Lisandra Utria Escalona. Foto: Orlando Seguí Aguilar/AdelanteCAMAGÜEY.- Lisandra no sabía nadar. Así de simple. En enero, cuando empezaron los entrenamientos, a duras penas conseguía mantenerse a flote en la piscina del “Fajardo”, incluso le daba miedo porque siempre estaba “muy oscura”.
Tiene trece años y una mirada suave, como de quien sueña antes de vivir. Habla poco, pero mirando a los ojos. Dicen los que la conocen que su mamá es su vida. En los registros figura como uno de los 165 alumnos de la escuela especial Nguyen Van Troi, en la ciudad de Camagüey. También se consigna que cuando era mucho más pequeña, allá por el 2012, llegó a conquistar dos medallas de oro en competencias escolares de gimnasia rítmica.
Un día, su profesor, Yaisel Fraga Ruiz, le propuso volver a ser campeona. Se dice fácil. Solo tenía que perderle el miedo al agua y convertirse en “sirena”. Para lograrlo debía entrenar sin descanso, aprender que en la natación hay cuatro estilos y que no importan ni el clima ni el cansancio... los campeones no nacen, se hacen a fuerza de sacrificios.
Lisandra Utria Escalona. Escuché ese nombre por primera vez, varias semanas atrás. Por entonces era “la muchachita que se prepara para competir en Panamá”. Cuando me dijeron que por Cuba irían muy pocos niños, estuve casi segura de que no lograría participar. Unos cuantos meses no bastan para aprender a nadar y convertirse en campeona, razoné.
Se trataba de los Juegos Latinoamericanos de Olimpíadas Especiales, un evento al que Cuba, en definitiva, acudió con seis niños y cuatro entrenadores. Sé que muchos pensaron como yo, pero Lisandra se encargó de mostrarnos a todos nuestro error.
Durante tres meses se preparó en las piscinas de la escuela primaria Josué País y de la facultad de Cultura Física Manuel Fajardo. Por aquellas semanas su mayor asidero fue la comprensión de esos centros educativos y de su escuela.
“Al principio estaba un poquito nerviosa, no sabía hacer nada en el agua y me daba miedo”, reconoce Lisandra, antes de aclararme que el estilo que más le gusta es el pecho, y que el libre le resulta siempre más complicado.
Ante su confesión, no sé qué pensar. Precisamente el libre, su estilo “menos querido”, fue el que le tributó la medalla de plata, su mejor resultado. El bronce llegó en los cincuenta metros espalda, para rubricar una actuación que solo un año atrás hubiera sido prácticamente imposible.
Sonríe, como si lo hiciera para sí misma. Por su profesor me entero de que Panamá es una escala en su carrera, que juntos sueñan con nuevos triunfos. Por lo pronto, este año la preparación continuará de cara a las competencias escolares; después, quién sabe lo que pueda venir. Ya consiguió lo más difícil.