CAMAGÜEY.-Ya nos lo decía la primera pediatra que me trató mi mayoría de edad. En el 2017 cuando me llegó Ximena, y tuve que crecer en un solo sábado de mayo, la doctora Cristina aconsejaba que los niños son de rutinas, de hábitos. Primero los ejercicios para estimular la vista, la audición. Luego las comidas y meriendas en horarios inamovibles. Después al orinal en un punto fijo del día, cada día. Se nos fue del área de salud, y lo lamentamos. Pero yo he seguido creciendo con el recuerdo de aquellas consultas. He seguido comprobando su enseñanza más certera: los niños son de hábitos, rutinas.
La pandemia grande que corroe hasta a los pediatras, nos ha (im)puesto la vida de cabeza. Algo así como toda la existencia colectiva colgando de ese despeñadero que “salva” también, por un solo pelo, tu individualísima prioridad número uno. Sé que no soy la única. Solo hay que pasarse por las redes sociales, y ver cuánto niño “malcriado” hay. Malcriado no en las acepciones de consentido, descortés; malcriado porque merecieron unos padres que “mal crían”, “mal forman”, “mal cuidan”.
Nosotros, los grandes, los que debemos velar por el adecuado crecimiento de los hijos, ahora descolocamos sus rutinas. Ni círculo infantil ni escuela de lunes a viernes, ni parque los sábados, ni visita a los abuelos los domingos. No importa que lamentaran tantas tareas, los amaneceres aun con ganas de cama, el poco tiempo para descansar… hasta a lo fastidioso duele renunciar por imposición.
Tal vez por esa culpa soberbia Ana no explotó cuando Stephy consumó el primero de sus experimentos y perdió el poco puré con que contaba. Ante una encuesta en el grupo Amar es el Milagro, en WhatsApp, Ana contó, ya con regocijo, sobre el cóctel de huevo y puré de tomate. “La explicación científica: quería hacer un experimento para ver cómo se mezclaban”. Y aunque solo conozca de Ana que vive en La Habana y tiene una pequeña llamada Stephy, siento que ríe grande.
A pesar de residir más cerca, tampoco conozco a Misleidys. La muchacha del Lenin también habló de lo que más la ha conmovido de estos días con su Katherin. Era 17 de abril y faltaban dos días para los siete de la niña. Era 17 de abril y ambas salían de la sospecha de COVID-19; salían de la reclusión rumbo a casa. Y aunque todo “fue diferente” porque esa libertad las condenaba al “aislamiento domiciliar”, el 19 Katherin celebró su vida, su victoria. “Mi familia maravillosa me envió las cositas; hicimos algo sencillo, pero para ella, lo máximo. Al finalizar el día quedé feliz cuando me dijo: ‘tuve uno de mis mejores cumpleaños’”.
Joy también responde a la convocatoria y me presenta a su Marcel y a Pluto. Marce decidió un día que quería festejar con piñata y torta. “Le celebramos el cumple a Pluto, el perro de peluche más mimado del mundo. Lo mejor fue que involucramos a toda la familia y hasta piñata hicimos. Pluto gozó”, leo y luego escribo y pienso que así como los números, las curvas y las tasas de estadísticas médicas nos crece el amor puertas adentro.
Amor como el de Yanita, la gestora del blog Amar es el Milagro y sus grupos homónimos. La muchacha es un manantial de paz y sabiduría. Y Lucas lo sabe. Por eso le place poner a prueba su infinitud. Lucas ha ido a la playa en el patio de su casa, ha hecho tobogán con mami, y también teatro en casa con cortinas y dibujos. A Yanita la desvela dedicarle tiempo de calidad a su hijo, según ha escrito. Por eso, a la par de la diversión, Lucas ejercita los contenidos que a sus cinco debe dominar. Un día reciente, luego de lograr un único trazo, el lápiz se volvió cohete que despegaba de la base (su pie), y “dormido” quedó. Sobrevino la adaptación literaria,
Pero estremece también que Alma, la niña de Yanetsy, aconseje a los médicos buscar la cura al coronavirus en Internet, ahí donde todo (a)parece a la mano. Que la Gaby de Yuri, tan dócil y tierna como mamá, amenace con darle un martillazo al bicho ese que tanto le ha pospuesto. Como a Leíto, otro de los peques de Adelante, quien encara la “desdicha” con su alegría de siempre: lleva cuenta de los besos por repartir y ha dejado saber que recibirá sus regalos de cumpleaños en tiempos pospandemia.
La más dulce y madura de las Alexia que puedan conocer ha puesto voz y maneras exquisitas a numerosos mensajes de bien público que circulan por las redes. A sus cuatro añitos muchos adultos deben quedarse pensando en sus soberanas reflexiones de reclusión e higiene. Mamá la captó en pleno trance y el post de Facebook resultó esperanzador.
Si Alexia entiende y acepta que en casa estamos a salvo, cómo tolerar la indisciplina de los mayores.
A veces Ximena llora y con un “por favor” de entrañas me pide: “llévame al ‘cíltulo’ a saludar a mis amigos”. A veces, en los cuentos de las noches, anticipa algún personaje llamado Mayra, como su ‘señito’ más querida. A veces, cuando le doy las vitaminas me pide que comparta píldoras con Hayla (una nena de su salón): “mírala mamá, está aquí, a mi lado”. He tenido que sonreír y decir: “Hayla, cómete las vitaminas que me pongo brava”. Mi niña me devuelve la sonrisa; siente que la acompaño en sus delirios.
Pero lo que seguramente despertaría la sospecha de más de un psicólogo es su tendencia, aunque esporádica, a la autoagresión (le llamarían ellos en la historia clínica). Ximena de vez en vez se marca todos sus dientes en un bracito y me da la queja para que regañe a Sheyla, otra amiga muy nombrada. Y aunque la literatura advierta que esa práctica significa quizá indicio de desajuste emocional, yo me quedo con la lógica simple de alguien que aún no llega a los tres, pero añora su rutina, como siempre ha sido.
Hasta hace mes y tanto atrás ella pedía “cíltulo” también los sábados y los domingos, y en el cuento de la mordida de Sheyla o en el “me metió Chicho” yo encontraba sus ganas de crecer en la rutina de aquellos “dolores”. Yo, como mi niña, ansío devolverla a ese campo de batalla que la hace feliz. Los niños son de rutinas, un día aprendí.