CAMAGÜEY.- Serían los llanos del Camagüey aquel 1958, los que recibieran la columna número 11 Cándido González, luego de que comenzara su descenso desde la Sierra Maestra con el objetivo de establecer un frente de lucha en esta central provincia.

Esta tierra además atestiguaría uno de los mayores genocidios perpetrados por la tiranía batistiana en todos los años de guerra. El combate de Pino Tres y La Masacre de la Caobita, a 52 años de sucedido, reafirma a sus mártires como máximos ideales de una revolución transparente y genuina.

Aunque el silencio era total aquella madrugada y las luces de los autos permanecían apagadas, el intento de pasar desapercibidos resultó fallido. Los carros en los que se transportaban los cerca de 200 efectivos se detuvieron en un cruce de línea y el reloj marcaba exactamente las 2:10 a.m., cuando un fuerte estruendo rompió con la tranquilidad de la noche.

El infernal tiroteo se inició y la sorpresa y desorientación en medio de la noche confundió a muchos de los combatientes que tratando de protegerse, se abalanzan sobre los cañaverales donde están los emboscados. Otros heridos trataban de saltar a tierra mientras que algunos apenas alcanzan a incorporarse para caer mortalmente heridos.

Los principales oficiales que van en la máquina al darse cuenta de lo que sucede abren las puertas y se lanzan al suelo. Se producen múltiples actos heroicos y de compañerismo. No dejan a ningún herido solo, se orientan entre sí como pueden pero nadie queda a la deriva. Por intuición, el grueso de los hombres sale de la emboscada y regresa al punto de partida o lo más próximo a él.

En Pino 4 se reencontraron los sobrevivientes y el resto de los oficiales quienes de inmediato los orientan a que se internen en el monte rumbo a Laguna Grande. Por otra parte, los vecinos de Pino 4 a pesar del riesgo que corrían, brindaron ayuda a los heridos que llegaban. No les importaba el enemigo, les preocupaban lo guerrilleros heridos, los hombres de bien. En las primeras horas del día 27 el grueso de la tropa se ubica ya a salvo en los montes de Laguna Grande o en sus inmediaciones.

Pero en Pino 3 el escenario es desolador, 19 rebeldes habían caído en el momento del combate, otros 3 son masacrados cobardemente al amanecer y 11 prisioneros heridos son trasladados al hospital de Macareño donde son atendidos en la mañana por los Dr. Bienvenido García Rivero, Pedro Forno y el enfermero Manuel García, hasta que alrededor de las 11 llegan de Santa Cruz del Sur, tres médicos y un asistente en una ambulancia los que se incorporan a la humana tarea de atender a los heridos.

Sin embargo la oficialidad del ejército tenía ya determinada la suerte de los heridos y aunque los médicos trataron de impedirlo, pasadas las 5 de la tarde llegó al hospital el camión en el que supuestamente serían trasladados a Camagüey. No fue poca la oposición de los doctores, pero dominante fue la respuesta del enemigo.

Se encontraban sepultureros improvisados enterrando en el Cementerio de Macareño a los caídos en la emboscada cuando vieron pasar por el camino, rumbo a la carretera, el camión que conducía a los prisioneros. No se habían alejado más de 8 Km. de allí cuando el camión se detiene, descienden los militares y comienzan a disparar contra la parte del vehículo donde van los heridos.

En medio del tiroteo, el sargento al mando lanza dos granadas de mano hacia el interior de la cama del camión y uno de los heridos que logra saltar hacia afuera es ametrallado en el intento de escapar. Para finalizar la carnicería con una ametralladora rematan a los que aún dan señales de vida y concluida la acción, trasladaron a los cadáveres hasta el cementerio de Santa Cruz del Sur donde en una fosa común les dan sepultura.

El M-26-7 y los campesinos de la zona no vacilaron en ayudar y prestaron una valiosa ayuda reorganizando la tropa, curando heridos, consiguiendo abastecimientos, medicinas y ropas. Se hacen contacto con médicos de la guerrilla en Camagüey y son trasladados muchos heridos clandestinamente para distintos lugares.

Con los días las tropas se irían organizando de nuevo y comenzaría otra vez la búsqueda de la libertad. Muchos no pudieron ver más a sus amigos desde la trágica noche. Todos quedaron marcados con esa acción, aunque lejos de disminuir, las ganas lograr la libertad aumentaron.

Pero lo que no sabían aquellos guerrilleros es que iban a quedar marcados por toda la vida con las marcas que se les hacen a todos los grandes hombres de bien. Nunca imaginarían que un país entero los recordara de por vida como aquellos valientes que derramaron sangre y coraje por una causa justa que sí valía la pena: la libertad.

Cuba sabe lo que hicieron, lo grande que fue, pero también duele aquella sangre que quedó en la tierra por nosotros, el sufrir que vivieron en esos días fue mucho, puro coraje cubano. Pero también sabe nuestro pueblo que sin esa sangre hoy no existiera libertad, conoce que no fue en vano aquel dolor y que los nombres de esos gigantes hoy son eternos.

Esa madrugada caminaron hacia la historia, hacia la grandeza y a la inmortalidad. Sin darse cuenta quizás del peligro con que se iban a enfrentar, salieron a darlo todo por la patria, esa misma que después los enalteció, la misma que no los deja caer en el olvido y que cada 26 de Septiembre les recuerda como padres de todos nosotros, de su isla.

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