CAMAGÜEY.- Cardosa roleteó a manos del lanzador y el disparo a primera decretó la derrota, la tristeza y –-¡sorpresa!— el inicio de los carnavales.

¡Qué locura ver a los provincianos más altivos y altaneros de Cuba celebrar tanto el fracaso en la final del mayor torneo de béisbol! ¿Qué es tan fuerte para que en una tierra donde las tradiciones rigen hasta los momentos en que se debe salir a festejar en las calles, surja un carnaval en pleno enero?

El sábado, Yosimar Cousín, Yariel Rodríguez y Leonel Segura no estaban para fiestas, todo lo contrario, miraban a ningún lado sin consuelo. Pero miles les aplaudieron.

Ellos y otros 40 muchachos son los responsables del fenómeno que promedió 7 000 personas por juego en el “Cándido” durante seis meses. Fueron quienes devolvieron el sonido al Casino Campestre, subieron el rating a una programación televisiva que aburre hasta el bostezo y sacaron a cientos de sus casas con carteles, trompetas y abrazos.

La Toromanía es más grande que la provincia más extensa de Cuba, es un sentimiento que se vive en rincones de todos los continentes, donde quiera que habite un agramontino. En Quito, Luanda, Tampa, Bogotá, Kingston, Sidney, Bruselas, Nápoles, Madrid, Hanoi, Moscú y quizás en la Antártida saltaron con el fildeo de Ayala ante Industriales. En las redes sociales se hicieron tendencia los hastags #TodosSomosToros, #TorosXEl Campeonato, #BorrotoPapá y #SíSePuede; mientras que en las gradas hombres y mujeres portaban tarros con inusual orgullo.

Este tímido invierno será recordado siempre por el calor de la pelota; el enero de las caravanas para tomar La Habana y Matanzas; la semana en que Angelito, el jefe del servicio de Cardología en el hospital universitario Manuel Ascunce Domenech, tomó vacaciones para ponerse su chamarreta de Ulacia en el “Victoria de Girón”, mientras en su hospital atendían un caso que llegó al salón por culpa de un noveno inning de rebelión.

Antes fueron los meses que lanzaron a Fernando al estrellato, los que llevaron a Rumbatá a la gradas, los que marcaron el regreso a casa de Borroto y su trío de ahijados: Lele, Marino y Viyo. Esos primeros juegos narrados con cautela por Luis Florencio y Pantoja dieron paso al entusiasmo y la ronquera de una de las voces más nítidas de la radio cubana, que el pasado sábado dejó siete palabras de cierre: “estos Toros nos han devuelto la alegría”.

En la premiación del pasado 18 de enero la historia se gastó otra metáfora cuando en el terreno, más que en la Asamblea, el pueblo presenció la transición de gobierno en Camagüey: la Presidenta levantaba el trofeo junto a sus muchachos y la Gobernadora les daba una palmada en el hombro para que miraran hacia delante.

De Jonder a Santoya, el out de la tristeza y alegría. Fue la concreción del sueño de una medalla y el inicio del sueño de la medalla más deseada; porque Yariel marcó 94 millas con su recta y luego, sin saber, marcó el camino a 94 días de la 60 Serie Nacional, al confesarnos: “la plata está bien, por ahora”.