CAMAGÜEY.-Puede que Luis Enríquez Portales Milanés y Orlando Mora Montenegro no se diferencien mucho de esos ancianos que hacen la cola para comprar el pan al amanecer o riegan las plantas del balcón apenas cae el alba. Ambos son de la gente que encuentras, en cualquier parque, con cualquier persona, jugando ajedrez. Y después de un jaque mate, pocos de sus rivales imaginarían cuántas victorias han cosechado estos sobrevivientes de la matanza de Pino Tres.

Fotos: Leandro Pérez Pérez/AdelanteFotos: Leandro Pérez Pérez/AdelanteLuis Enríquez nació en Manzanillo y Orlando, en Holguín. Cuando solo eran un par de muchachos, jamás imaginaron que con veintitantos andarían “encaramados” por la Sierra Maestra y con un fusil a sus espaldas. Ni la bola de un psíquico, ni algún otro método adivinatorio los hubiera convencido de tal idea. Sin embargo, la realidad lo haría.

“Por aquellas fechas de la República Neocolonial tenía que picar piedras en una cantera, junto a mi madre y mis tres hermanas. Al final de la jornada no nos alcanzaba para llenar cinco estómagos. Así que en las noches debíamos salir por nuestro vecindario y tocar las puertas para encontrar un alma caritativa que nos diera comida. Luego vine a laborar a Camagüey, al central Francisco”, contaba Portales Milanés.

La niñez de Montenegro no fue tampoco más afortunada. No pudo aprender a escribir, ni a leer y mucho menos matricular en una escuela. Sin más remedio, agarró una mocha y fue a cortar caña a una colonia del central Jobabo, llamada La Mercedita. Su vida se redujo a picar y lanzar la dulce planta hasta las carretas. Sus delgados brazos se fatigaban por el trabajo incesante. Lo consumía el cansancio. Cuando “pelo e´ güin” —así le decían— se compró su primer par de zapatos, a golpe de puros esfuerzos, tenía 14 años.

En medio de los sacrificios en los cañaverales, los dos jóvenes voltearon la mirada a una nueva esperanza que surgía en las montañas de la región oriental. Por sus compañeros de oficio, Luis Enríquez y Orlando supieron de la existencia del Movimiento 26 de Julio y se incorporaron a sus células mientras soñaban con la necesidad, más que de un cambio de vida, de una Patria como la que aspiraba José Martí.

Cuando llegaron a la Sierra Maestra, a través de diferentes vías, conocieron en persona a Fidel. Nunca olvidará Orlando las impresiones de su encuentro: “En ese instante no contábamos con buen armamento, pero él le dijo a mi grupo que dejáramos de preocuparnos porque los enemigos lo traerían consigo y se lo arrebataríamos. Hablaba con una confianza total, como si las cosas estuvieran hechas”.

 Orlando Mora Montenegro Orlando Mora MontenegroYa para las ofensivas que se efectuaron en el ‘58, en “la Sierra”, Portales y Mora, además de buenos rebeldes, eran excelentes amigos. Pelearon en el combate de Santo Domingo codo a codo y dispararon a los esbirros como si de esa acción dependiera el mañana. Detrás de ellos sonaban, para darles valor, los acordes del aguerrido Quinteto Rebelde. Tras la balacera, el ejército de Batista había dejado sobre el lugar cuantiosas armas. Los jóvenes se acordaron de Fidel… y Montenegro sustituyó su pistola por un fusil Springfield.

“Más tarde, el Comandante en Jefe conversa con nuestro destacamento y le informa de la creación de la Columna 11, Cándido González, y el 8 de septiembre bajamos, junto con las columnas II y VIII, hacia el llano. Debíamos constituir un frente que recogiera a los grupos guerrilleros de la zona”, refería Luis Enríquez mientras agitaba sus manos.

Después de una parada en Pino Cuatro, los integrantes del Ejército Rebelde se dirigieron a su próximo destino: Pino Tres. A pesar de las alertas al alto mando de la tropa sobre los peligros que entrañaba el recorrer ese camino, y de las advertencias que había hecho Fidel a la columna para no poner en riesgo la vida de sus compañeros, se tomó la fatal decisión. Orlando, con dolor, recordó los hechos:

“Transitábamos de madrugada, en una caravana de cuatro camiones, por el terraplén que nos llevaría a Pino Tres, en Santa Cruz del Sur. Nos detuvimos ante una línea de ferrocarril. El alto mando de la columna, que iba en una máquina, iluminó el camino para que los conductores se ubicaran. De repente escuchamos una ráfaga de M-16 y le siguió un disparo de bazuca que impactó contra el primer vehículo. Bajamos rápido para combatir, pero fue en vano. Los soldados rebeldes caían uno tras otro y los apresados fueron asesinados después en el poblado de La Caobita. Pocos pudimos escapar”.

Han pasado seis décadas de aquel lamentable acontecimiento y todavía, para Portales Milanés y Mora Montenegro, parece un milagro el haber evadido la muerte. Bajo las pronunciadas arrugas de la piel y los sentidos esconden las huellas de tristeza y del valor que acumularon para continuar, en nombre de sus hermanos de armas, la lucha por el triunfo de la Revolución. Sin dudas, tras su estampa de gente común y de abuelos octogenarios que caminan sin prisa por la calle, resultan un ejemplo idóneo y un referente moral para estos tiempos, porque sin las heroicidades de los hombres de Pino Tres la historia, nuestra historia, resulta incompleta.