron de espiarnos las palomas que también husmeaban hacia afuera por la indiscreción de una ventana. Fuera de las vitrinas, sin químicos ni rellenos, Pareta hace su propio retrato.

«Soy como un bicho raro para la inmensa mayoría de las personas. He tenido varios problemas por nacionalista porque sí pienso que lo mío primero. Algunas personas pueden manipular cualquier objeto con despreocupación. La que trabaje en el museo tiene que tener una enorme dosis de vocación. El trabajo del museo es bonito, bastante limpio, pero exige sacrificio, entrega, amor real, no de cliché. Eso no es fácil conseguirlo».

Al parecer, tampoco es sencillo sostenerlo. Pareta tiene preocupaciones por el futuro de su especialidad:

«Hace muchos años, en una asamblea, dije que estaba preocupado por mi relevo. Desgraciadamente la colección de historia natural no tiene a nadie que se ocupe de ella; y yo hice tantas cosas… hasta escondí piezas para que no se llevaran de Camagüey las obras del pintor alemán Otto Siepermann, pues alguien pretendió donarlas al Acuario Nacional. Esa colección iba para La Habana y yo, de fresco y osado, la cogí y la escondí. Cuando pasó aquello las saqué y las monté, una maravilla de arte científico.

Por el contrario, perdimos la última firma de Camilo Cienfuegos porque un director estimó que debía donarla al Museo de la Revolución. ¿Por qué, si Camilo desaparece luego de salir de Camagüey y aquí dio su última firma? Esta forma parte de la historia de Camagüey».

Uno de los colegas de Leonardo Pareta es el museólogo Manuel Fernández Parrado, quien lleva 45 años ininterrumpidos de labor. Recientemente recibió un Reconocimiento Especial, a propósito del Día Internacional de los Museos.Uno de los colegas de Leonardo Pareta es el museólogo Manuel Fernández Parrado, quien lleva 45 años ininterrumpidos de labor. Recientemente recibió un Reconocimiento Especial, a propósito del Día Internacional de los Museos.

Con esa pasión y atrevimiento no es difícil encontrar el espacio que ocupa en su vida el museo provincial.

—Figúrate, si le he dedicado mi vida al museo. Empecé antes de cumplir diecinueve años y me retiré con sesenta y dos. El museo me lo dio todo. Le tengo que agradecer todo el bagaje cultural porque me impuso superarme de una forma general. Antes se manejaba el concepto de museo polivalente. Nos pasábamos la vida dando conservación a todas las colecciones. El taxidermista y yo realizábamos el trabajo directo con las piezas, lo mismo laborábamos con un exponente histórico que con uno natural.

Mira, en un museo casi ni se practica la conservación a la sala de historia natural porque es más económico coger un ejemplar nuevo y prepararlo que ponerse a arreglar uno viejo; eso atenta contra los principios del conservacionismo. En el caso de un animal común y corriente pudieras hacerlo, pero si se trata de una especie en peligro de extinción o extinta, no. Frente a esa disyuntiva nosotros conservamos e hicimos trabajos increíbles en los cuales no se advierte la artificialidad.

¿Cuánto pueden sufrir las piezas con el tiempo?

—Si se les da una correcta manipulación y conservación, son eternas. En la colección de zoología tenía ejemplares de más de ochenta años. La conservación es el quid, si no conservas no mantienes y es memoria cultural que se pierde. Hay dificultades con los materiales para lograrlo, pero el museo provincial debía atenderse mucho más porque atesora colecciones maravillosas.

Tenemos la segunda de artes plásticas del país, una de las mejores colecciones de historia de la nación, un archivo histórico fantástico, una colección de historia natural enorme dentro de la cual hay sus colecciones, entre ellas una de malacología fabulosa, otra de numismática. Además, te digo, ¿dónde vas a conocer la bandera de la invasión o ver las cartas de Ignacio a Amalia? Tienes que ir al Museo Provincial para tener la historia en las manos.

¿Qué sensación produce tener contacto con un objeto original de esa magnitud?

—Muchas cosas. No todo el mundo puede decir que tuvo en sus manos el revólver y la camisa de El Mayor. Indudablemente siente el orgullo y la responsabilidad de manipular una pieza de esa envergadura, que por los años es frágil. Ahí se aúnan muchos poquitos.

A ello contribuyó la formación de mis padres y mi carácter. Los padres nos moldean un poco pero tu carácter viene en ti. Yo soy muy meticuloso. Para que todo te salga medianamente aceptable necesitas obrar con un método y una metodología.

Conmigo trabajó muy poca gente porque soy muy mal pedagogo, enseño las cosas una vez, las puedo recordar, pero no tengo que estar arriba de ti. Ahora se habla de la nueva museografía, a fin de cuentas es lo mismo que me enseñaron a mí.

Saliendo de la edificación, para ver a Camagüey como un gran museo, ¿cuidamos como corresponde lo que debemos preservar?

—Se podía hacer más, pero volviendo adentro del museo te pongo un ejemplo, este tiene colecciones que el camagüeyano nunca ha visto ni al parecer podrá ver, colecciones que están durmiendo el sueño eterno en almacén porque el museo no tiene adonde crecer. Sin embargo, está situado en el antiguo cuartel de caballería que ocupa toda la manzana, pero se le prestó una parte a Educación, donde ahora radica la Academia de las Artes Vicentina de la Torre. A cambio de ese local todavía estamos esperando otro.

¿Cuáles son esas colecciones que nunca se han visto?

—Hay una de fósiles enorme, una de mineralogía maravillosa, una de farmacia fabulosa, otra de vestuario, de sombreros, de arqueología, etc. Hay almacenes atiborrados de piezas sin el mantenimiento adecuado porque faltan los productos químicos y no hay espacios donde poner las piezas.

Obviando falsas modestias ¿cuántos “bichos raros” como usted harían falta?

—Hay personas que pueden emitir ese criterio con más peso que yo. Por mí no queda nadie en la colección. La de historia natural que yo sufrí, gestioné, en cuya defensa me busqué disgustos con direcciones del museo, ahora está desamparada. Para hacer una exposición Manolo y yo hasta llegamos a coger una escalera, herramientas e irnos casa por casa tratando de resguardar bocallaves, números de fachadas, aldabas... La colección de arquitectura colonial la empezamos nosotros.

¿Y nunca tuvo ganas de tomar una pieza para usted?

—Nunca se me ocurrió ni por mi mente pasó, te lo digo con toda honestidad. Tuve múltiples oportunidades de hacerlo porque aquí en esta islita me conoce más gente de la que yo conozco. Siempre he trabajado en lugares públicos donde las personas han tenido que venir de una forma u otra a verme. Con ese nivel de relaciones me han regalado cosas buenísimas, piezas valiosas que sin embargo aún están en el museo.

Siempre tuvimos la visión y el idealismo de hacer del museo Ignacio Agramonte la mejor institución de esta provincia, la más respetada. En los años noventa lo logramos: constituía un honor realizar una actividad en nuestros salones y exponer allí. Nuestro museo tiene prestigio internacional porque es un emblema de esta nación. Cuando hizo falta, fui algo así como un ministro de relaciones exteriores.

Me llama la atención esta suerte de huella del museo que hallo en su gusto por el coleccionismo.

—Siempre hay algo que te gusta más y si tienes la posibilidad de coleccionarlo, pues de ahí nace el coleccionismo. Tengo un primo que coleccionaba bolígrafos. Mi hija coleccionaba botellas, pero ya nos hacía falta una mansión para poder colocarlas. Llegué a tener cerca de quinientas especies de cactus.

Tengo una colonia de catey, una sitácida endémica cubana, en mil novecientos noventa y ocho la llevé a cautiverio y fui la primera persona que la reprodujo en esas condiciones en Cuba. Cuando te adentras en el mundo de las ciencias naturales es muy difícil sacarte ese “microbio” de las venas. Muchas veces he tratado de quedarme sin ningún animal porque no deja de ser una lucha y cuando voy a ver...

Para Leonardo, los animales y las plantas son su savia. Desde su jubilación en el dos mil seis, el oficio tiene otros matices porque conserva, vivos, palomas, gallinas de raza y perros. Ha recibido varios trofeos como juez nacional de palomas de fantasía y como competidor, alegrías que le despejan la nostalgia y cierto desaliento ante el destino del patrimonio que a su manera ayudó a fundar.

«Te digo la verdad. No espero nada. Me siento decepcionado. Claro, yo cumplí mi rol, hice cuanto estuvo a mi alcance. Siempre uno queda insatisfecho, pero me cansé de darle con la cabeza a la pared».

Leonardo fue apagando poco a poco la voz, cediendo el espacio al arrullo de sus palomas que muy bien que le conocen. Todavía no ha dejado de llover y la tarde nos permite compartir un sabroso café con crema. Desde antes, advertí un rinconcito místico en la sala con unos cien libros polvorientos.

La pequeña biblioteca es otro de sus orgullos. Le costó mucho trabajo, pero fue armada íntegramente con donativos de visitantes agradecidos a los que les aceptó eso, solo libros. Entonces me muestra A guide to the birds of the West Indies de mil novecientos noventa y ocho, autografiado por James Wiley, uno de los autores, hojeo el ejemplar con cuidado mientras insisto con otra pregunta a este hombre alto, enciclopédico, extremadamente haragán para escribir, pero algún día apuntará las notas únicas de su patrimonio de vida.