CAMAGÜEY- “Es mucho trabajo pero no me importa, ¡me gusta! Es nuestro granito de arena para que la ciencia avance. ¡Lo hacemos con tremendo gusto!”, me dice en algún momento de la conversación la doctora Alina Tejeda Fuentes, y así se ilustra la grandeza de su corazón y se resume su entrega, tanto que dice que ya perdió el nombre pues para muchos es, “Alina vacuna”, me comenta entre risas.
Cuenta que desde pequeña se inclinó por la Medicina, y siguiendo esa ocasión se graduó de Medicina General Integral y más tarde de la especialidad de Higiene y Epidemiología. En la residencia, en 2002, asumió la responsabilidad de jefa provincial de Inmunizaciones, y desde ese entonces se involucró en los ensayos clínicos de vacunas, tanto cubanas como de carácter internacional.
—¿Cuál de estos estudios pudiéramos destacar?
—Formamos parte del estudio de la haemophilus influenzae tipo B, que, por cierto, constituye la única vacuna sintética en Cuba. En esa investigación, liderada por el Dr.C Vicente Vérez Bencomo, intervinieron todos los niños de los grupos de riesgo.
“Esta vacuna ya existía pero nosotros no teníamos el dinero para comprarla porque las dosis son caras, y nuestros científicos lograron desarrollarla, y pudimos introducirla en la pentavalente junto con la de la difteria, el tétano, la tosferina y la hepatitis”.
—¿Cuándo llega el proyecto de la polio?
—En el 2005-2006 los compañeros del Instituto Pedro Kourí con los de la Organización Mundial de la Salud (OMS) comenzaron la investigación de la vacuna de polio inactivada por vía intradérmica (esta también existía en los países desarrollados desde la década de 1950).
“Cuba era el lugar idóneo para hacer este estudio a nivel mundial porque desde al año 1962 se hace campaña antipoliomielítica.
“Los estudios han conllevado cambios en el programa de vacunación a nivel internacional, de administrar esta vacuna por vía intramuscular, altamente costosa, a utilizarla por vía intradérmica. Se ha demostrado que sube los mismos títulos de anticuerpos y seguimos haciendo las investigaciones en diferentes edades, en diferentes grupos. Gracias a ello muchos países la emplean ahora de esa manera. Hemos recibido reconocimientos de carácter internacional de la OMS y la Organización Panamericana de la Salud.
“Se escogió Camagüey porque desde 1999 formamos parte de investigaciones nacionales con resultados satisfactorios. Tenemos un centro de ensayos clínicos de vacunas que ahora lo vamos a certificar por el Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos (Cecmed) porque la OMS nos propone ser un adjunto de ellos aquí en Cuba.
“Quieren que sea como un centro coordinador. Qué honor que sea en Camagüey. En este caso ahora estamos con la vacuna de polio inactivada pero plantean que puede ser cualquier otra sobre la que necesiten llevar a cabo alguna investigación para mejorar los esquemas de inmunizaciones a nivel internacional.
“Tenemos prestigio, el Cecmed revisa las buenas prácticas clínicas, la documentación, el proceso, se entrevista con los padres… todo, y hemos recibido felicitaciones por la seriedad en el cumplimiento de todo el protocolo”.
—¿Cuál fue su aporte contra la COVID-19?
—Formamos parte de los estudios de la vacuna contra la COVID-19. Aquí realizamos el ensayo clínico Ismaelillo con la vacuna Abadala, donde intervinieron 592 infantes y adolescentes, que dieron altos títulos de inmunidad; y también formamos parte de una extensión del estudio de Mambisa, de La Habana, cuyos resultados todavía no se han publicado.
“Durante la pandemia me asignaron como investigadora principal a la región oriental para formar parte del inicio de la vacunación antiCOVID-19 con Abdala en Santiago de Cuba, Granma y Guantánamo. Allá estuve tres meses movilizada a tiempo completo haciendo el montaje de lo que era la intervención primero en Salud y después en población.
“Nos marcó mucho el estudio Ismaelillo. Fue una experiencia muy bonita la disposición con que los niños iban a vacunarse, la de los padres de querer vacunarlos para protegerlos. Hubo un padre que se nos puso bravo porque el niño no cumplía los requisitos para entrar y tuvimos que darle la explicación científica, y la no científica. Las familias llegaban contentas a las áreas de Salud a recibir la vacuna o a poner su bracito para hacer la extracción de sangre. Y sí que es mucha alegría cuando llegan al final del estudio y les dices los resultados: la felicidad en los rostros, te abrazan, te besan, te llaman por teléfono y siempre queda un vínculo”.
—Antes me dijo que resulta un trabajo arduo...
—No tienes tiempo para nada; pero es tan linda la investigación en cuanto a vacunas que uno se enamora de eso. No solamente el momento de la vacunación, hay que hacer la extracción de sangre para demostrar que los títulos de anticuerpos subieron, y observar al pequeño según el protocolo lo establezca. Hubo un estudio en el que tuvimos que recoger heces fecales, ¡cinco por niño!; en otro recogimos aguas albañales para demostrar después de una campaña de polio la circulación del virus de la polio vacunal… un trabajo fuerte, agotador, pero muy bonito.
“Aparejado a todo esto llevo la responsabilidad del síndrome neurológico infeccioso en la provincia, que incluye las enfermedades meningocóccicas sea la causa que sea, otra tarea muy ardua. Además, cada vez que hay eventos epidemiológicos epidemiológicos estoy movilizada y no he dejado de superarme, en medio de todo hice la maestría”.
—¿Sienten temor cuando van a comenzar los ensayos?
—Cuando se empieza a hacer una investigación con personas ya eso está más que probado, y más si va a ser en infantes. El equipo siempre ha tenido esa seguridad porque cuando se pone en nuestras manos ha pasado por varias fases de investigación y la de seguridad al llegar al ser humano ya está cumplida, más en Cuba.
“A nosotros nos corresponde el resto de las fases para que se pueda avalar como una vacuna, pues vienen como candidato. Nos toca monitorear que se cumpla el protocolo como está establecido, que no se viole nada para garantizar con seriedad las investigaciones.
“También se convierte en un reto el tiempo para la familia. Mis hijos tuvieron, por ejemplo, que aprender a cocinar porque los dejaba solitos. Durante la epidemia del cólera, llegaba a la una o dos de la mañana, muchas veces dejaba la comida preparada pero otras no me daba el tiempo para llegar un momentico a la casa y organizarlo todo. Ellos se crecieron conmigo para asumir las labores hogareñas.
“Gracias también al apoyo de mis padres he podido obtener esta felicidad, porque eso significa pertenecer a un equipo tan maravilloso de investigadores de vacunas que formamos desde el Instituto Pedro Kourí hasta Camagüey”.