CAMAGÜEY.- La historia de su vida ha estado marcada por la tragedia y también por el amor. Con el pretexto de sus 50 años de ejecutoria artística y los 53 del Ballet de Camagüey, del cual es pilar indispensable, conversamos con el maître José Antonio Chávez.
Entre coreografías, aplausos, trabajos de acero y sacrificios ha transcurrido la vida de José Antonio Chávez. Desde temprano se vio zanjeada de dificultades, pero como él mismo dijera, por “ese afán loco de querer bailar siempre” persiguió su sueño: danzar con su cuerpo y con el de los demás.
El holguinero de nacimiento quedó prendado por el encanto y el misterio de la ciudad de Camagüey. Llegó después de un largo bregar tras la búsqueda de formación danzaria: “del ballet me enamoré desde pequeño, y comencé a formarme furtivamente”. Esa decisión trajo consecuencias y se fue a La Habana, donde enfrentó escaseces de todo tipo y laboró en oficios que nada tenían que ver.
Chávez trabajó sesiones en la Empresa Siderúrgica José Martí, conocida como Antillana de Acero, y en la Empresa Nacional de Cabotaje en los muelles de La Coubre. Al mismo tiempo, seguía su afán de bailarín, tocando puertas que a veces se abrían y otras tantas se cerraban. Luego debió alejarse de su pasión durante el Servicio Militar activo.
Casi 18 años tenía cuando conoció del recién fundado Ballet de Camagüey (BC), y rápido se integró. En la Tierra de los Tinajones trabajaba en los talleres Lenin y luego ensayaba. También chocó con la negativa de personas, pero no se amilanó.
"LOS AÑOS DE BAILARÍN ME APORTARON MUCHO”
“Mi debut fue exactamente el 9 de marzo de 1970, en la primera puesta en escena de Giselle por el BC. Recuerdo con emoción cuando bailé por primera vez en un escenario. “Adoraba tanto bailar, aunque nunca soñé con verme en el centro del escenario. Sencillamente con estar ahí en el corp de ballet me sentía feliz. Compartía con bailarines formados desde los nueve años. Esto hizo que me sintiera favorecido aunque no tuviera un título, pues saber lo valioso del sacrifi cio es enriquecedor”.
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
"CUANDO NO PUDE CON MI CUERPO, HICE BALLET CON EL CUERPO DE LOS DEMÁS”
Si algo ha catapultado a Chávez a la cima del olimpo coreográfico camagüeyano son sus creaciones, definidas por él como hijos.
“Con Alfonsina puedo lograr algo más. Coreografiar ha implicado retos, pues como maestro es difícil a veces lograr lo que deseas si no sientes la entrega completa del educando. Me gustan los bailarines que se entregan, que me depositan su cuerpo y alma para contar una historia. A veces me pregunto: ¿podré?”.
Prefi ere trabajar con dos o tres bailarines, porque fluye mejor comunicación. “Siento con ese estado de gracia mutuo como si los estuviera abrazando, es un hechizo o magnetismo. Muchos se disocian y no llegamos al gran hecho artístico.
“Es bonito cuando mis discípulos agradecen. Pero yo también debo darles gracias a ellos porque me dieron la oportunidad de bailar con sus cuerpos.
“Soy un ser humano. Vivo solo y aunque me acompañan mis fantasmas y mis espíritus, yo le he entregado mi vida al ballet, supongo a la soledad como el impuesto por amarlo tanto”.
La huella de Chávez trasciende más allá de las fronteras camagüeyanas.
“El ballet es un arte indudable. Considero complejo y costoso el proceso para llegar a una puesta en escena. He trabajado con el Ballet de Santiago de Cuba, con el de Cámara y con el Lírico de Holguín, en Santa Clara, Ciego de Ávila y en Guantánamo he dejado obras para la Compañía Danza Libre”.
Luego confiesa: “Siento un placer enorme cuando alguien me invita a crear o a dar una clase”.
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
“LOS MOMENTOS QUE LE DAN RAZÓN A MI EXISTENCIA”
Aunque la primera composición de Chávez fue Ofelia, ciertamente ha sido un coreógrafo con dramáticas concepciones donde alude con frecuencia a la muerte. Ese afán por contar una historia lo apasionó siempre, y rememora con orgullo ciertos momentos.
“En el ‘87 hice Oda, interpretado por el gran Jorge Esquivel y Aida Villoch, con la colaboración de la Orquesta Sinfónica de Camagüey, dirigida por Jorge Luis Betancourt, a propósito del aniversario 150 del natalicio de Máximo Gómez. Fue una producción grandiosa: invitados relevantes, música original por encargo y artistas del patio.
“Yo me atreví a hacer mi propia versión de Giselle, una osadía total, casi como lanzarme a una jauría. Sin embargo, la reacción fue favorable, recorrió La Habana y hasta España.
“Cuando concebí Fidelio (basada en la vida del pintor Fidelio Ponce de León), desnudé a la bailarina en escena que abrazaba a Ponce y por medio de artificios técnicos, él terminaba con su rostro cubierto de sangre, porque murió por tuberculosis. Ella subía carcajeándose”.
“Para rememorar lo vivido está el futuro”.
Para este próximo fin de semana ensayan un espectáculo con todo su repertorio coreográfico.
“Eso es gratificante, pues a mis 75 años (nunca pensé que viviría tanto) reunir lo que idee en los ’80 (Ofelia), junto a la Alfonsina de hace tan solo un año es rememorar a cuantos bailarines, coreógrafos y otros tantos han formado parte de mi carrera.
“Mi vida tiene muchos momentos altos y bajos, eso me gustaría contarlo a través de un libro. Lo que he hecho y he vivido ha valido la pena”.
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante